Nuestro Andar Diario 12 de agosto de 2005

Nuestro Andar Diario

12 de agosto de 2005

Juan 20:24-31
24 Tomás, uno de los doce, llamado el D?dimo, no estaba con ellos cuando Jesís vino. 25 Entonces los otros disc?pulos le dec?an: ?Hemos visto al Señor! Pero Él les dijo: Si no veo en sus manos la se?al de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costa-do, no creer?. 26 Ocho días después, sus disc?pulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Y estando las puertas cerradas, Jesís vino y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a vosotros. 27 Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y m?tela en mi costado; y no seas incr?dulo, sino creyente. 28 Respondi? Tomás y le dijo: ?Señor m?o y Dios m?o! 29 Jesís le dijo: ?Porque me has visto has creído? Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron. 30 Y muchas otras se?ales hizo también Jesís en presencia de sus disc?pulos, que no están escritas en este libro; 31 pero ?stas se han escrito para que cre?is que Jesís es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, teng?is vida en su nombre.

Duda positiva
En los a?os de la antigua Grecia, un meteorito cay? del cielo. El fil?sofo griego Anax?goras supo de ello y concluy? que la roca humeante era un pedazo del sol que hab?a ca?do a la tierra. Esto tuvo enormes implicaciones teol?gicas para la antigua cosmovisi?n griega. Despu?s de todo, el sol no era el dios Helios, ?sino sÉlo un trozo de metal encendido.

Hoy, las conclusiones de un griego esc?ptico del siglo V a.C. parecen casi rid?culas. Todos sabemos que el sol es una gigante bola de gas, y que los meteoros son macizos de roca que se calientan al entrar en la atmásfera de la tierra a alta velocidad. Pero Anax?goras usí los datos que tenía. A pesar de la evidencia tan vaga, la opuso contra las opiniones religiosas griegas de aquel tiempo. Él era un incr?dulo.

Hubo otro esc?ptico en el primer siglo de la era cristiana. De hecho, se gan? el sobrenombre de «el incr?dulo Tomás». Luego de la desilusi?n de ver que Aquel a quién hab?a seguido muri? por medio de la lenta tortura de una cruz, ?se le dijo que Jesís hab?a resucitado de entre los muertos!

Tomás respondió como un cient?fico emp?rico: «Si no veo en sus manos la se?al . . . , y . . .  pongo la mano en su costado, no creer?» (Juan 20:25). Lo que Tomás exig?a era «ver para creer».

Una semana más tarde, Jesís se le apareci? a Tomás y le tom? la palabra en su desaf?o a tener una prueba. La fr?a mente racional de Tomás cedi? a la emoci?n abrumadora cuando se arrodill? y proclam?: «?Señor m?o y Dios m?o!»

Luego, Jesís hizo esta profunda declaración: «Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron» (v.29).

Las dudas forman parte de un aut?ntico andar en la fe. Jesís no nos pide que creamos a ciegas. Él ha provisto relatos presenciales de su vida, muerte y resurrecci?n, evidencia emp?rica para un esc?ptico del primer siglo. Ha garantizado la fiel transmisi?n de estos registros que «se han escrito para que cre?is que Jesís es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, teng?is vida en su nombre» (v.31).  –DF

destino
?Por qué las dudas ocasionales son de hecho una manera de hacer nuestra fe más aut?ntica?  n Meditar? en este versículo: «Y sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6).

en resumidas cuentas: Dios es más grande que nuestras dudas.

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