Asa El rey de Judá en la Biblia

Asa, rey de Judá

«El Señor recorre con su mirada toda la tierra y está listo para ayudar a quienes le son fieles. Pero de ahora en adelante tendrás guerras, pues actuaste como un necio». (2 Crónicas 16:9)

Al comenzar este nuevo año, me interesé en la palabra “Comenzar”. Buscando, encontré que esta palabra se repite 79 veces en el libro de Crónicas y Reyes según la concordancia bíblica. Así llegué a los reyes de Israel y Judá:

«Era Roboam de cuarenta y un años cuando comenzó a reinar.» «Asa comenzó a gobernar sobre Judá.» «Comenzó a reinar Joram hijo de.» «De siete años era Josías cuando comenzó a reinar.» «Cuando Ocozias comenzó a reinar, tenía cuarenta y dos años.»

En la historia de Israel, las tribus primitivas nómadas eran gobernadas por el patriarca del clan. Durante el éxodo de Egipto, el gobierno fue ejercido por Moisés, a quien sucedió Josué en lo que virtualmente fue una teocracia con un líder hereditario elegido por llamamiento divino y reconocido por el pueblo.

Cuando Israel se estableció en Palestina, las tribus fueron gobernadas principalmente por los padres o ancianos de la aldea. El libro de los Jueces termina con una nota de caos social atribuido a la falta de un rey, pero en el período siguiente, la situación mejoró bajo la dirección religiosa y jurídica de Elí y Samuel.

Samuel se convirtió en un hacedor de reyes, pero no por iniciativa propia, sino a insistencia del pueblo, y así llegaron los reyes a Israel.

Me llamó la atención cómo cada uno de ellos comenzó su reinado. Ninguno fue declaradamente mal intencionado, pero en el camino de su ejercicio y a pesar de un inicio auspicioso, acabaron mal.

Comienzo mi devocional con el reinado de Asa. Por diez años, Asa hizo lo que era correcto y prosperó. Mientras fue obediente, el cielo le regaló protección y bendición, pero en la desobediencia cayó el castigo.

Al inicio de cada uno de estos años, imagino que se proponía con temor hacer lo correcto delante de Dios, como muchos de nosotros, ansiamos que se nos vuelva a dar la oportunidad de demostrar que podemos hacer las cosas bien.

Asa hizo lo bueno y agradable ante el Señor su Dios. Se deshizo de los altares paganos, destrozó las piedras paganas, ordenó a los habitantes de Judá que acudieran al Señor, se deshizo de los santuarios paganos, construyó ciudades fortificadas y reconstruyó las murallas de protección.

Cuando el ejército cusita amenazó con invadirlo con un millón de soldados y trescientos carros de guerra, él invocó al Señor y le dijo: «Señor, sólo tú puedes ayudar al débil y al poderoso. ¡Ayúdanos, Señor y Dios nuestro, porque en ti confiamos, y en tu nombre hemos venido contra esta multitud! ¡Tú, Señor, eres nuestro Dios! ¡No permitas que ningún mortal se alce contra ti!»

Con un ejército de trescientos mil venció a los cusitas porque Dios estaba con él.

¡Qué buen comienzo el de Asa! Cada año le daba gracias a Dios porque había paz y bendición.

Los profetas lo animaban a que no se apartara de la Ley. Con palabras de advertencia y exhortación le indicaban los pasos a seguir en su reinado: «El Espíritu de Dios vino sobre Azarías y le dijo: Asa, ¡escúchenme! El Señor estará con ustedes siempre y cuando ustedes estén con él. Si lo buscan, él dejará que ustedes lo hallen, pero si lo abandonan, él los abandonará.»

Cuántas veces tenemos ánimo de escuchar con verdaderos oídos dispuestos a entender. ¿Quién tiene que venir a gritarte para que recién decidas atender?

Asa escuchó, y fue tanta su obediencia que no le importó destituir del Reinado a su propia abuela. No merecía tener el título de reina madre cuando la idolatría a los dioses paganos la había apartado del Dios Verdadero.

Asa escuchó, pero su idea de ser radical no lo llevó a ser santo en todas las áreas de su ministerio y dejó santuarios paganos sin quebrar, espíritus inmundos que se quedaron escondidos en Israel.

«Asa destituyó a su abuela Maca porque había hecho una escandalosa imagen de la diosa Asera, la derribó, la redujo a cenizas y la quemó en el arroyo del Cedrón. Aunque no quitó de Israel los santuarios paganos.»

Cuando tenemos la oportunidad de volver a empezar, tratamos de ver cada detalle débil para no volver a cometer el mismo error. Decimos: «comenzaré con el firme propósito de hacer lo correcto y lo que le agrada al Señor.» Toda esta intención se vuelve infructuosa si antes no derribamos al hombre fuerte que gobierna las debilidades de nuestra mente y corazón, santuarios al orgullo e inseguridad.

En el año treinta y seis de su reinado, otro enemigo se levantó contra Asa. Ya habían pasado las épocas en las que él dependía totalmente de Dios. Los años vividos lo habían vuelto más independiente y autosuficiente. Así que cuando supo de otro contrincante, no se le ocurrió mejor idea que buscar un aliado pagano para pelear contra ese vecino que daba problemas. Otro profeta de Dios se levantó e inmediatamente le advirtió que no debería poner su confianza en ningún hombre en vez de confiar en el Señor: «El Señor recorre con su mirada toda la tierra y está listo para ayudar a quienes son fieles, pero de ahora en adelante tendrás guerras, pues actuaste como un necio.»

Una vez que permites que un espíritu inmundo te convenza a pecar, te haces sordo a la verdadera voz de Dios. Asa se enfureció contra el siervo de Jehová, lo mandó a encarcelar y comenzó a oprimir a todo su pueblo.

¿Se puede encarcelar a Dios? ¿Puedes callar la voz de sus Mensajeros? NO. Asa se enfermó de los pies y aunque su enfermedad era grave, no buscó al Señor, sino que recurrió a los médicos. Así murió a los cuarenta y un años de su reinado.

Nosotros no tenemos un reino, pero Dios nos ha dado un dominio donde dar testimonio y la Palabra de que somos hijos de Dios. Hemos comenzado este nuevo año con convicciones firmes de no apartarnos de Dios. Esto solo será posible si le dejas limpiar todos esos altares que quieren gobernar tu vida. Ten temor a Dios, pon tu vida en las manos de Él y tu pequeño reino será prosperado.

Martha Vílchez de Bardales

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