[Jehova Nissi] Mantenernos alertas.

Manténganse ustedes alertas, porque no saben el día ni la hora (Mateo 25,13) Una enseñanza muy sabida por todos, aunque sea poco eficaz para muchos. Conscientes como somos de que hoy mismo podríamos ser llamados por Dios, solemos pensar que es poco probable, y por el momento nos permitimos olvidarnos de Dios y vivir de espaldas a lo único que da sentido la vida del hombre, a nuestra existencia; así como las vírgenes se durmieron, a nosotros nos envuelve el remolino de la vida

El cristiano preparado para la venida del Señor madruga por él, tiene sed de él, está ansioso de su presencia. Lejos del Santuario donde la presencia de Dios le da fuerza, necesita levantar las manos para alabarle e implorar su misericordia: ¡Dios mío, tú eres mi Dios! Con ansias te busco pues tengo sed de ti. Mi ser entero te desea cual tierra árida, sedienta, sin agua (Salmo 63,1).  Vivir hacia Dios, porque somos sus hijos muy amados, colma de dignidad nuestra vida, nos da la mayor categoría que existe en este mundo. De ahí que suponga una pérdida sin igual oponerse a Dios o simplemente no actualizar de algún modo la tendencia a lo divino. Las vírgenes necias de la parábola narrada en Mateo 25,1 – 13 incurren en este defecto. Son como esas personas que al confundir su felicidad particular, una tranquilidad que podríamos llamar a su modo, con el verdadero ideal de Dios y en Dios para ellos, pretenden una paz a base de centrarse en sus intereses o en sus caprichos, dejando de lado a sabiendas, el querer de Dios. Dicen ser leales a Dios pues se sienten cristianos y en su contradicción, se desentienden de Él en el día a día de modo consciente. No reparan en que estamos hechos para el Señor, y nuestro corazón inquieto solo puede descansar en Él: ¡Quiero verte en tu santuario y contemplar tu poder y tu gloria, pues tu amor vale más que la vida! Con mis labios te alabaré; toda mi vida te bendeciré, y a ti levantaré mis manos en oración (Salmo 63,2 – 4).   

El aceite olvidado por las necias es la práctica del mensaje de Jesús. El aceite y la lámpara significan algo personal e intransferible que forma parte de la propia identidad. Están o no están en la biografía personal. Sin ese aceite y esa lámpara encendida, el hombre no es hombre, Dios no lo reconoce (Mateo 25,12). Si no tenemos gran provisión del aceite de la Palabra que es el poder y la sabiduría de Dios que engendra y vivifica, nuestra fe no se mantendrá iluminada con la luz de la amorosa esperanza. Esta lámpara con que esperamos a Jesús en estas tinieblas es la esperanza que nos dan las profecías hasta que amanezca el día cuando Él venga (2 Pedro 1, 19) y que resplandece con brillo que no se empaña; tener la mente puesta en ella es actitud de prudentes que orientan sus vidas por los caminos de Dios y están preparados para salir a su encuentro. De la misma manera que Israel mantenía siempre encendida la lámpara del Tabernáculo (Éxodo 27,20 – 21) nosotros debemos mantener viva nuestra fe mediante la oración atenta y la meditación de las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 3,16 – 17). La fe viva, que obra por amor, es la que produce la luz de la esperanza que nos tiene siempre en vela para nuestro encuentro con Jesús: Y después de irme y prepararles un lugar en la casa de mi Padre, vendré otra vez para llevarlos conmigo, para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar (Juan 14,3).

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