[CE-Peru]Trascendencia del Señor.

Si algo es famoso y universalmente conocido de la vida de Jesús de Nazareth es su capacidad de hacer el bien para los hombres, pero no solamente el bien a toda hora en favor nuestro, incluso a costa de su vida como en la Pasión. Nos favorece también con su capacidad absoluta para lo que nosotros no podríamos por grande que fuera nuestro empeño. Jesús hace prodigios: su poder nos admira, porque es omnipotente. En el Señor observamos siempre una perfecta armonía entre sus deseos, por imposibles que nos resulten, y su poder. Y hasta tal punto, que nunca es su capacidad algo que matice o condicione su querer, como nos sucede habitualmente a los simples hombres. Siendo también Dios, su querer siempre se cumple, su poder realiza todo su querer. Nos quedamos entre admirados, maravillados y perplejos ante ese poder tan inaudito pero, por otra parte, tan habitual en la vida del Señor.
Vengan, cantemos al Señor con alegría; cantemos a nuestro protector y Salvador. Entremos a su presencia con gratitud, y cantemos himnos en su honor (Salmo 95,1 – 2).
Jesús obra numerosos milagros ante los hombres, pero no ciertamente para hacer un alarde y admirarnos con ellos, como si se enriqueciera de algún modo con algo nuestro. Ninguna necesidad tiene del reconocimiento del hombre, habiéndose encarnado sólo para nuestro provecho, por amor. Con los milagros manifiesta su trascendencia, de modo que viéndole como hombre le reconozcamos también como Dios. Nos muestra así el amor de Dios por el hombre.
Porque el Señor es Dios grande, el gran Rey de todos los dioses. Él tiene en su mano las regiones más profundas de la tierra; suyas son las más altas montañas. El mar le pertenece, pues él lo formó; con sus propias manos formó la tierra seca (Salmo 95,3 – 5).       
Manifiesta Jesús su poder sobre el demonio que poseía a aquel hombre de la sinagoga (Marcos 1,25). Manda incluso a los espíritus inmundos y le obedecen, como reconocen todos (Marcos 1,27). Era notorio para la gente que algún espíritu inmundo dominaba a uno de sus paisanos en Cafarnaúm, y que ninguno de ellos podría obligar al demonio a salir. Sin embargo muchos de ellos, aún después de ver el milagro, no le aceptan como Dios, que es Señor de cuanto existe y domina sobre todo espíritu, sino que llegan a decir que expulsa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios. Como si Satanás, que siempre quiere dañarnos, pudiera actuar en favor nuestro.
Vengan, adoremos de rodillas; arrodillémonos delante del Señor, pues él nos hizo. Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo; somos ovejas de sus prados. Escuchen hoy lo que él les dice: No endurezcan su corazón (Salmo 95,6 – 8).
Es innegable hoy como hace dos mil años, la existencia de un poder en el mundo trascendente a los hombres. Son numerosos los fenómenos que no podemos explicar, que exceden con mucho a nuestra capacidad y que desde luego, son efectos que reclaman su causa. Jesucristo se nos presenta como el Hijo de Dios que tomó nuestra carne y que con su venida al mundo, se hizo imprescindible para toda vida verdaderamente humana: para la vida en Dios que quiso el Creador para nosotros. El Evangelio, ese divino mensaje para los hombres que incluye la Redención, nos enseña una conducta de fe: que aceptemos como Dios a Jesucristo. El Hijo de Dios encarnado por su voluntad para la liberación del hombre del pecado y de la muerte, se ha hecho imprescindible para una existencia humana digna. No nos basta con nuestros medios, con nuestro solo esfuerzo, no son suficientes nuestras capacidades heroicamente ejercidas. No saldríamos con todo eso de nosotros mismos y llegaríamos a ser hombres intranscendentes, no saldríamos de los límites de este mundo. El hombre de suyo aspira a la trascendencia, tenemos anhelo de infinitud y por tanto necesitamos la fe. Jesús es la respuesta a ese misterio humano que debemos invitar a vivir en nuestro centro escondido, inaprensible, centro mismo de nuestro ser, el corazón que debemos abrirlo de para en par para que su poder nos transforme radicalmente.
 
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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