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Usted que guarda en el corazón la dolorosa herida del fallecimiento de un ser querido, permítanos dirigirle algunas palabras de consuelo. Seguramente evita hablar de su pena para no molestar a los demás, y hasta se esfuerza por conservar la sonrisa mientras la tristeza sigue estando en el fondo de su ser. Sepa que, aun cuando sus allegados no le hablen más de ello, porque lo han olvidado o temen ser torpes, hay Alguien que no olvida ninguno de los padecimientos por los cuales usted ha pasado, Alguien que comprende su sufrimiento, porque él mismo lloró y sufrió en esta tierra.¿Lo conoce usted? Es Jesús, el Hijo de Dios, quien vino del cielo a la tierra; se hizo hombre para establecer contacto con su criatura y, por su muerte en la cruz, dar la vida eterna a todos los que en él creen. Él vive y conoce a cada persona individualmente, le habla por medio del Evangelio y le escucha cuando ora. Jesús es un Amigo fiel, al que se le puede decir todo. Su aflicción no lo supera. Usted puede hablarle de ella tan a menudo como quiera; él sabrá consolarlo y darle ánimo.“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3-4).
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