[Jehova Nissi]Transfiguración.

Transfiguración

En la Transfiguración, los discípulos tuvieron un espléndido vislumbre de la gloria del Señor. Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles, porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario. Para los apóstoles, ya lo sabemos también después de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: ¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!

¿Por qué es importante la Transfiguración? Porque en ese día los apóstoles Pedro, Santiago y Juan pudieron ver con sus propios ojos lo que Dios tiene reservado para sus fieles. Allí, acompañado por dos de las más grandes figuras de la historia de Israel (Moisés y Elías), Jesús se mostró como el cumplimiento de todo lo que Dios ha hecho en la tierra. Todo apuntaba a la gloria de Dios, que estaba destinada a ser compartida con su pueblo, con todos los que depositaran su fe en Cristo y escucharan su palabra (Mateo 17,5). La experiencia que tuvieron los tres discípulos que vieron al Señor glorificado tuvo por objeto fortalecerlos para las pruebas que tendrían que pasar en los días venideros, cuando Jesús sería arrestado y crucificado. Habiendo visto cómo luciría Jesús después de su resurrección, y escuchado la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo, estos discípulos pudieron darse cuenta de que Dios tenía absoluto control sobre todo lo que les sucedería, tanto a Jesús como a ellos mismos.

La promesa de la transfiguración es también para nosotros. Tenemos el testimonio de los que vieron a Jesús transfigurado (2 Pedro 1,16), pero más importante aún es que cada creyente puede experimentar una dimensión de lo que Pedro, Santiago y Juan vieron. La vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas. En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo: Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará. Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro, del que dice el Evangelio que no sabía lo que decía: ¡Qué bien se está aquí!

Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío y formarnos también una idea de la transformación que todos los creyentes experimentaremos en la resurrección. En aquel último día, los fieles resucitaremos de entre los muertos, y nuestro cuerpo, al igual que el de Jesús en el Monte Tabor, será transformado y glorificado. Así viviremos para siempre con el Señor en un abrazo tan estrecho, que su naturaleza divina transformará por completo cada partícula de nuestro ser. Esta promesa más que ninguna otra es la base de la esperanza que tenemos en Cristo, es el corazón de la fe de los cristianos. En nuestra propia oración podemos fijar los ojos en Cristo y experimentar su presencia, podemos llenarnos de la gloria de su vida resucitada. Hoy en nuestra oración personal, pidámosle a Jesús que se nos muestre más claramente su amor y su protección, para que la esperanza de la transfiguración disipe todos nuestros temores e inseguridades:

¡Alégrese toda la tierra! ¡Alégrense las islas numerosas! ¡El Señor es Rey! ¡El Señor se ha vestido de esplendor y se ha rodeado de poder! La justicia y el derecho sostienen su trono. Los cielos anuncian su justicia; todos los pueblos ven su gloria. Quedan humillados los que adoran ídolos, los que se sienten orgullosos de ellos. Todos los dioses se inclinan ante él. Tú, Señor altísimo, estás por encima de toda la tierra y mucho más alto que todos los dioses. El Señor ama a los que odian el mal; protege la vida de los que le son fieles; los libra de caer en manos de malvados. La luz brilla para el hombre bueno; la alegría es para la gente honrada. ¡Alégrense en el Señor, hombres buenos, y alaben su santo nombre! (Salmo 97)

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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú

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