El Se?or salvar? a su pueblo.

  Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios, sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día (Salmo 1,1 - 2).
  
  La Escritura dice que los designios de Dios para los que le obedecen son maravillosos: ¡Ojalá hubieras hecho caso de mis órdenes! Tu bienestar iría creciendo como un río, tu prosperidad sería como las olas del mar (Isaías 48,18). Estas promesas de prosperidad y felicidad que nos hace Dios no se refieren a la vacía afluencia de los ricos ni a la gloria vana de los poderosos del mundo, sino al auténtico gozo de los que entregan su vida al Señor. Si le obedecemos seremos prósperos y cosecharemos el fruto del Espíritu. Si constantemente depositamos nuestra esperanza de salvación en Cristo y no en nuestras propias acciones, viviremos unidos a Dios. ¡Esa sí que es una vida triunfante! Y al igual que el océano, no puede ser contenida por los obstáculos del tiempo presente. Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas. ¡Todo lo que hace, le sale bien! (Salmo 1,3).
  
  Por supuesto que el pecado también nos hace promesas en forma de tentaciones, que son muy seductivas para lo que el Nuevo Testamento llama la carne, o sea, la naturaleza pecadora del ser humano. Es cierto que quien se encapriche en algún pecado, obtendrá una satisfacción carnal pasajera pero el pecado lleva implícita la garantía indefectible de una frustración posterior y un apetito de más degradación aún. Con los malvados no pasa lo mismo, pues son como paja que se lleva el viento. Por eso los malvados caerán bajo el juicio de Dios y no tendrán parte en la comunidad de los justos (Salmo 1,4 - 5).
  
  Curiosamente muchos santos de la Iglesia fueron personas que al principio buscaron las satisfacciones de este mundo, pero Dios los invitó a todos ellos a no dejarse dominar por las inclinaciones carnales, sino más bien a seguir el camino del Señor. Ellos trabajaron por el reino, y encontraron una vida plena y satisfactoria que sigue siendo atractiva hasta el día de hoy. El Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malos lleva al desastre (Salmo 1,6).
  
  Dios nos invita a obedecerle y nos promete enseñarnos lo que es para nuestro bien (Isaías 48,17), algo que el mundo jamás podría equiparar, es decir, que a nosotros y a nuestra descendencia nunca nos hubiera destruido, ni nos hubiera apartado de su vista (Isaías 48,19).
  
  ¡¡¡Señor, abre nuestros los ojos para ver las riquezas que heredamos en Jesucristo. Haznos alzar la mirada al cielo, donde Tú has preparado una morada para los que te obedecen. Cólmanos de tu Espíritu Santo, para que deseemos la vida que Tú quieres para nosotros!!!
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  Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
  Juan Alberto Llaguno Betancourt
  Lima - Perú - SurAmérica

     

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