Para entrar en el reino de los cielos.

Den gracias al Señor porque es bueno, porque su amor es eterno. En mi angustia llam? al Señor; me escuch? y me dio libertad (Salmo 118,1.5).
¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Qui?n podr? igualarnosí Extensa letan?a del orgullo humano en la que van desfilando los títulos de seguridad, seguidos como un estribillo, por el eco de las guerras, el clamor de los explotados y la muerte de los oprimidos. Basta que se produzca una inesperada devaluaci?n del oro para ver temblar en sus cimientos a esa gente que vive en las ciudades construidas sobre arena (Mateo 7,26 – 27) ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidasí Pero el hombre es incorregible y existe un abismo entre nuestros relatos de historia y la Historia vista desde el lado de Dios, en ese Reino inaudito en el que la gente pobre goza de consideraci?n y los humildes rebosan d e alegr?a. En ese día se cantar? en la tierra de Jud?: Tenemos una ciudad fuerte; para salvarnos el Señor levant? murallas y fortificaciones (Isa?as 26,1). Ciertamente no se trata de Jerusal?n ni de Babilonia consideradas como capitales geogr?ficas, pues Jesís anunciar? incluso la destrucci?n de Jerusal?n; esa profec?a de Isa?as anuncia la comunidad espiritual, la Iglesia, Ciudad fuerte. Con ello responde a la necesidad profunda de seguridad que habita en todos los hombres, proteger nuestras propias fragilidades.
No tenemos aquí ciudad permanente, nuestra morada está destinada a permanecer eternamente. Confíen siempre en el Señor porque es refugio eterno (Isa?as 26,4) ¿Construimos para cien años o construimos para siempre? ¿CuÉl es nuestra Jerusal?n? ¿La que se jacta de tener muro y antemuro, o la que baja del cielo engalanada como una novia ataviada para s u esposo? ¿Ciudad protegida contra la guerra o ciudad inerme abandonada al amor? ¿Ciudad de los hombres o ciudad de Diosí Los que conf?an en el Señor son como el monte Sion. Pero un día Si?n fue a su vez arrasada El Señor hace caer a los orgullosos y humilla a la ciudad soberbia derrib?ndola hasta el suelo, para que los humildes y los pobres la pisoteen (Isa?as 26,5 – 6) ¡El que pone su confianza en el Señor no morir? jamás! El Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qu? me puede hacer el hombre? Es mejor confiar en el Señor que confiar en grandes hombres (Salmo 118,6.9).

 

¡Abran las puertas del templo que quiero entrar a dar gracias al Señor! Esta es la puerta del Señor y por ella entrar?n los que le son fieles (Salmo 118,19 – 20). Isa?as pide a sus conciudadanos que abran su mentalidad, porque la ciudadan?a de esta ciudad la crean la justicia y la fidelidad y no el hecho de pertenecer a una raza o a un pa?s. La puerta está abierta a todos los pueblos, a todos los hombres justos y fieles, a los que hacen la voluntad del Padre celestial (Mateo 7,21) quien construye la paz sólidamente. Los hombres de hoy, más aún que los de épocas precedentes, saben que la guerra es destrucci?n, desgracia, muerte. Saben también que la paz no es propiedad particular, sino que su suerte se juega en el plan internacional pues toda guerra, incluso local, repercute en el resto de la humanidad. ¿C?mo es posible tanta indiferencia sobre este asunto? ¿Por qué la humanidad, aunque aspire a la paz, no se compromete más decididamente en una acci?n conjunta en favor de la paz? Construir la paz, con Dios. Y esto comienza ya a nivel de nuestras relaciones humanas, construir la paz con los que viven con nosotros. Jesís no quiere qu e cultivemos sÉlo una relación con Él, sino que seamos seguidores unidos a Él que trabajen por cambiar la situación de la humanidad, cumpliendo así la voluntad de su Padre. Al final de la vida nadie podr? aducir en su favor el devoto reconocimiento de Jesís si se ha apartado de las exigencias fundamentales del Reino, si sus obras no nacieron del amor, si no contribuyeron a cumplir el designio del Padre. Una empresa difícil es la propuesta del Reino, pero nada podemos temer si confiamos en el Señor; Él es la roca segura, y quien se acerca a Él está firme y mantiene la paz.
¿En qué tenemos puesta nuestra confianza? ¿En el dinero, en el poder, en las riquezas naturalesí Pues nuestro derrumbamiento ser? total porque sÉlo hay un valor seguro, y ese valor se llama Dios. Hacer su voluntad y no la nuestra es lo que marca la diferencia entre un esp?ritu aut?ntico de seguimiento de Cristo y otro que no lo es. Esa es la voluntad que hace que nuestra vida se e difique sobre un sÉlido cimiento. Porque, ¿qué seguridad futura, qué tranquilidad de conciencia nos daráa seguir nuestra voluntad si no está unida a Diosí No son pocos los que sin pensarlo siguen como modo de vida sus impulsos, sus caprichos y su comodidad, sin darse cuenta que edifican su vida sobre arena, y por ello sufren tantas depresiones y hay tanto vac?o, tanta desilusi?n incluso entre nuestros familiares y conocidos. Las dificultades y desgracias no tienen ya sentido ni esperanza.

 

¡¡¡Padre celestial, conc?denos paz y esperanza. Queremos confiar en Ti, roca nuestra, aún en los tiempos de prueba. Ay?danos a pensar en Ti para que conozcamos la paz de Cristo!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con am or y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per? – SurAm?rica


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