Salmo 119:89 – 91

¡Señor, tu palabra es eterna; afirmada está en el cielo! Tu fidelidad permanece para siempre; tú afirmaste la tierra y quedó en pie. Todas las cosas siguen firmes conforme a tus decretos, porque todas ellas están a tu servicio (Salmo 119,89 – 91).

Los fariseos esperaban un Reino de Dios en la tierra, un reino político que pondría fin a la dominación romana con gran poder y signos extraordinarios.  Si Jesús era de verdad el Mesías, ¿cuándo iba a empezar este reino?  Hacía falta organizarse; diseñar planes para tomar el poder; reunir tal vez un ejército. Pero la respuesta de Jesús (Lucas 17,20 – 25) dejaría perplejos a aquellos hombres:

El Reino de Dios no viene con espectáculo, estaba ya en medio de ellos.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano. Días antes de su muerte lloraba ante Jerusalén con estas palabras: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos (Lucas 19,42).

Por eso me guío por tus preceptos y odio toda conducta falsa. Tus mandatos son maravillosos; por eso los obedezco. La explicación de tus palabras ilumina, instruye a la gente sencilla (Salmo 119,128 – 130).

El Reino de los cielos es ya una realidad. El Reino de Dios está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia (Mateo 26,26 – 28; Marcos 14,22 – 24; Lucas 22,19 – 20). El cielo está ya entre nosotros. Sin embargo es una realidad que sólo es visible y puede ser vivida en la medida en que entramos en la esfera divina mediante la gracia que produce el Espíritu Santo. Cuando nos alimentamos con el Espíritu por medio de la oración y la meditación diaria de la Palabra se abre delante de nosotros el horizonte del Reino, en donde el amor, la alegría y la paz son una verdadera realidad. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Mira con buenos ojos a este siervo tuyo, y enséñame tus leyes; quiero vivir para alabarte; que tu justicia me ayude (Salmo 119,135.175).

Dejar que Jesús reine en nuestra alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera con nosotros. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida. ¡Que diferente sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema! Entonces sí podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra. Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa.

Señor, en mi peregrinar por la tierra llévame por tus sendas, consuélame, instrúyeme y reanímame. Por tu luz y poder en haz que pueda seguir tus caminos hasta el día que me lleves a tu Reino

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