[Jehova Nissi] Expediente Borrado

Expediente Borrado
Dante Gebel

Su esposa se lo había dicho antes de salir de casa: "Ese no iba a ser
un buen día".
Era un extraño presentimiento que le rondaba por la cabeza hacía
semanas. Su esposo convivía con el peligro y la muerte era moneda
corriente en la disipada vida de su amado; cualquier día, podía ser
el último que lo viera con vida. Pero esta vez, era distinto.
Ella sentía un helado presagio, una nefasta premonición.
Y ahora, el llamado telefónico le quitó cualquier duda.
-¿Señora de López?
-Ella habla.
-Le hablo del departamento de justicia de la ciudad. Lamentamos
comunicarle que su esposo, Héctor López, fue detenido esta mañana,
mientras intentaba robar el Banco Central -el hombre continúa sin
pausa-. Usted sabe cómo operan las leyes en nuestro país, por ser
reincidente, no tiene derecho a apelar ni a un juicio justo. Será
condenado esta misma tarde.
La mujer deja caer el teléfono, un escalofrío la recorre entera,
mientras que siente que sus pies ya no la sostienen.
"No debiste casarte con él, nunca fue un buen hombre", le había
pronosticado su madre y hoy pagaba la factura por una mala elección y
el desoír el consejo materno. Pero que fuera un delincuente, no
disminuía el amor que sentía por él. Hubiese preferido un abogado, un
ingeniero o un albañil, pero no tuvo esa fortuna. Su esposo es un
ladrón y el gobierno lo acababa de apresar.
No le habría asustado que estuviese privado de la libertad, ya había
pasado por esa situación antes. Lo dramático era que esta vez no
habría misericordia del juez, y la sentencia era inapelable.
"Solicito todo el rigor de la ley, aplicando la pena de muerte
inmediata", habría pedido el fiscal a un tribunal con sed de
justicia. Es que ese no iba a ser un buen día, pensó la mujer una y
otra vez. No debió haberse levantado de la cama.
Era una tarde gris, helada, con una llovizna que cortaba la cara.
"Tal vez lo perdieron las malas compañías", reflexionó mientras
recorría la calle principal.
"Su socio en las andadas también fue sorprendido en el lugar del
hecho, y morirá junto a tu esposo", le susurró una vecina a modo de
desgraciado consuelo. De igual modo, ya no importa buscar culpables,
lo cierto es que su esposo iba a terminar como ella lo había soñado
en tantas pesadillas: en la peor de las muertes, las más vergonzante,
las más cruel, la más atroz, la muerte pública. La dama no pudo
despedirse de su amado, es que los ladrones no cuentan con ese lujo,
no hay piedad, humanidad ni últimos deseos para los condenados a la
pena máxima.
La dama se abre paso entre la multitud que exige justicia. La gente
está enardecida, exaltada. Para muchos, hoy es un día de loable
justicia. Los delincuentes pagarán por sus crímenes.
El horizonte recorta tres cruces, la de su esposo, la de su compañero
en las correrías y la de un desconocido. Ella conoce a su marido y al
otro ladrón, pero le resta importancia al tercero.
"Otro infeliz que condenará a otra viuda y sus huérfanos al olvido y
la desgracia", piensa. El cuadro es estremecedor. No la culpen por no
llorar, ya gastó todas sus lágrimas en una vida miserable junto a
quien le prometió amor eterno y ahora cuelga de una cruz. Gritos,
súplicas, latigazos, sangre, ira. No quiere mirar a su esposo, está
allí, pero prefiere no recordarlo así. Solo observa el árido suelo,
mientras la sangre surca la tierra entre los dedos de sus pies.
Uno de los ladrones, el cómplice de su esposo, insulta al desconocido
de la cruz del medio. Y una voz conocida, casi imperceptible, se
enoja: "¿Ni aun temes a Dios, estando en su misma condenación?"

La mujer está sorprendida. Su esposo acaba de salir en defensa de
otro delincuente. Eso es ridículo, si se tiene en cuenta que Héctor
López pregonaba una filosofía: "Nunca te metas en la vida de los
demás, que cada uno aprenda a defenderse por sí mismo".
Por eso, ella no entiende. Su esposo jamás habló por nadie ni puso su
cara por desconocidos. "Este es un mundo egoísta", solía decir al
brindar.
-Acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino -dice ahora.
Era la inconfundible voz de su esposo, sin duda, implorándole al
desconocido de la cruz central.
-Hoy estarás conmigo en el paraíso -promete el otro, como si en su
condición pudiese cumplir algo.

En la cruz se ruega piedad, no se prometen paraísos -piensa la mujer.
Ella levanta la vista por primera vez. Quizá para mirar a los ojos de
su esposo de nuevo o para entender el diálogo tan extraño que acaba
de oír. El socio de su esposo sigue maldiciendo. El desconocido del
centro pareciera un inocente que paga por algo que jamás cometió y
debe estar loco como para prometer paraísos y su esposo, su esposo...
sonríe. No tendría por qué sonreír, no hay razones. Hizo de su vida
un mundo miserable y pende de una cruz frente a miles de ciudadanos
enojados. Pero Héctor López se encuentra con la mirada de su esposa y
le dibuja una sonrisa. Un último gesto de que todo estará bien, a
pesar de todo. El gesto de los que se encontraron con la gracia en el
momento menos pensado. Ella tampoco sabe por qué, pero presiente que
su esposo finalmente encontró algo distinto. No entendió bien el
diálogo de los condenados, pero supo que algo había cambiado allí, a
escasos metros de ella, en lo alto de la cruz.
Su esposo cuelga de un madero, pero en forma inexplicable,
irracionalmente, sonríe. Ella le devuelve el gesto en el lenguaje del
silencio, ese que solo pueden interpretar los que se han amado lo
suficiente como para no tener que hablar. Su esposo acaba de
encontrarse con la gracia en el minuto final. Segundos antes de la
cita con el verdugo inevitable, la muerte. Ella sabe que no puede
implorar justicia y mucho menos misericordia. Ella sabe que su esposo
paga por crímenes verdaderos. Está consciente de que ese era el final
del camino, el terminal de la vida, tarde o temprano. Pero ahora, la
última sonrisa de su esposo le devuelve la calma. La sonrisa que se
dibuja entre la sangre y los moretones, extrañamente, la compensa por
toda una vida miserable.
Su esposo parece no pender de una cruz. Muere como si lo hiciese de
viejo, en una cama caliente, rodeado de sus seres amados, luego de
haber vivido una buena vida. El hombre no mereció nietos, ni años
altos, una cristiana sepultura o una importante lápida. Pero alguien,
tan condenado como él, le prometió el paraíso en lo alto de la cruz.
Ese, no iba a ser un buen día. Y mucho menos, existía la más remota
posibilidad que terminara bien. Héctor ha dejado de respirar, pero
nadie se explica por qué aún sonríe.
La dama no entiende nada acerca de teología, paraísos y redentores.
Solo sabe que algo milagroso acaba de ocurrir. Ella descubrió el
secreto: si para encontrarse con el paraíso había que venir a la
cruz, valió el esfuerzo de haberse levantado.

Ahora quiero que me respondas algunas preguntas:
¿Cuántos coros de iglesia aprendió Héctor?
¿Cuántas veces escuchó un sermón?
¿Qué credenciales tenía?
¿Cuál era su llamado?
¿Y qué me dices de su ministerio? ¿Crees que tenía alguno?
¿Respondiste lo que creo?, pues déjame agregar que además te lo
encontrarás en el cielo, junto a Moisés, David y el apóstol Pablo.
Damas y caballeros, eso es "gracia".

Dante Gebel
Adaptado de "El código del Campeón"
(Editorial Vida-Zondervan)
Mas informacion en www.dantegebel.com

Direcciones utiles para tu suscripción al listado Jehova Nissi:
- Si quieres publicar un mensaje solo envialo a
  la siguiente dirección: Jehova_Nissi@yahoogroups.com
- Invita a un amigo a que reciba los mensajes de esta lista,
  solo pidele que envie un mensaje en blanco a la siguiente dirección:
  Jehova_Nissi-subscribe@yahoogroups.com
- Si quieres cancelar tu suscripcion a esta lista
  envia un mensaje en blanco a:
  Jehova_Nissi-unsubscribe@yahoogroups.com
- Direccion del moderador:
  Jehova_Nissi-owner@yahoogroups.com
- Direccion de internet para visitar la comunidad Jehova Nissi:
  http://www.yahoogroups.com/group/Jehova_Nissi
- Direccion del website Jehova Nissi:
  http://www.geocities.com/gunthermejia


Enlaces de Devocionales Cristianos


DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí