[Jehova Nissi] Amor eterno de Dios.

Señor, yo te alabo porque tú me libertaste, porque no has permitido que mis enemigos se burlen de mí. Señor, mi Dios, te pedí ayuda, y me sanaste; tú Señor, me salvaste de la muerte; me diste vida, me libraste de morir (Salmo 30,1 – 3).
 
Jerusalén comparada a una viuda o a una divorciada abandonada del esposo (Isaías 54,1) pacta nuevamente con el Señor. El amor de Dios a Jerusalén es descrito en forma de imágenes matrimoniales sin que por ello el autor pierda originalidad con el empleo de bellísimas expresiones: Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor por ti no cambiará ni se vendrá abajo mi alianza de paz. Lo dice el Señor que se apiada de ti (Isaías 54,10). Es un lenguaje entrañable, que muestra los planes de salvación que Dios tiene para con su pueblo. Dios ofrece el perdón a Israel, le muestra su afecto, le invita a retornar a su vera.   
La estabilidad del nuevo pacto de amor, iniciativa del esposo, se afirma recurriendo a la hipótesis de lo imposible. Hay que gritar de alegría, estallar en cantos de gozo, porque esas palabras van dirigidas a gente anonadada, humillada, a hombres que todo podría llevarles a la tristeza y la desesperación. La razón de la alegría, incluso en situaciones humanamente sin salida, es el amor de Dios por nosotros. Dios afirma que nos ha desposado. El profeta explica el exilio como una consecuencia natural de la mala conducta del pueblo escogido. Y ahora nos describe la presencia de un nuevo estado de salvación bajo la forma de una alianza de paz, concebida a título de un juramento por el que Dios se obliga para con su pueblo. Cuando Pablo repetirá a los esposos que su amor es grande, porque es el signo del amor de Cristo y de la Iglesia (Efesios 5,32) no hará sino repetir esas palabras mismas de Dios. Ustedes, fieles del Señor, ¡cántenle himnos!, ¡alaben su santo nombre! Porque su enojo dura un momento, pero su buena voluntad, toda la vida. Si lloramos por la noche, por la mañana tendremos alegría (Salmo 30,4 – 5).  
 
Jesús se comparará a sí mismo con el novio; su Reino será como el banquete de bodas del Novio, del Cordero, que es él mismo. El que estuvo en las bodas de Caná y convirtió el agua en el vino bueno de la alegría y del amor. El Esposo que se entregó en la cruz por su Esposa la Iglesia. Es una imagen valiente y hermosa, que se aplica en el Antiguo Testamento a la relación de Dios con su Pueblo, y en el Nuevo Testamento a la de Cristo con su Iglesia. Jesús nos dirige un reproche y va directamente a las motivaciones profundas, como decimos hoy (Lucas 7,24 – 26). Quiere que las gentes tomen conciencia del sentido de sus gestiones. Hace y dice todo cuanto puede. Sin embargo, parece que sus palabras chocan y resbalan, ante la incredulidad de los corazones soberbios. Nos dice que Juan no es una caña agitada por el viento; que no se doblega ni ante las presiones ni ante los halagos. Ha mostrado su reciedumbre hasta el testimonio de la muerte. Éste sí que puede ser un auténtico profeta, un mensajero de Dios que prepara los caminos de Cristo (Malaquías 3,1). Pero una vez más, Jesús tiene que quejarse de que a un profeta así le han escuchado la gente sencilla, los más pecadores, pero los fariseos y los letrados, que no han aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos. Yo me sentí seguro, y pensé: Nada me hará caer jamás. Pero tú, Señor, en tu bondad me habías afirmado en lugar seguro, y apenas me negaste tu ayuda el miedo me dejó confundido (Salmo 30,6 – 7).
 
Ahora se repite la invitación de Dios a su Iglesia, o sea a cada uno de nosotros. La invitación a volver más decididamente a su amor, como esposa fiel, dispuesta a abandonar sus distracciones extramatrimoniales. ¿No es Jesús la voz que sigue gritando en el desierto de nuestras conciencias, llamándonos a la conversión, atrayéndonos a su amor? ¿Quién puede decir que no necesita esta llamada? ¿A quién no le crece más, a lo largo del año, el hombre viejo que el nuevo? ¿Quién puede asegurar que no ha habido desvíos y olvidos en su vida de fe y en su fidelidad a Diosí La figura del Bautista también nos interpela, pues ahí tenemos el modelo de un seguidor recio y fiel de los planes de Dios. Comparados con él, ¿podemos asegurar que somos personas de carácter, que no obran siguiendo la moda, lo fácil, lo que halaga, lo que hacen todosí ¿Somos sinceros para con Dios, fieles a su amor? Esta pregunta nos la debemos hacer cada uno de los fieles cristianos porque nuestra relación de amor y fidelidad con Dios puede conocer en cada caso episodios de ida y de vuelta, de pasos adelante y pasos atrás. Hoy es una ocasión propicia para revisar nuestra vida y volver al amor primero. A ti Señor, clamo; a ti Señor, suplico, óyeme y ten compasión de mí; Señor, ¡ayúdame! Has cambiado en danzas mis lamentos; me has quitado el luto y me has vestido de fiesta. Por eso, Señor y Dios, no puedo quedarme en silencio: ¡te cantaré himnos de alabanza y siempre te daré gracias! (Salmo 30,8 – 12).
 
Jesús nos reprocha no haber comprendido su mensaje. Vamos en busca de la gloria que da el mundo a quienes obran según el slogan del momento. Corremos tras la vanidad del tener más y más; sin compartir lo que Él mismo nos ha dado: amor, cariño y comprensión. Esto es leer las Escrituras y no entender el mensaje de Cristo, no vivir el Evangelio; llamarse cristiano y apenas conocer a Jesús. Pero Jesús es paciente. Nos espera. Y si nos reprocha algo en nuestra conciencia, es porque nos ama y nos quiere cerca de su amantísimo Corazón. Podemos corresponderle acercándonos a Él, viviendo y compartiendo nuestra fe.  
 
¡¡¡Señor Jesús, mi mente humana no puede comprender por sí sola el plan divino. Ilumíname con tu Espíritu Santo para que yo pueda encontrarte, experimentar tu amor y tu perdón eternos, y aceptar tu voluntad para mí!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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