[devocional-viernes] 30 de diciembre de 2005 – Obediencia y no servidumbre.

Vosotros sois mis amigos (dijo Jesús a sus discípulos),
si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor.

Juan 15:14-15.

Obediencia y no servidumbre

       La desobediencia de Adán y Eva al único mandamiento que Dios les había dado fue el origen del pecado en el mundo. Lo que hoy caracteriza a un verdadero creyente es que posee la vida de Cristo y, por consiguiente y normalmente, es obediente a Dios. El término obediencia no es muy popular; en nuestros pensamientos se opone a la palabra libertad, adornada con todas las ventajas.

       Se olvida que hay varias motivaciones posibles para la obediencia:

La obligación: no se le preguntaba a un esclavo si quería obedecer; se le obligaba, por la fuerza si era necesario. Un niño criado normalmente aprende la obediencia de la misma manera; si no ¡cuidado con el castigo!. 

La necesidad: parte de nuestros lectores son (o fueron) asalariados que deben sujetarse a su patrón si quieren conservar su empleo para poder sostener a su familia.

El amor: el creyente tiene otros motivos diferentes a la obligación o a la necesidad: obedece por amor al Dios que se le reveló como un Padre lleno de ternura; por amor a su Salvador quien dio su vida para arrancarlo de la perdición eterna, y quien dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15).

       Asociemos, pues, la obediencia a Dios, no a la servidumbre, sino a la libertad del amor. 

       "El que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace» (Santiago 1:25).

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    Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. – Tercera carta de Juan versículo 2.

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