Maldición

¡MALDICIÓN!

Maldecir es algo universal entre los humanos, dicen investigadores que estudian la evolución del idioma y la psicología de insultar. Todo idioma o dialecto que ha sido estudiado, ya sea vivo o muerto, hablado por millones o por una sola y reducida tribu, posee su parte de vocabulario prohibido.

Los niños pequeños memorizarán las palabras «malas» mucho antes de poder entender su sentido, y los gigantes literarios siempre han construido su arte sobre sus cimientos. Shakespeare casi no escribía estrofa sin incluir profanidades del día como referencias ofensivas a las «heridas de Dios» o algún albur sexual. De hecho, los primeros escritos, que datan de hace 5 mil años, incluyen buena parte de descripciones subidas de todo respecto a la forma humana y a sus siempre pintorescas funciones.

Algunos investigadores están tan impresionados por la profundidad y el poder de las expresiones fuertes que los están usando para conocer la arquitectura del cerebro. Cuando alguien insulta a otra persona, dicen, quien maldice rara vez escupe obscenidades e insultos al azar, sino que más bien evalúa al objeto de su ira, ajustando según éste el contenido de su «incontenible» arrebato.

Otros investigadores han examinado cómo reaccionan nuestros sentidos y reflejos ante el sonido o la vista de alguna palabra obscena. Han determinado que oír un insulto ocasiona literalmente que la gente se levante.

Interesante el dato, la realidad es que vivimos en un mundo donde la maldición domina ampliamente sobre la bendición y no es de extrañar entonces, el porque las cosas andan tan mal, hasta he escuchado tonterías como la que afirma que los hombres que maldicen son más inteligentes que quienes no lo hacen; la realidad es que al cambiar nuestro lenguaje también trasformamos nuestro destino.

Cambie la maldición por la bendición, agradézcale a Dios por su familia, por su trabajo, por la salud y comprobará como las malas circunstancias se trasforman y viene la paz y la estabilidad, bendiga a sus hijos y declare sobre ellos sabiduría, prosperidad, integridad, no los declare como incorregibles y que nunca cambiarán; bendiga a su pareja aunque no sea muy buena persona, recuerde que el lenguaje del cielo es la bendición y no las quejas y los lamentos, las malas palabras y las maldiciones.

No le de rienda suelta a su lengua y deje que sus palabras sean dirigidas por Dios, que construyan y no aniquilen, que levanten y no aplasten, que bendigan y no maldigan, al final de cuentas con un cambio de vocabulario somos nosotros y nuestra familia los más beneficiados.

En esta ocasión también le comparto un mensaje que me hizo llegar uno de mis lectores, espero le guste y lo disfrute. Sus comentarios son muy motivantes así que tómese un poquito de tiempo y escríbame unas lineas.

Que Dios le bendiga hoy y siempre.

Otoniel Mendoza Ponce

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