Devocional Diario 07 de Setiembre del 2005

 

 

 

 

 

 

Miércoles 07 de Setiembre del 2005

 

 

Salmo 27:1 y 10

El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá.

 

Cristianismo vivido

 

 

 

 

Hace algunos años varios libros y filmes dieron a conocer la historia de una aldea francesa en los años 1940 a 1945. En ese pueblo alejado de París unos 5.000 judíos, principalmente niños, fueron acogidos y puestos al abrigo de persecuciones. Discretamente se los repartía en las granjas de los alrededores, a menudo pobres, donde se les alimentaba.

Durante los años siguientes, estos actos de valentía y humanidad se mantuvieron ocultos. En realidad, quienes abrieron sus casas y sus corazones consideraban esto como algo normal. A los periodistas que venían para informarse, una anciana acostumbraba responder abriendo su Biblia. Leía estas palabras de Cristo: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis” (Mateo 25:35-36). Con sencillez y convicción explicaba que Dios nos pide amar a nuestro prójimo como a uno mismo. Esto era lo que habían hecho.

Detrás de esa abnegación se ocultaba una sólida fe, edificada sobre un verdadero conocimiento de la Palabra de Dios. Esta es la razón por la cual estas personas se atrevieron a correr el riesgo de salvar a otros. Y ante todo, por eso supieron guardar discreción y humildad. Más allá de su valentía y bondad, sólo tenían un motivo: permanecer fieles a Dios.

 

 

 

 

 

 

© Ediciones Bíblicas “La Buena Semilla 1166 PERROY (Suiza)

 

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