|
El siguiente hecho fue contado hace algunos años por un diario del sur de Francia: Un hombre de mediana edad, de aspecto bondadoso y vestido con ropa desgastada dormitaba en la playa cerca de Tolón. Como no podía probar que poseía un domicilio y no tenía consigo el mínimo de dinero exigido por la ley, fue llevado a la comisaría como vagabundo. Entonces “Alfredo” sugirió a los policías que hablaran por teléfono a su administrador principal en el norte de Francia: éste mandaría un giro bancario. ¿Fue una broma de mal gusto? ¡En absoluto! Se trataba de un millonario que había decidido abandonar por un tiempo todas sus comodidades, a fin de vivir una vida errante. ¡Para él era un juego novedoso!
Preferimos esta búsqueda de la simplicidad a la ostentación, a veces odiosa, de las riquezas. Pero, ¡cuán poco compartía ese hombre las privaciones y las angustias de los verdaderos necesitados! Y, ante todo, ¿era él “rico para con Dios”? (Lucas 12:21).
Pensamos en el Hijo de Dios, Creador y Todopoderoso, heredero de todas las cosas, quien siendo rico, vivió en la pobreza por nosotros, para que con su pobreza fuéramos enriquecidos (2 Corintios 8:9). ¡Qué gracia y qué humillación! Si descendió hasta nosotros fue para elevarnos hasta él. Creer en Jesús el Salvador nos lleva a comprender verdaderamente al pobre: “Bienaventurado el que piensa en el pobre” (Salmo 41:1).
|
|