[Jehova Nissi] Cristo, manantial de vida eterna.

El paralítico estaba totalmente postrado (Lucas 5,17 – 26); su limitación no le permitía desempeñarse como cualquier otro ser humano. Esta limitación que de por sí era oprobiosa aumentaba más con la marginalidad a que era sometido por la mentalidad vigente en aquella cultura. Como enfermo estaba totalmente desplazado de la comunidad humana. Se consideraba en general que la enfermedad provenía del pecado. Si un ser humano enfermaba, se pensaba que necesariamente era un pecador. Cuanto más grave su enfermedad tanto mayor era el pecado que se suponía habría cometido. Si no hubiera sido él, la familia o algún antepasado. Los sacerdotes, escribas y los fanáticos religiosos guardaban celosamente los prejuicios de la cultura como normas absolutas e inalterables. Sometían a la población a un régimen de ideas que los ataba a la estructura ideológica del sacralismo y el perfeccionismo legal. En ese esquema, el enfermo no tenía alternativa. Era expulsado de la comunidad y ya no era reconocido prácticamente como ser humano.
 
Jesús rompe ese esquema y propone una visión amplia, generosa, tierna. El ser humano, cualquiera que sea, tiene un valor tan grande que las normas y los prejuicios tienen que modificarse para que la persona sea el centro de la vida. La fe de un pueblo tiene que partir de que el Dios de la Vida está en medio de ellos para hacerlos crecer en dignidad, justicia y solidaridad. La fe en Dios no se puede utilizar para marginar y recriminar a nadie. Este orden de convicciones, este credo vital y liberador, es el que Jesús aplica en la discusión con los fanáticos religiosos. El ser humano, no importa qué dignidad y cargo ocupe, no está en el mundo para reprimir a sus hermanos y someterlos a la servidumbre de las costumbres. Oh Señor, ¡muéstranos tu amor, y sálvanos! Escucharé lo que el Señor va a decir pues va a hablar de paz a su pueblo, a los que le son fieles, para que no vuelvan a hacer locuras. En verdad Dios está muy cerca para salvar a los que le honran; su gloria vivirá en nuestra tierra (Salmo 85,7 – 9).
 
El evangelio nos invita a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que a veces sin saberlo están buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o soledad. Gente que tal vez ya no espera nada en esta vida. O porque creen tenerlo todo, en su autosuficiencia. O porque están desengañados. El cumplimiento profético del mensaje de Isaías acerca de la venida de Cristo en la Encarnación debe llenarnos de esperanza y alegría. Tal como el desierto se transformaría en lago y la tierra seca se llenaría de manantiales así también la venida de Cristo a nuestro corazón nos impartirá una vida nueva: Todos verán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios. Fortalezcan a los débiles, den valor a los cansados, digan a los tímidos: ¡Ánimo, no tengan miedo! ¡Aquí está su Dios para salvarlos, y a sus enemigos los castigará como merecen! Entonces los ciegos verán y los sordos oirán; los lisiados saltarán como venados y los mudos gritarán. En el desierto, tierra seca, brotará el agua a torrentes. El desierto será un lago, la tierra seca se llenará de manantiales (Isaías 35,2 – 7).
 
¿Somos de los que se presentan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo? Es el lenguaje que todos entienden mejor. Si nos ven dispuestos a ayudar, saliendo de nuestro horario y nuestra comodidad, facilitaremos en gran manera el encuentro de otros con Cristo. No seremos nosotros los que curaremos o les salvaremos, pero les habremos llevado un poco más a la cercanía de Cristo. Si también nosotros, como Jesús que se sintió movido por el poder del Señor a curar, ayudamos a los demás y les atendemos, les brindamos una mano, y si es el caso les perdonamos, contribuiremos a que éste sea para ellos un tiempo de esperanza y de fiesta para tener esa agua viva, para recibir a Cristo, el Manantial de la vida eterna (Juan 4,14). El amor y la verdad se darán cita, la paz y la justicia se besarán, la verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo. El Señor mismo traerá la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia irá delante de él y le preparará el camino (Salmo 85,10 – 13).
 
¡¡Señor Jesús, sácianos de agua viva; ven al desierto de nuestra vida y refréscanos para que seamos señales de tu vida para el mundo. En Ti confiamos y no nos agobia la sed, porque Tú eres el agua de la vida!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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