[CE-Peru] El juicio de las naciones.

¡Alabado sea el Señor! Porque ha comenzado a gobernar el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. (Apocalipsis 19,6).
 
Cristo Rey, Rey de Reyes y Señor de Señores (Deuteronomio 10,17; Apocalipsis 19,16) es el que está sentado en el trono, el Cordero, al que un día todas la creación aclamará con grandes voces la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5,12 – 13).
 
Jesús es rey omnisciente, omnipresente, de naturaleza divina e inmutable; pero Jesús es también la revelación del Padre, que se presentó a Moisés como el Dios tierno y compasivo (Éxodo 34,6). Es el Buen Pastor que cuida a su rebaño, buscando a sus ovejas y llevándolas a buenos pastos (Ezequiel 34,12 – 17; Salmo 23). El es el Salvador que siente compasión por los enfermos, que se conmueve profundamente por los que sufren (Juan 11,33), por los que están cansados, abatidos como ovejas sin pastor que tienen hambre de la palabra de Dios (Mateo 9,36).
 
Grandiosa es la ternura de nuestro rey, y el Padre Dios quiere que nosotros, sus hijos en Jesús, reflejemos la misma compasión por los que sufren; nos urge a poner a los necesitados en primer lugar. El infierno, el fuego eterno, espera a los que desprecian a los necesitados (Mateo 25,41; Apocalipsis 20,10).
 
Después de su resurrección Jesús se apareció en varios lugares pero no se le reconocía inmediatamente. En nuestros días Jesús sigue visitándonos en el hambriento, el sediento, el enfermo, el sin casa, el encarcelado; también está en aquellos a quienes alimentamos, vestimos, albergamos y visitamos, y en las personas a quienes dejamos de ayudar. Aunque las obras de caridad no sustituyen a la fe en Jesús para nuestra salvación, seremos juzgados según las obras que hagamos (Mateo 25,31 – 46). Nuestros servicios a los demás demuestran cuánto amamos a Jesús (1 Juan 3,16), y acercarse a él de esta manera implica darse uno mismo. Cuando nuestro rey vuelva en gloria, qué alegría será escuchar su invitación: Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo (Mateo 25,34).
 
Amar y servir a nuestro prójimo es también proteger nuestra familia, primera célula de la sociedad; si esa célula se deteriora viene el temido cáncer, del que se dice que es una célula mal desarrollada. Al igual que pasa en el orden físico pasa igual en el orden social. Hagamos que Cristo reine en cada uno de nuestros hogares, se sienta invitado a él como en la boda de Caná; que entre en las casas con la libertad con que entraba en la de los amigos de Betania. Que viva en ella como en propia casa, igual que en la suya de Nazareth. Pronto se notará la presencia del divino Huésped y Rey de sus moradores. En el seno de esa familia habrá paz, amor, alegría, honestidad, trabajo,  esperanza; habrá resignación en la prueba, habrá prosperidad de toda clase. Jesucristo, Rey universal, ¿no es Rey especialmente de la familia? Acogido amorosamente en el hogar podremos decir: ¡Venga a nosotros tu Reino, Señor! Reino de paz que suplante a la guerra. Reino de pureza que limpie toda inmundicia. Reino de vida que termine con esa terrible cultura de la muerte (aborto, eutanasia, manipulación genética). Reino de luz que desenmascare a las falsas antorchas del liberalismo, neomodernismo y tecnicismo que pretenden iluminar nuestra sociedad, y lo único que están logrando es dejarnos bizcos y ciegos para las cosas espirituales y echar de un plumazo a Dios de la esfera política, económica y social. Reino de desprendimiento interior que desate todas esas cadenas que nuestro mundo y el dinero nos pone, arrebatándonos la verdadera libertad interior. Reino de esperanza que anime a los desalentados y desilusionados de la vida. Reino de verdadera alegría que supla esa otra alegría postiza y ligera de los fáciles placeres. Reino de fe que disipe el ateísmo, el agnosticismo y el indiferentismo religioso que cunden en nuestro mundo, y que acabe con la idolatría a los dioses falsos de las riquezas naturales.  
 
Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor por siempre viviré(Salmo 23,6).
Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz. 
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú
                               
 
 
 
 


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