[Jehova Nissi] El Abogado del Diablo

El abogado del Diablo
Dante Gebel

Durante años los cristianos calmamos nuestra conciencia apelando a
una cuestión de semántica: nosotros jamás murmuramos...
simplemente "nos desahogamos en familia". Jamás criticamos a nuestros
líderes, solo que "no estamos de acuerdo". ¿Qué pasaría si fueses
sometido a un juicio oral por murmurar contra tus líderesí Aún cuando
creas tener la razón de tu lado, ¿tendrías un alegato que pueda
convencer al jurado?
Te invitamos a presenciar un juicio oral, en un caso que no registra
antecedentes. Una nota impactante que va a dejarte pensando.
Al tener un ministerio itinerante, me ha tocado el privilegio de
conocer distintos países y diferentes denominaciones. Puedo decir que
he notado una gran fortaleza espiritual que la gran mayoría tiene en
común: la rebeldía y la murmuración.

La falta de sujeción a las autoridades puestas por Dios ha sido una
constante que ha operado de dique de contención para un gran
avivamiento en toda la Tierra. Latinoamérica es la más afectada en
cuanto a este flagelo espiritual.
Cuando todavía era más inexperto, me invitaban a predicar en iglesias
que más tarde me enteraba habían nacido producto de una división. Y
nada que sea gestado en la insurrección puede contar con la
aprobación del Señor.

Sabotaje en alto vuelo
Hay una curiosa parábola que escuché cierta vez y que ejemplifica el
concepto de la sujeción a la autoridad.
Imaginemos que vives en California y decides conocer a Buenos Aires.
Compras tu boleto en una aerolínea conocida, preparas tu equipaje y
te dispones a viajar.
Subes al avión, te sientas al lado de la ventanilla y junto a otros,
digamos, cien pasajeros emprendes tu vuelo a la capital de la
Argentina.
Cuando el Boeing alcanza la altura de crucero, reconsideras tu
decisión de ir a Buenos Aires. Piensas que tal vez no sea una buena
idea visitar otro país en esa época del año. A medida que pasan las
horas, te convences de que, definitivamente, no quieres seguir
viajando.
Como eres una persona práctica, llamas a la azafata y le dices que,
por favor, le comunique al comandante del avión que tú quieres
regresar a California.
La muchacha trata de sonreír y te responde que eso sería imposible.
No estás en un avión privado; hay otros cien pasajeros que pagaron su
boleto en el avión de línea para volar directo a Buenos Aires. De
ningún modo pueden regresar a mitad de vuelo.
- Lo que puede hacer -dice amablemente la aeromoza- es descender en
Buenos Aires, y salir en el primer vuelo de regreso.
Pero sigamos imaginando que tú no eres de los que se conforman con
una explicación. Has decidido que quieres regresar ahora, y lo harás
a cualquier precio. Tomas un misterioso maletín y caminas rumbo a la
cabina de los pilotos -estoy seguro de que no pensabas que
llegaríamos tan lejos, mas recuerda que solo estamos haciendo volar
la imaginación-.
Ante tu insistencia, dejan que llegues hasta la cabina, y cuando
estás allí, abres tu maletín y sacas un arma. Le apuntas a la cabeza
de uno de los pilotos y le dices que no tienes intenciones de hacerle
daño, pero que le ordenas que cambie inmediatamente el rumbo del
vuelo.

A los pocos minutos, y ante la sorpresa y el estupor de cien
pasajeros, el comandante anuncia por los altoparlantes que por «un
caso de fuerza mayor» el avión se saldrá de su ruta y regresará a
California. Acabas de lograr tu cometido. No eres una persona mala ni
un delincuente... solo alguien que se decidió a no viajar a mitad de
vuelo. Crees que bajarás del avión y regresarás a casa como si nada
hubiese sucedido, pero lo que acabaste de hacer se llama sabotaje.
Acabas de secuestrar un avión de pasajeros.
Cuando vuelvas a pisar tierra firme, estarás en la cárcel. Ya no
importará lo que trates de explicar. Secuestraste un avión y te
penarán por eso.

Ahora quiero que lo veas en el plano espiritual. La iglesia tiene una
frecuencia de vuelo, una ruta, un objetivo a alcanzar. Pero a mitad
de viaje decides que no estás de acuerdo con la forma en que el
pastor conduce la nave. Se lo haces notar, y cuando ves que no está
dispuesto a cambiar el rumbo, decides cambiar la dirección por la
fuerza.
Amotinas a la gente, murmuras, generas fricciones en el ministerio y
haces que todos noten tu descontento. Todo está disfrazado de
un «piadoso celo por la obra de Dios».
Sin embargo, has pasado por alto un detalle: el avión no es del
piloto, la iglesia no es del pastor. La frecuencia de vuelo ha sido
estipulada por el Espíritu Santo. El líder es apenas un conductor y
tú te has atrevido a secuestrar una visión.
Cuando alguien me dice que no está conforme con su iglesia y con la
manera de pastorear de su líder, suelo recordar esa historia
tragicómica, y luego les digo:
- No secuestres la visión. Bajo ningún punto de vista sabotees el
avión; si no te gusta el rumbo adonde se dirige tu iglesia, bájate en
el próximo aeropuerto y, silenciosamente, toma otro avión que sea de
tu agrado.

Es posible que estés diciendo: «Convengamos en que yo jamás he
tratado de secuestrar la visión de mi líder, y que solamente hay
algunas cosas que no comparto; creo que tengo ese derecho». Y para
ser honesto, tienes algo de razón. Pero recuerda que cuando estás
involucrado en el ejército y te encuentras en la línea de batalla, es
muy peligroso disentir con las autoridades en el momento en que las
granadas enemigas estallan a tu alrededor.
Invierte unos minutos más de tu valioso tiempo y permíteme que te
invite a presenciar un juicio oral y público que se les realizará
ahora mismo a dos personas acusadas de sabotear una visión.

Un juicio oral y público
La sala está atestada de gente y hay un bullicio ensordecedor. Han
venido de todos los Estados a presenciar el juicio. Las primeras
planas de los periódicos han apostado por la culpabilidad de los dos
acusados; los estudiosos del caso opinan que no tienen demasiadas
oportunidades.
De todos modos, alguien dejó trascender que los incriminados cuentan
con un buen abogado que tal vez tenga una convincente coartada bajo
la manga.
Los medios periodísticos de todo el mundo se disponen a seguir paso a
paso las instancias del juicio.
Los acusados guardan silencio en el banquillo. Ella tiene la estampa
de una señora mayor y no ha levantado la mirada del suelo. Él da la
leve impresión de haber estado frente al público en alguna ocasión
anterior, y se ve algo más calmado que su compañera.
El caso no registra antecedentes. Los imputados se llaman Aarón y
María, y son hermanos de sangre. Se los acusa de haber murmurado en
contra del hombre más manso de toda la Tierra: Moisés.
El juez tiene una excelente trayectoria y todos confían en la
imparcialidad de su decisión.
El golpe del martillo anuncia que se abre la sesión. El fiscal, de
impecable traje gris, toma la palabra.
- Señor Juez, honorable jurado: tenemos aquí un caso de murmuración
contra un líder, lo que no ha hecho otra cosa que perjudicar a todo
un pueblo. Los acusados, Aarón y María, hablaron contra Moisés y
encendieron la ira de Dios contra ellos. La prueba está en que María,
aparentemente instigadora de la insurrección verbal, quedó leprosa
por haberse atrevido a prejuzgar a un santo varón como lo es Moisés
(véase Números 12:9-10). No solo esta actitud perjudicó a María -
continúa el fiscal- sino que por causa de ella y de su hermano todo
el pueblo no pudo avanzar hasta la tierra prometida durante siete
días (véase Números 12:15).
- ¿Lo que usted está tratando de decir -interrumpe el juez- es que la
visión de un pueblo se detuvo y casi se echa a perder todo el
objetivo del éxodo por una sencilla murmuración?
- Exactamente. Es como si en medio de un vuelo alguien decidiera
secuestrar al avión, aun a costa de todos los turistas que viajan en
él.
- ¡Protesto, su Señoría! -objeta el controversial abogado defensor,
que luce un estilizado traje negro-. Creo que aún no se han expuesto
las razones por las cuales mis defendidos tenían cierto derecho a
murmurar contra Moisés.
- ¿Intenta decir, señor abogado, que los acusados murmuraron
conscientemente de que lo hacían?
- No exactamente. Pero de alguna manera se vieron obligados por las
circunstancias y no les quedó otro remedio que disentir contra Moisés.
- Explíquese -dice el juez, reclinándose en su sillón-. Creo que será
interesante oír su alegato.
- Bien -responde el abogado con cierto aire de soberbia-. Creo que
hay varios factores que no se han tenido en cuenta. En primer lugar,
no hay que olvidar que los acusados son los hermanos mayores de
Moisés. Sin ir más lejos, cuando hablaron con el faraón, Moisés tenía
ochenta años y Aarón, su hermano, ochenta y tres. Si el jurado tiene
alguna duda al respecto, puede remitirse al libro de Éxodo, capítulo
7, versículo 7.
- ¡Protesto! -exclama el fiscal-. El abogado solo trata de distraer
al jurado con detalles triviales.
- No se trata de simples detalles -replica el abogado-. A través de
la historia el ser mayor siempre ha otorgado cierto derecho a
murmurar acerca de aquellos que vimos crecer. Consideremos que, de
alguna forma, los acusados tenían m*s experiencia que su hermano
menor. Si alguien est* mucho tiempo en el ministerio, supongo que
tiene aval para opinar en torno a los m*s pequeños... de esos...
llamémoslos... obreros, eso es, obreros de la undécima hora. Después
de todo -resume la defensa- ¿quién no se sintió alguna vez con el
derecho de juzgar a los que conocimos desde cuando vivían en el
anonimato? Aarón y María vieron crecer a Moisés, y solo ejercieron su
posición como hermanos mayores y experimentados.
- ¿Hay algo más que quiera alegar en defensa de los acusadosí -
pregunta el juez.
- Claro que hay algo m*s. Existe una segunda razón por la cual mis
defendidos... hicieron lo que hicieron. Considere el excelentísimo
jurado que no se puede rotular la causa como "murmuración", cuando
solo se trata de, digamos... un inocente chisme de familia. Aarón y
María son hermanos de sangre, y cuando hablaron de Moisés... hablaban
de su propio hermano. A mi entender -continuó- uno tiene el derecho
de desahogarse, siempre que sea en familia. ¿Quién no criticó a su
pastor o a su líder en alguna cena familiar? No creo que se considere
a eso murmuración.
- ¡Protesto! -interrumpe el fiscal-. El chisme siempre es chisme en
cualquier contexto. No existen las "murmuraciones familiares".
- Posiblemente -replica el hábil abogado-, pero existe una tercera
razón que no he mencionado. Nadie en este estrado ha mencionado que
Moisés estaba cometiendo un grave error. Mis defendidos se vieron
obligados a murmurar, debido a que Moisés decidió contraer matrimonio
con una mujer cusita, una africana. Eso es algo que atenta contra la
cultura tradicional de Israel (véase Números 12:1). Si nuestro líder
o pastor está cometiendo un error, uno tiene el derecho moral de
exponer el caso en pos del celo santo por las cosas de Dios.
- Esto es ridículo -insiste el fiscal-; lo de la mujer cusita es solo
una pantalla. Los acusados estaban celosos porque Dios no hablaba a
través de ellos como lo hacía con su siervo Moisés (véase Números
12:2).
- Aún tengo un último alegato que he reservado para el final -dijo el
extrovertido defensor-. No se nos debe escapar un detalle
importantísimo: Moisés es tartamudo y Aarón siempre ofició de...
digamos, traductor. Aarón siempre fue el ingrediente imprescindible
para el ministerio de Moisés, un elemento vital para el buen
desempeño de Moisés como líder. Lo cual significa que cuando Aarón
murmuró, solo estaba opinando de un consiervo. Todos tenemos cierto
derecho a hablar de nuestros pares, de aquellos con los cuales
compartimos una plataforma. Yo no llamaría a eso murmuración, sino
una saludable crítica entre colegas.
- ¿Algo más que agregar? -pregunta incrédulo el juez.
- Nada más, por ahora.
El abogado le hace un guiño de complicidad a sus defendidos y regresa
a su silla como quien acaba de aplastar a un dragón. Pero el jurado
no es de los que se dejan impresionar por la verborragia de un
abogado o por las "inocentes excusas" del sentido común. Casi no hace
falta deliberar; solo se miran entre sí, como no pudiendo ignorar una
decisión obvia.
Finalmente el juez se dispone a leer el veredicto:
- A pesar de que Moisés ha decidido retirar los cargos e interceder
ante Dios por sus hermanos (véase Números 12:13), el Señor ha dicho
que considera esta murmuración como pecado (véase Números 12:14). Así
que el honorable jurado considera a los acusados... culpables de los
delitos de murmuración y rebelión contra la autoridad puesta por Dios.
El martillo replica sobre el estrado y se levanta la sesión. El
controvertido abogado no pudo defender lo indefendible, nadie duda
que Aarón y María pretendieron cambiar el rumbo del avión. El
veredicto, ahora más que nunca, es inapelable.

Dante Gebel
Adaptado de "Pasión de Multitudes"
Editorial: Caribe/Betania
Mas informacion en www.dantegebel.com

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