Alumbrar allí donde Dios nos colocó
Dios coloca a sus hijos aquí y allá en el mundo como se colocan faroles en las calles de una ciudad. Cuanto más oscuro es el lugar, tanto más útiles son. Pero, lo mismo que las lámparas eléctricas, para dar luz es necesario que estemos en contacto con la fuente de energía. El Señor advirtió a los suyos: «Separados de mí nada podéis hacer«. Evidentemente, las lámparas no se preocupan por el lugar en que fueron colocadas; lo importante es que den luz. El que es responsable de ellas las pone allí donde debes estar.
Para el mundo, en el sentido moral, la luz es la irradiación de la vida de Jesús.
Usted se halla en cierta vecindad, en un determinado lugar de trabajo, en condiciones que quizás usted quisiera cambiar, pero que no se deben a la casualidad. Si Dios le colocó allí, él sabe por qué. Y él espera que usted reproduzca precisamente a su alrededor las perfecciones morales de Jesús: bondad, humildad, dulzura, gozo, paciencia y abnegación. Los que no leen la Palabra de Dios, de algún modo deben poder leerla en la vida de usted. Para eso, ¿qué hace falta? ¡Que pase la corriente! Es necesario quedar en contacto con la fuente divina y mantener la efectiva comunión con el Padre y con el Hijo.
Alumbrar es la razón de ser del cristiano en la tierra. No faltemos, siempre con la ayuda de Jesús, a lo que es nuestra vocación.
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