¿Cómo Ver por la fe Según La Biblia?

La incredulidad de los apóstoles es un tema frecuente en los anuncios de la Pasión y de la subida a Jerusalén. Jesús padece esta falta de fe de los suyos que no comprenden (Marcos 8,31-33).

Cabría preguntarse si Lucas hace seguir el relato de la curación del ciego (Lucas 18,35-43) luego del anuncio de la Pasión con el fin de procurar una enseñanza sobre la necesidad de la fe.

Mateo y Marcos sitúan este episodio más lejos, después de dos incidentes más (Mateo 20,29-34; Marcos 10,46-52). Mateo no hace alusión a la fe y menciona dos ciegos en donde Lucas solo cita uno.

La intención de Lucas está tanto más clara en cuanto que une el episodio del ciego al hecho de que los apóstoles no comprenden nada de las palabras de Jesús (Lucas 18,34) y es el único en hacer notar esto.

El es el único asimismo que menciona la frase todo lo que ha sido escrito por los profetas (Lucas 18,31). No se podía decir mejor que la ceguera de los apóstoles lleva precisamente a no entender las Escrituras a propósito del Hijo del hombre y de su necesidad de subir a Jerusalén.

Poseemos una réplica luminosa de este pasaje en el episodio de los discípulos de Emaus, en donde Lucas hace notar que después de la explicación de las Escrituras ¿no era necesario que Cristo padeciese estas cosas antes de ser glorificado? (Lucas 24,26) y de la fracción del pan, sus ojos se abrieron (Lucas 24,30-31).

Cristo debe subir a Jerusalén para cumplir la ley y los profetas; pero para comprender este misterio pascual hay que abrir los ojos de la fe para poder entender las Escrituras. Los medios humanos son inadecuados; hay que dejarse conducir por otro (Lucas 18,40) para descubrir la luz.

Las peregrinaciones a Jerusalén ocupan un gran puesto en la vida de Jesús. Si se prescindiera de ellas, no se entendería su ministerio público.

Las subidas sucesivas de Jesús a Jerusalén son necesarias para entender su obra. Lucas concibe su Evangelio como una subida progresiva a Jerusalén en donde se consumará el sacrificio de la cruz.

Para Juan, las peregrinaciones de Jesús a Jerusalén forman la trama misma del relato evangélico. La intervención histórica de Jesús descubre su originalidad en el centro mismo del itinerario espiritual de Israel.

Jesús sube a Jerusalén como miembro del pueblo escogido. Se trata tanto para él como para todos los hijos de Abraham, de cumplir una obligación ritual que es esencial en la religión judía. Pero Jesús inaugura la nueva religión fundada en su persona al cumplir esa obligación en la forma en que lo hizo.

Al subir a Jerusalén, el hombre judío quiere manifestar el contenido de su fe en el Señor. Dentro de este mismo rito, Jesús encarna su itinerario de obediencia hasta la muerte de cruz: sube a Jerusalén para morir de amor por los hombres.

Al entregar su vida por obediencia a la voluntad del Padre, Jesús funda la religión del amor universal; se convierte en el prójimo de todos los hombres y los atrae a todos hacia él. Al mismo tiempo, el rito se hace caduco, pues al ser realizado por Jesús, la peregrinación a Jerusalén pierde su significación.

Nace un nuevo templo: el cuerpo de Cristo. Se consuma el régimen de la ley: ha llegado el momento de una religión en espíritu y en verdad. Jesús supera definitivamente la solución pagana del espacio sagrado. De ahora en adelante ya no hay ciudades santas.

El centro espiritual de la humanidad es el cuerpo de Cristo resucitado. La obediencia amorosa de Cristo, hasta entregar su vida, inaugura en El un Reino que no es de este mundo (Juan 18,36).

En toda su vida terrestre fue el peregrino de la Jerusalén celestial. Así seremos también los cristianos, como Iglesia cuerpo de Cristo continuamente en marcha hacia su realización perfecta más allá de la muerte, y que renueva constantemente nuestra fe convocados como peregrinos del Reino dispuestos a dar la vida al seguir a Jesús.

En la imagen de la curación del ciego, los cristianos contemplamos nuestra propia resurrección y vocación a la vida de Cristo, la resurrección de todos sus hijos en el Bautismo.

Todos hemos sido iluminados, es decir hemos recobrado la vista merced a la fe en Cristo.

Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú

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