[devocional-jueves] 24 de Noviembre de 2005 – Victoria.

No dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Me hiciste conocer los caminos de la vida;
me llenarás de gozo con tu presencia.

Hechos 2:27-28

Victoria

       Después de una reunión en la cual se había anunciado el Evangelio, un oyente se acercó al predicador y le dijo: -¿Usted quiere hacernos creer que la muerte de un hombre, ocurrirá hace ya dos mil años, bastará para determinar el lugar donde pasaré la eternidad? El Creyente le contestó: -Pero, ¿quién era este hombre? Allí está toda la cuestión.

       En la tierra, Jesús fue tratado con desprecio. Cuando hablaba, lo acechaban. Se burlaban de él. Se exigió su muerto. Poncio Pilato, a pesar de saber que Jesús no había cometido ningún mal se puso de parte de la multitud criminal. La muerte de Jesús tenía la apariencia de un fracaso: sus discípulos lo abandonaron; no hubo una voz para defenderlo. 

       Jesús sufrió en la cruz esa vergonzosa muerte. Él, el justo, quiso morir por los injustos (1 Pedro 3:18). Entonces Dios mostró, por medio de la resurrección de Jesús y de los extraordinarios acontecimientos que ocurrieron en ese momento, que aquel que había sido crucificado era su Hijo amado, el Salvador del mundo. Dios aceptaba ese sacrificio; desde entonces, todo aquel que por la fe se pusiera al abrigo de la sangre de Jesús sería salvo.

       Sí, la muerte de Cristo fue una victoria: Satanás fue vencido, el pecado expiado, Dios glorificado, y el que recibe a Jesús como su Salvador personal es salvo. Dios le abre su cielo, que no es el de los astros, sino algo que los humanos no se pueden imaginar. 

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    Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. – Tercera carta de Juan versículo 2.

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