La guerra del Futuro

Guerra del Futuro

En la extensa región desértica del noreste de África conocida como Sudán se está librando una guerra del futuro. En sí las armas no son futuristas. Nada de fusiles de rayos láser, campos de fuerza o fuerzas de asalto robóticas que son cosas de ciencia ficción; no, eso no, tampoco aviones Predator guiados por satélite o los sistemas de armas de última generación de los arsenales actuales.

No, esta guerra se está luchando con Kalashnikovs, porras y cuchillos. En la región oeste de Sudán conocida como Darfur, las tácticas preferidas son las quemas y los pillajes, la castración y las violaciones, llevados a cabo por milicias árabes a camello o a caballo. Las tecnologías más sofisticadas desplegadas son, por una parte los helicópteros que usa el gobierno sudanés para apoyar a las milicias cuando atacan a las aldeas de africanos negros y por otra parte, un arma bien distinta : los sismógrafos que usan las compañías petroleras extranjeras para localizar los depósitos de petróleo a cientos de metros bajo la superficie.

Esto es lo que la hace una guerra del futuro, no las logradas presentaciones en PowerPoint que podemos imaginar en las salas de reuniones de Dallas o Beijing que muestran las reservas probadas en un color y las reservas estimadas en otro, grandes charcos subterráneos que se extienden al oeste hacia Chad y al sur hacia Nigeria y Uganda; no la tecnología, solamente el simple hecho de la presencia de petróleo.

Esta es una guerra de recursos, librada por sustitutos, en la que están involucrados los grandes poderes, cuyas economías están sujetas a crecimiento, luchando por un suministro finito de reservas. Es una guerra que parece haber salido de las páginas del libro de Michael Klare : Sangre y Petróleo; y podría ser un evidente ejemplo de las consecuencias de nuestra adicción al petróleo, si no fuera porque también es una guerra invisible.

¿Invisible?

Es invisible porque está sucediendo en África. Invisible porque los medios de comunicación mayoritarios están subvencionados por la industria del petróleo. Piensen en los anuncios de coches que ven en televisión, periódicos y revistas. Piensen en el narcisismo implícito en nuestra cultura del automóvil, nuestras extensas barriadas, nuestra obsesión por los ricos y famosos, nuestra vertiginosa suposición de que esto puede continuar indefinidamente cuando sabemos que no puede, y verán por qué Darfur cae en la oscuridad. Y Darfur es sólo la punta del extenso y desgarrado estado conocido como Sudán. Nicholas Kristof señaló en una columna del New York Times que ABC News dedicó un total de 18 minutos de cobertura a Darfur en todos sus informativos nocturnos del año pasado y eso fue mérito de Peter Jennings; NBC dedicó 5 minutos y CBS sólo 3 minutos. Esto es, por supuesto, una microfracción del tiempo dedicado a Michael Jackson.

¿Por qué será, me pregunto, que cuando un genocidio sucede en África nuestra atención siempre se ocupa de alguna súper estrella negra norteamericana sin escrúpulosí Durante el genocidio de Rwanda hace diez años, cuando 800 000 tutsis fueron asesinados en 100 días, fue el juicio a O.J. Simpson el que acaparó toda nuestra atención.

Sí, el racismo forma parte de nuestro rechazo a siquiera intentar entender África, y mucho menos valorar las vidas de los africanos. Y sí, seguramente estamos siendo testigos del rechazo que Samantha Power documenta en Un problema del infierno: América y la Era del Genocidio: la total dificultad que tenemos para reconocer un genocidio. Una vez que lo hemos reconocido, señala, nos llenamos la boca de ideales humanitarios, pero nos mantenemos al margen. Y sí, el alboroto en África puede evocar nuestra experiencia en Somalia, con sus imágenes gráficas de soldados norteamericanos siendo arrastrados por los pies por las calles. Pero todo esto se frustra, creo, por algo igual de grave : Una conspiración de silencio no reconocida, que evita que los medios hagan cualquier conexión que pueda amenazar nuestro estilo de vida dependiente del petróleo , que pueda llevarnos a reconocer el hecho de que la adicción al petróleo de nuestro mundo industrial está echando a perder a África.

Cuando ocasionalmente Darfur llega a las noticias, fotografías de aldeas incendiadas, cuerpos quemados, niños mal nutridos, se lo presenta fuera de contexto. De hecho, Darfur forma parte de una crisis más amplia en el norte de África generada por el petróleo. Se estima que de 300 a 400 habitantes de Darfur mueren cada día. Sin embargo, el mensaje de nuestros medios es que nosotros,
los norteamericanos no podemos hacer nada para prevenir esta tragedia humanitaria, incluso mientras llenamos los depósitos de nuestros coches con las vidas de estas personas.

Incluso Kristof, cuyos intentos como periodista de medios reconocidos bien merece un Pulitzer por mantener Darfur en el punto de mira, no consigue hacer la conexión del petróleo; y sin embargo,
el petróleo es la fuerza que está detrás de la guerra civil en Sudán. El petróleo está causando el genocidio en Darfur. El petróleo conduce la política de la administración Bush hacia Sudán y el resto de África. Y muy posiblemente, vaya a ser el petróleo el que lleve a Sudán y a sus vecinos al caos.

Apoyaré estas afirmaciones con hechos. Pero primero permítannos dar a los representantes del gobierno sudanés en Jartum lo que les corresponde. Prefieren explicar la masacre en Darfur como una antigua rivalidad entre tribus nómadas del norte y agricultores africanos negros del sur. Niegan cualquier responsabilidad sobre las milicias y afirman que no pueden controlarlas, incluso aunque contribuyan en su adiestramiento, suministro de armas y financiación. Restan importancia a su ideología islamista, que apoyaba a Osama Bin Laden y pretende imponer el fundamentalismo islámico en Sudán. En cambio, se retratan como pragmáticos luchando por mantener unido un país empobrecido y atrasado; todo lo que necesitan es más ayuda económica de Occidente, y el fin de las sanciones comerciales impuestas por EEUU en 1997, cuando el presidente Clinton incluyó a Sudán en la lista de países patrocinadores de terrorismo. Darfur, desde su perspectiva, es una anomalía incomoda que pasará con el tiempo.

Es verdad que las rivalidades étnicas y el racismo juegan un papel en el actual conflicto en Darfur. Sin embargo, visto desde el contexto más amplio de la guerra civil de Sudán, Darfur no es una anomalía, es una extensión de ese conflicto. La causa real detrás del conflicto entre el norte y sur del país se reveló después de que Chevron descubriese petróleo en el sur de Sudán en 1978. La competencia tradicional por el agua en las orillas del Sahara se transformó en una lucha muy diferente. El gobierno de Jartum, dominado por los árabes, redibujó los límites jurisdiccionales para dejar fuera de la jurisdicción del sur las reservas de petróleo. De esta manera comenzó la guerra civil que lleva 21 años entre el norte y el sur de Sudán. El conflicto entonces se trasladó al sur, al corazón de Sudán, a las tierras más húmedas que forman el nacimiento del Nilo y que están lejos de la competencia histórica por el agua.

Los oleoductos, estaciones de bombeo, pozos y otras infraestructuras claves se convirtieron en objetivos para los rebeldes del sur, que querían una parte en la nueva riqueza mineral del país, mucha de la cual estaba en la tierra que ellos llevaban ocupando desde hacía mucho tiempo. John Garang, líder rebelde del Ejército de Liberación Popular de Sudán (SPLA), declaró a esas instalaciones objetivos legítimos de guerra. Durante un tiempo, las compañías petroleras huyeron del conflicto, pero en 1990 empezaron a regresar. Las compañías chinas e indias fueron especialmente agresivas, realizando la mayor parte de sus perforaciones dentro de los perímetros vigilados por tropas enviadas para protegerlas de ataques rebeldes. Fue un oleoducto chino al Mar Rojo el que primero llevó el petróleo sudanés al mercado internacional.

Antes del descubrimiento de petróleo, este terreno cubierto de polvo tenía poco que ofrecer para la exportación. La mayor parte de la tierra cultivable estaba ocupada en agricultura de subsistencia : sorgo y alimentos básicos, ganado y camellos. Se cultivaba algo de algodón para exportar. Sudán, a veces todavía llamado El Sudán, es el país más grande de África, y uno de los más pobres. Con un área de casi dos y medio millones de kilómetros cuadrados, más o menos el tamaño de la parte de los EEUU que queda al este del Mississippi, es más una región que un país. Abarca unas 570 etnias diferentes y docenas de idiomas, es históricamente ingobernable; sus límites se dibujaron para la conveniencia de los poderes coloniales. Sus autodenominados líderes del norte, que viven en la urbana Jartum, estaban ansiosos por integrarse a la economía mundial, y el petróleo se iba a convertir en el primer gran valor exportable de su país.

El sur de Sudán es mayoritariamente rural y negro. Menos accesible desde el norte, marginado durante el dominio de los turcos otomanos en el siglo diecinueve, luego bajo los británicos durante la mayor parte del siglo veinte y ahora bajo Jartum en el norte, el sur de Sudán actualmente está casi desprovisto de escuelas, hospitales e infraestructura moderna.

El racismo tiene un gran papel en todo esto. Los árabes se refieren a los africanos más oscuros como abeed, una palabra que significa algo muy parecido a esclavo. Durante la guerra civil se secuestraba a chicos africanos del sur para esclavizarlos; muchos fueron presionados a alistarse en el ejército por el gobierno de mayoría árabe de Jartum. El racismo continúa encontrando expresión en las brutales violaciones que acontecen en Darfur. Jartum recluta las milicias, llamadas Janjaweed, en sí un término peyorativo, de los miembros más pobres y menos educados de la sociedad nómada árabe.

En resumen, el régimen islamista ha manipulado las tensiones étnicas, raciales y económicas, como parte de una estrategia para apoderarse de la riqueza petrolera del país. La guerra se ha cobrado unos dos millones de vidas, la mayoría del sur; muchos murieron de hambre cuando fuerzas gubernamentales impidieron el acceso a los campos de refugiados a las agencias humanitarias. Otros cuatro millones de sudaneses viven desplazados. El régimen originalmente quiso imponer el Shariah o ley islámica en el sur, predominantemente católico y animista. Sin embargo, Jartum abandonó esta pretensión, en el contexto del Tratado de Paz firmado el pasado mes de enero. Se permitiría al sur que funcionara bajo su propia ley civil, que incluía derechos a las mujeres, y dentro de seis años, los sureños podrían elegir por plebiscito separarse o seguir formando parte de un Sudán unificado. Las indispensables ganancias del petróleo se repartirían entre Jartun y los territorios ocupados por el SLPA. Mediante un acuerdo para compartir el poder, el comandante del SPLA John Garang sería nombrado vicepresidente de Sudán, junto al presidente Omar al-Bashir.

Darfur, al oeste, quedó excluido de este tratado. En cierto sentido el tratado, conseguido con la ayuda de EEUU, fue firmado a expensas de Darfur, un área seca del tamaño de Francia, poco poblada pero rica en petróleo. Darfur tiene una antigua historia de haber sido un reino con parte en Chad, separado del área que hoy se conoce como Sudán. La población de Darfur es proporcionalmente más musulmana y menos cristiana que el sur de Sudán, pero está formada mayormente por africanos negros que se identifican con tribus, como la de los Fur (de hecho, Darfur significa tierra de los Fur). La práctica del Islam por parte de los habitantes de Darfur era demasiado relajada para el gusto de los islamistas que controlan Jartum. Y por eso se han incendiado pueblos en Darfur, para dejar paso a perforadoras y oleoductos, y para destruir posibles santuarios de rebeldes. Según informaciones, parte de la tierra incautada a los agricultores negros se está entregando a árabes traídos desde el vecino Chad.

Petróleo y Confusión

Con la firma del tratado el pasado mes de enero y la perspectiva de estabilidad para gran parte de Sudán, destrozado por la guerra, compañías petroleras extranjeras llevaron a cabo nuevos estudios sismográficos en abril. Estos estudios doblaron las reservas estimadas de petróleo de Sudán, llevándolas a al menos 563 millones de barriles. Pueden rendir bastante más. Jartum afirma que la cantidad total podría llegar hasta 5 mil millones de barriles. Eso es todavía una miseria si lo comparamos con los 674 mil millones de barriles de reserva de petróleo probada que poseen los seis países del Golfo Pérsico, Arabia Saudita, Irak, lo Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Irán y Qatar.
La modestia de las reservas de Sudán refleja significativamente la desesperación con la que las naciones industrializadas codician fuentes de petróleo alternativas.

La fiebre de petróleo está causando estragos en Sudán. Los beneficios del petróleo para Jartum ascienden a cerca de 1 millón de dólares diarios, exactamente la cantidad que el gobierno gasta en armas, helicópteros y bombarderos de Rusia, tanques de Polonia y China, misiles de Irán. De esta manera, el petróleo está avivando el genocidio en Darfur a todos los niveles. Éste es el contexto desde el que se debe entender la situación en Darfur, y con ello, en toda África; la misma África cuyo amplio espectro de culturas indígenas, riqueza de bosques y sabanas fue destrozado durante tres siglos de robo por parte de los colonos europeos, en busca de esclavos, marfil, oro y diamantes, está siendo devastado de nuevo en el siglo XXI en busca de petróleo. Sudán es ahora el séptimo país productor de petróleo en África después de Nigeria, Libia, Argelia, Angola, Egipto y Guinea Ecuatorial.

El petróleo ha dejado una estela de corrupción y confusión virtualmente en todos los países en vías de desarrollo en los que se ha descubierto; quizá sólo secundando a la industria armamentística, su falta de transparencia y su concentración de poder invita a sobornos y a deformaciones de las economías regionales.

No hay otro producto que aporte unas ganancias tan grandes, dijo Terry Karl en una entrevista con Miren Gutiérrez, para el Servicio Internacional de Prensa, y esto sucede generalmente en un contexto de gran concentración de poder, burocracias muy débiles, y un estado de derecho débil. Karl es coautor de un informe de Servicios de Ayuda Católicos sobre el impacto del petróleo en África, titulado
El Fondo del Barril. Cita ejemplos de Gabón, Angola y Nigeria, que comenzaron a explotar sus reservas hace varias décadas y sufren de una intensa corrupción. En Nigeria, como en Angola, un tipo de cambio supervalorado ha destruido la economía no relacionada con el petróleo. Las revueltas locales por el control de las ganancias del petróleo han desencadenado extensas represiones militares en el delta del Níger.

Las compañías petroleras y de exploración como Halliburton ejercen poder político y a veces militar. En Sudán las carreteras y puentes construidos por las compañías petroleras se han usado para atacar aldeas de otra forma inaccesibles. La compañía petrolera más importante de Canadá, Talismán, está siendo procesada judicialmente porque supuestamente ayudó a las fuerzas del gobierno de Sudán a volar una iglesia, matando a sus líderes, con el objetivo de despejar el terreno para construir un gaseoducto y para perforar. Por la presión de la opinión pública en Canadá, Talismán ha vendido sus acciones en Sudán. Lundin Oil AB, una compañía Sueca, se retiró bajo presiones similares de grupos de derechos humanos.

Michael Klare sugiere que la producción de petróleo es intrínsecamente desestabilizadora: Cuando países con otros recursos de riqueza nacional explotan sus reservas de petróleo, las elites en el poder típicamente monopolizan la distribución de ganancias del petróleo, enriqueciéndose ellos mismos y a sus compinches mientras que dejan al resto de la población en la pobreza; y las fuerzas de seguridad, bien equipadas y a menudo privilegiadas de estos Estados del petróleo, están a su disposición para apoyarles.

Si unimos estas tendencias antidemocráticas con la sed feroz de las economías china e india que crecen rápidamente, tenemos la receta para la desestabilización de África. La importación de petróleo de China creció en un 33% en 2004, y la de India en un 11%. La Agencia Internacional de Energía calcula que usaran 11.3 millones de barriles al día para 2010, que es más de un quinto de la demanda mundial.

En su artículo del New York Times, Dos grandes apetitos se sientan a la mesa del petróleo, Keith Bradsher apunta : Cuando compañías chinas e indias se aventuran a países como Sudán, donde las multinacionales reacias al riesgo han dudado en entrar, se plantean cuestiones en la industria acerca de si estas compañías estatales están valorando correctamente los riesgos de sus propias inversiones, o si simplemente están más dispuestos a jugar con el dinero de los contribuyentes que las multinacionales.

Las implicaciones geopolíticas de esta tolerancia a la inestabilidad se están confirmando en Sudán, donde las compañías estatales chinas están explotando el petróleo en medio de los combates. Como China e India están buscando acceso estratégico al petróleo (al igual que Gran Bretaña, Japón y los EEUU maniobraron para conseguir acceso a los campos petrolíferos en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial) la posibilidad de desestabilizar países como Sudán crece exponencialmente.

El pasado mes de junio, siguiendo las nuevas exploraciones sismográficas en Sudán y con el nuevo tratado de paz para compartir el poder a punto de implementarse, Jartum y el SPLA firmaron una oleada de acuerdos sobre el petróleo con compañías chinas, indias, británicas, malasias y otras.

Desolador Sudán, desolador mundo

Este frenesí por el petróleo puede ayudar a entender la postura esquizofrénica mantenida por la administración Bush con Sudán. Por una parte, el Secretario de Estado Collin Powell declaró en septiembre 2004 que su gobierno había determinado que lo que estaba sucediendo en Darfur era un genocidio, lo que parece haber sido una concesión pre-electoral a los cristianos conservadores, la mayoría con misiones en África. Y por otra parte, el presidente no sólo se mantuvo en silencio sobre Darfur después de las elecciones, sino que su administración presionó en el Congreso contra la Ley de Responsabilidad y Paz de Darfur. Ese proyecto de ley, ahora en comisión, exige una intervención de la fuerza pacificadora de la Unión Africana, e imponer nuevas sanciones a Jartum, incluyendo el envío de funcionarios al Tribunal Penal Internacional (muy odiado por esta administración). La Casa Blanca, sesgando cualquier esfuerzo del Congreso por detener el genocidio, está buscando establecer relaciones más próximas con Jartum con motivo de que el régimen estaba cooperando en la guerra contra el terrorismo.

Nadie podría parar las matanzas más rápido que el presidente de los EEUU respaldando a Darfur y presentando su caso ante las Naciones Unidas. Nuestro país es el único con tal influencia. Por supuesto, esto es inimaginable por varias razones. Parece claro que a Bush y a las compañías petroleras que contribuyeron tan generosamente en su campaña presidencial en 2000 les gustaría ver levantadas las sanciones comerciales actuales, para que las compañías de EEUU puedan conseguir su parte en la repartija. Sin embargo, en lugar de respaldarlo, el presidente se ha mantenido en silencio, dejando que sea la Secretaria de Estado Condoleezza Rice la que se encargue de poner su mejor cara para apaciguar a Jartum.

El 8 de julio, el líder del SPLA John Garang juró en su cargo de vicepresidente de Sudán, ante una multitud esperanzada de 6 millones de sudaneses. El presidente Oman Bashir habló en árabe. Garang habló en inglés, el idioma preferido entre la población educada del sur debido a la diversidad de lenguas que existen en el país. El futuro de Sudán nunca habría sido tan brillante. Garang era un líder carismático y lleno de fuerza, que quería un Sudán unido. Tres semanas más tarde, Garang murió en un accidente de helicóptero. Cuando se conocieron las noticias de su muerte, se desencadenaron furiosos disturbios en Jartum y en Juba, la capital del sur de Sudán. Hombres con rifles y garrotes recorrían las calles, incendiando coches y edificios de oficinas. Murieron ciento treinta personas y miles resultaron heridas.

No existe evidencia de sabotaje en su muerte, al día de hoy. El helicóptero cayó debido a la lluvia y a la niebla en un terreno montañoso. Sin embargo, proliferan las sospechas. El gobierno y los líderes del SPLA están haciendo un llamamiento a la calma, hasta que el accidente sea investigado por un equipo internacional de expertos. Aunque resulta inquietantemente familiar, este desastre recuerda al accidente de avión de 1994 en el que murió el presidente de Ruanda Juvenal Habyarimana, que estaba tratando de imponer un acuerdo para compartir el poder entre hutus y tutsis. El accidente desencadenó el terrible genocidio de Ruanda.

No está muy claro todavía lo que la muerte de Garang pueda significar para Sudán. La nueva paz ya era precaria. Su sucesor, Salva Kiir Mayardit, parece menos comprometido con un Sudán unificado.

En ningún sitio existe una amenaza potencial más grande de que se reanude de nuevo la guerra como en los campos de refugiados : cuatro millones de personas desplazadas, expulsados de sus casas durante la guerra civil entre el norte y el sur, varios cientos de miles acampados a las afueras de Jartum, ocupando edificios o en nuevas barriadas-gettos marginales. Más al oeste, en Darfur y Chad, otros 2 millones y medio de personas desplazadas viven en un precario limbo de improvisados campamentos, chozas construidas con plástico y palos, a los que los Janjaweed impiden regresar a sus aldeas y que dependen totalmente de ayuda exterior.

En resumen, Sudán encarna el choque entre una nación fallida y una política energética fallida. Cada vez más el nuestro es un planeta cuya población humana está decidida a extraer todo lo que pueda, sin tener en cuenta los costes humanos o medioambientales. La política energética de Bush elaborada por compañías petroleras está basada en un futuro muy diferente al que cualquier persona cuerda querría que heredaran sus hijos : un mundo desolador que muy pocos americanos, protegidos por el silencio de los medios, desean imaginar.

Copyright 2005

Título original: War of the Future – Oil Drives the Genocide in Darfur , Sudan

Autor: David Morse

E-Mail: dmorse@david-morse.com

Origen: Znet  http://www.zmag.org

18 de agosto de 2005

Traducido por Eva Calleja y revisado por Lucio Salas Oroño

David Morse es periodista independiente y analista político; ha publicado sus artículos en Dissent, Esquire, Friend Journal, The Nation, the New York Times Magazine, the Progressive Populist, Salom y otros. Su novela El Puente de Hierro (Harcourt Brace, 1998) predijo una serie de guerras del petróleo en las primeras dos décadas del siglo XXI.

Este artículo apareció primero en Tomdispatch.com, un weblog del Nation Institute, que ofrece un flujo continuo de fuentes alternativas y de opinión de Tom Engelhardt, durante largo tiempo redactor editorial, y autor de The End of Victory Culture and The Last Days of Publishing

 

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