Política de doble cara.

DOBLE RASERO CON CUBA

 

Me escribe desde Puerto Príncipe un amigo argentino que se encuentra trabajando en Haití para la OEA hasta que termine el proceso electoral de este otoño ; en su mensaje incluye una información del periódico conservador haitiano Le Nouvelliste, en la cual se alaba sin reservas el trabajo y la entrega de los médicos cubanos en el hospital Saint Antoine de Jérémie , un lugar caótico hasta que llegaron los voluntarios enviados por Cuba para echar una mano en el país más mísero de América.

Y mi amigo se pregunta si no se suele ofrecer una visión demasiado simplista de Cuba ; si no olvidamos los valores humanistas y solidarios que aún tienen su lugar en el denostado sistema político cubano ; si no se utiliza un doble rasero para medir los actos de la oveja negra cubana frente a los de los gobiernos supuestamente democráticos de casi todo el resto del continente.

Estoy en buena medida de acuerdo con mi amigo. No quiero decir con ello que los famosos logros de la revolución, la extensión de cuidados médicos, educación y una alimentación suficiente a sectores que no tenían acceso a tales bienes, puedan utilizarse como argumento para disimular sus abusos. No hay régimen ni gobierno que no tenga algún mérito en su haber, lo cual no hace buenos sus desmanes. Errores y logros pueden contrarrestarse en la balanza de un político o un sistema, lo que para algunos justifica que Fidel Castro siga en el poder después de 46 años, a pesar de las decisiones que ha tomado durante su gobierno.

Pero supongamos que en Cuba muriesen todos los años cientos de miles de personas intentando abandonar el país ; que parte de la policía, el Ejército y la judicatura estuviese a sueldo de narcotraficantes ; que se cometiesen cientos de bestiales asesinatos de mujeres ante el desinterés o la ineficacia más flagrante, de las autoridades ; que la desnutrición afectase a poblaciones enteras de indígenas. Todo ello sería utilizado por los países occidentales, con razón, como pruebas de cargo contra el régimen cubano. Sólo que no es en Cuba donde suceden tales horrores, sino en el vecino México. Sin embargo, los gobiernos occidentales no tienen empacho alguno en recibir cordialmente a sus líderes ni en colaborar en el adiestramiento de una policía y un Ejército famosos por su implicación en actividades delictivas.

Ejemplos de atentados constantes contra los derechos humanos y de corrupción al más alto nivel, incluido el tráfico de drogas y armas, se dan en otros países de Latinoamérica y tampoco allí desencadenan las presiones políticas y económicas a las que se somete a Cuba por delitos con frecuencia menos graves, aunque de ninguna manera disculpables. Notorios delincuentes como Fujimori o Menem contaron con la buena disposición de organismos internacionales y gobiernos europeos mientras instalaban la corrupción y el delito como formas de gobierno en sus propios países.

La razón de este doble rasero es que en los países de régimen totalitario los abusos e injusticias se achacan directamente a su sistema de gobierno, por lo que todos los políticos con cargo serían como mínimo cómplices, mientras que en las democracias formales se consideran culpa de individuos o grupos incrustados en el sistema, al cual se exime por principio de toda culpa, salvo en las raras ocasiones en las que los actos de sus gobernantes nos perjudican directamente.

Así Chávez, aunque democráticamente elegido, se convirtió de pronto en peligroso caudillo populista cuando decidió una política petrolífera contraria a los intereses de los países industrializados y no cejar en su apoyo a Cuba. Es probable que si México o Colombia o cualquier otro país latinoamericano se lanzasen a una política que nos perjudicase gravemente, nuestros gobiernos redescubrirían el lenguaje de la firmeza. Y al contrario, Cuba y Venezuela recibirían un trato más obsequioso si su política fuese menos dañina para nuestros intereses.

Creo, como mi amigo argentino, que se usa un doble rasero para medir la conformidad democrática de los países. Y estoy convencido de que es la disposición de un gobierno a cumplir con las exigencias de los nuestros lo que en última instancia decide si nuestra política hacia él será de hostigamiento, o si los desacuerdos sobre la violación de derechos y el desprecio a las libertades quedarán convenientemente desdibujados tras sonrisas y abrazos fraternales.

 

JOSÉ Ovejero
Escritor

El Periódico de Catalunya

Noticia publicada en la página 8 de la edición de 15/10 /2005

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Juan Alberto Llaguno Betancourt
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