Arqueología Bíblica: Jerusalén

JERUSALÉN

Jerusalén Antiguo

Parece una amarga ironía que a esta ciudad se le llame «Princesa de la Paz». Desde hace dos mil años no ha habido paz en Jerusalén, la ciudad en que aconteció la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En ningún lugar santo del mundo han corrido tales ríos de sangre como aquí. En ningún lugar se ha luchado con tal ardor, se ha odiado tan profundamente como en la pequeña ciudad en las calvas, grises colinas rocosas de las montañas de Judá. Tres religiones mundiales -judaísmo, cristianismo e islamismo- hicieron de ella la manzana de la discordia de su creencia. Sin embargo, tampoco en ningún lugar se han rezado tantas oraciones como en Jerusalén. Pues, según intenta explicarlo el escritor Peter Bamm en su libro Lugares de la cristiandad primitiva:
El motivo de las rencillas acerca de Jerusalén fue siempre la exageración de una virtud, la virtud de la piedad.

Desde los días de Jesucristo, la ciudad ha sido conquistada once veces y destruida totalmente cinco. Mas sus ruinas siguen guardando los recuerdos del pasado, aunque, según opinión de los arqueólogos, la Jerusalén bíblica descansa bajo una capa de cascotes de 20 m de altura. Por ello resulta tan problemático querer reencontrar, como viajero de hoy, la Jerusalén de hace 2000 años. En el año 70 d.de J.C. ocurrió lo que Cristo había predicho: «Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de las naciones.» Las legiones de Tito hicieron que la ciudad cayese pasto de las llamas. Al mismo tiempo se roturaron completamente sus alrededores en un radio de 18 km, convirtiéndolos con ello en un desierto calcáreo que aún subsiste hoy. Se derribó la triple muralla, se destruyó y se mancilló el templo de los judíos. Más tarde, los romanos destruyeron totalmente sus pobres restos, cuando los judíos intentaron desprenderse del yugo romano, bajo las órdenes de Ben Kochba (nombre transmitido hasta nosotros por medio de los «rollos del Mar Muerto»). Adriano fundó, sobre las ruinas, una nueva ciudad, Aelia Catolina. Doscientos años más tarde llegó desde Bizancio la piadosa emperatriz Elena para buscar los lugares santos. Buscó y halló el Santo Sepulcro. Desde ese instante, Jerusalén se convirtió en juguete de la historia.

En el año 614 fue destruida por los persas, en 637 conquistada por el califa Omar, en 1072 por los seljúcidas, en 1099 por cruzados cristianos. En el año 1187, el sultán Saladino volvió a arrebatar la ciudad a los caballeros francos, en 1617 asaltaron sus muros turcos osmanlíes. En 1917 entró en la ciudad el ejército inglés. Y desde 1948, Jordania e Israel luchan denodadamente por la posesión de la «Ciudad Santa». Por mediación de las Naciones Unidas se concertó un armisticio. Ambos contrincantes se quedaron con la parte de la ciudad que en aquel momento ocupaban. Surgió una frontera tan casual como absurda. Una salvaje franja con barreras antitanques y alambres de espinos dividió lo que durante milenios había sido una unidad. Un solo acceso unía ambas partes de Jerusalén: la Puerta de Mandelbaum.

El Muro Occidental, «Kotel», Muro de los Lamentos, Jerusalem, Israel

El Muro de las Lamentaciones:

Los jordanos prohibieron a los judíos rezar ante el máximo santuario del pueblo hebreo, el Muro de las Lamentaciones. Este muro es el último resto del templo destruido por los romanos. Está compuesto de gigantescos sillares de hasta 1,80 m de alto y 11 m de largo. Once hiladas están cubiertas por las ruinas, catorce aún son visibles. Desde la «guerra relámpago» de Israel en la península de Sinaí en junio de 1967 y la conquista de la ciudad antigua de Jerusalén, los judíos piadosos pueden volver a cumplir sus oraciones ante el Muro de las Lamentaciones. Los viernes y días de fiesta, hombres de largas barbas grises besan las piedras, llorando la destrucción del templo. ¨Podrán arrodillarse también ante el Muro de las Lamentaciones en el futuro? Nadie conoce aún la respuesta. Aún no ha llegado a su fin la tragedia de la «Ciudad Santa».
Mapamundi medieval cristiano

Santuarios cristianos:

Los santuarios cristianos en Jerusalén han tenido que soportarlas mismas desgracias que los hebreos. Para los cristianos es el monte Calvario y el Santo Sepulcro, que en realidad son un solo lugar, el polo alrededor del cual gira todo en Jerusalén. Se camina por un laberinto de intrincadas callejas y de repente se llega ante la fachada románica de la basílica del Santo Sepulcro. Hace una impresión sombría y decadente. Están representados en ella todos los estilos arquitectónicos de los últimos mil años. En la entrada se topa, para gran sorpresa, con el islam: según un antiquísimo privilegio, el portal de la basílica es abierto por una familia musulmana. En el centro del gigantesco recinto está la iglesia del Sepulcro dentro de un rosario de capillas, todas las cuales hacen referencia a la historia de la salvación. Una de las capillas está construida sobre la roca del Gólgota. Un hoyo enmarcado en plata indica el lugar donde en un tiempo debió de levantarse la cruz. Bajo la cúpula de la iglesia hay una pequeña capilla de mármol con un atrio, la llamada capilla del ángel. En ella se guarda la piedra que los ángeles apartaron del sepulcro de Jesucristo. Detrás del Santo Sepulcro. Es un espacio muy reducido, en el que caben, como máximo cuatro personas. Llenan el aire nubes de incienso. Lo iluminan 43 lámparas preciosas, cada una de las cuales pertenece a una de las confesiones cristianas. Los muros están revestidos de mármol. Los peregrinos, sumidos en oraciones, se arrodillan ante la piedra sobre la que debió haber reposado, en la tumba, el cadáver del Redentor. Cinco confesiones, la ortodoxa griega, la católica romana, la siria, copta y los jacobitas, una pequeña comunidad religiosa siria, se han repartido el señorío sobre la iglesia del Santo Sepulcro. Velan celosamente las capillas, las lámparas y limosnas. Junto a la tumba misma se revelan según un plan fijado hasta el minuto vigilando cuidadosamente de que nadie eche su óbolo en el platillo de la religión equivocada. Fue una labor científica de tipo detestivesco el fijar los Santos Lugares, con exactitud, en la Jerusalén varias veces destruida. También en lo que hace referencia a la iglesia del Santo Sepulcro, aún no se está de acuerdo en si realmente se ha construido sobre la colina del Gólgota y la tumba de José de Arimatea. Es demasiado grande el peso de los despojos del tiempo sobre los que sucedió. Se sabe que la Via Dolorosa, la calle a través de la cual Jesucristo llevó su cruz, que, en el transcurso del tiempo, ha cambiado de lugar varias veces. La calle que hoy se llama así, una estrecha callejuela, sólo quiere ser un lugar de piadoso recuerdo. Unas lápidas señalan las catorce estaciones del martirio. La primera está junto al convento de las hermanas del Sion francesas. La decimocuarta y última es la capilla del Sepulcro, en la iglesia del Santo Sepulcro. Es difícil descubrir bajo la actual Jerusalén la ciudad de Jesucristo. El ajetreo, el comercio junto a los Santos Lugares toma no pocas veces formas repulsivas. Sólo en el jardín de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, hay tanta paz como hace dos mil años, cuando Jesucristo estuvo allí con sus discípulos. Hoy el jardín pertenece a los franciscanos. El Papa confió a esta orden la vigilancia de los Santos Lugares. Desde el jardín de Getsemaní se puede echar una amplia mirada sobre la ciudad con sus volubles murallas. Jesucristo entró en Jerusalén, el domingo de ramos, montado sobre una pollina, entre los gritos de Hosanna del pueblo, a través de la «Puerta Dorada». Hasta el siglo VIII, el patriarca griego de Jerusalén entraba cada año en la ciudad por la «Puerta Dorada». Entonces los árabes la tapiaron. Temían una antigua profecía, según la cual un conquistador cristiano entraría una vez en Jerusalén por esta puerta.

Lugares Santos musulmanes:

Mas Jerusalén no es tan sólo un santuario de cristianos y judíos; los musulmanes la veneran, después de La Meca y Medina, como Ciudad Santa del islam, pues Mahoma parece ser que subió al paraíso sobre la yegua alada Burak desde Jerusalén. Esto ocurrió en un venerado lugar, también considerado santo por los israelitas, el Haram-ach-Charif, sobre la colina de Moria. Ya David levantó sobre la gastada roca un ara. Salomón construyó en el mismo lugar, alrededor del año 960 a.de.J.C., el primer templo judío. Precesamente en este lugar levantaron los árabes, bajo las protestas de los judíos, un imponente monumento a la ascensión de Mahoma: la Mezquita de la Roca, símbolo de Jerusalén. La Mezquita de la Roca nunca sirvió como mezquita, como dicen muchas guías de viajes. También es falsa la tan usada denominación de «Mezquita de Omar». El edificio de la cúpula dorada se consideró siempre un cofre para guardar la Santa Roca; nunca tuvieron lugar en él actos de culto. Pare este fin se construyó en el rincón sudoriental la mezquita Al-Aqsa. Ocho gradas que mueren bajo unas arcadas conducen desde todos los lados a lo alto de la Mezquita de la Roca. Los musulmanes llaman a estas arcadas «mavazin», las balanzas. Según una leyenda islámica, el día del Juicio Final se tenderá una cerda de caballo desde las «balanzas» al Monte de los Olivos. Todos los resucitados deberán pasar por sobre ella. Quien haya cometido injusticias caerá a la perdición eterna. Un guía muestra, dentro de la Mezquita de la Roca, recuerdos de la ascensión a caballo de Mahoma: el arcángel Gabriel grabó en la roca una huella digital; el caballo alado, en el momento de saltar, dejó la huella de uno de sus cascos. Un hueco bajo la roca recuerda el turbante del profeta, que, al levantarse después de orar se hubiera golpeado contra la piedra si ésta no se hubiese reblandecido en ese instante. (Gööch)

Muro de las Lamentaciones

Convivencia y mezcla actual:

Es difícil visitar Jerusalén incluso hoy día sin sentir la descarga espiritual, sobre todo si se ha visitado antes de la guerra de 1967, cuando la ciudad vieja de Jordania no había sido conquistada por el ejército de Israel. Esta es la ciudad de las mil caras y las mil interpretaciones. Para los musulmanes, la cúpula de la Roca de Omar es el lugar donde Mahoma ascendió a los cielos en su Viaje Nocturno; para los judíos, esa Roca es el sitio donde tuvo lugar el frustrado sacrificio de Isaac. Los judíos se dirigen hacia el Muro de las Lamentaciones, que marca el antiguo emplazamiento del Templo de Salomón, mientras que los cristianos se dirigen al Santo Sepulcro, apuntalado y siempre a punto de desplomarse. […] Más de un tercio de la humanidad tiene raíces espirituales en esta ciudad que contaba diecinueve siglos antes de que naciera Cristo. Se la cita ya en la Biblia con el nombre de Salem y los egipcios la llamaban Urusalimu, la ciudad de la paz. Una paz de la que nunca hasta el presente ha disfrutado. Fue la ciudad de Abraham, de David, de Salomón, de Nabuconodosor, de Herodes el Grande; el escenario de la condena de Cristo, del asesinato del Hijo de Dios y también de su resurrección. Como en las excavaciones arqueológicas, los restos de las religiones aparecen aparecen superpuestos una a otra, entre sus míticos valles y colinas. En el pasado fue la emperatriz Helena quien descubrió la Cruz y su hijo Constantino quien erigió la iglesia del Santo Sepulcro. […] La mezcolanza: la iglesia de Santa Ana, en la que rezan los cristianos de origen judío convertida en escuela por Saladino y que años más tarde pasó a manos de los Padres Blancos; la mezquita de Al-Aqsa, construida sobre el templo de Salomón, es hoy el tercer lugar sagrado del Islam después de La Meca y Medina; las siete puertas, el cenáculo… Ninguna ciudad del mundo, ni siquiera Roma, reúne tal densidad de edificios antiguos, de reverenciados monumentos. (Manu Leguineche y M.Antonia Velasco)

Jerusalén en tiempos de Jesús:

El año de nacimiento de Jesucristo reinaba sobre toda Palestina Herodes el Grande, hijo de padre idumeo y de madre árabe. Este Herodes, con el auxilio de Roma, se apoderó de Jerusalén el año 37 antes de Jesucristo. Y reinó en Palestina hasta su muerte, acaecida durante el destierro en Egipto de la Sagrada Familia. Con el fin de congraciarse con los judíos, restauró el templo de Jerusalén, agrandándolo y embelleciéndolo magníficamente, de tal manera que aun sin estar terminadas del todo las obras en tiempos de Jesucristo, era la admiración y el orgullo de sus contemporáneos. En su muerte, repartió Herodes sus estados entre tres de sus hijos: el mayor, Arquelao, legaba Judea y Samaria con el título de Rey; a Antipas, Galilea y Perea (este Herodes Antipas fue el que hizo degollar al Bautista y escarneció a Jesucristo en su pasión); a Filipo, los distritos del noreste (Batanea, Traconite y Paneas). Arquelao, a causa de sus crueldades, fue desterrado por Augusto a Viena de las Galias, donde murió el año 6 de nuestra Era. Desde entonces Judea y Samaria, que constituían sus Estados, quedaron definitivamente bajo el dominio directo de Roma, y gobernados por procuradores romanos. Hasta la muerte del Emperador hubo tres de estos gobernadores; y después, durante el reinado de Tiberio, otros dos: Valerio Grato (del 15 al 26 d. de Jesucristo) y Poncio Pilatos (del 26 al 36 d. de Jesucristo).

Situación religiosa:

Fue el mismo Dios el que, hallándose los hebreos acampados en la falda del Sinaí, después de su salida de Egipto, y luego de comunicarles su santa ley y de establecer con ellos una nueva alianza, por medio de Moisés, les dio una constitución religiosa, que fuese capaz de conservar en medio del mundo pagano el tesoro de la divina revelación, que en la plenitud de los tiempos se había de comunicar a todas las naciones.

El Templo de Jerusalén:

El centro del culto lo constituía principalmente el Templo de Jerusalén; el Templo primitivo fue construido por Salomón y destruídos sin piedad por los soldados de Nabuconodosor en 588; pero fue reconstruído por Zorobabel, a la vuelta del cautiverio de Babilonia, en el mismo sitio del anterior, en lo alto del monte Moria; aunque sin el esplendor y magnificencia del antiguo templo. Este segundo templo fue el que agrandó y embelleció Herodes el Grande. La parte más exterior del templo la formaban una serie de atrios y vestíbulos de gran capacidad; lo más interior del templo estaba formado por dos recintos llamados el Santo y Santo de los Santos. En el Santo se hallaba un pequeño altar de oro, sobre el que mañana y tarde se quemaban unos granos de incienso, y el candelabro de siete brazos y la Mesa para los panes de la Proposición, ambos también de oro. El Santo de los santos era el lugar santísimo, que se componía de una sala cuadrada de unos veinte codos por cada uno de sus lados. Aquí sólo podía entrar el Sumo Sacerdote una vez al año, el día de la Expiación, donde hacía breve oración por su pueblo. Un espesp velo cubría la entrada. En otro tiempo, en el primer templo, ocupó este lugar el Arca de la Alianza. (P.Valentín Incio García, 1941)

Destrucción del TemploLa destrucción de Jerusalén relatada por Flavio Josefo (70 d.C.):

[Su obra más antigua, La guerra de los judíos, constituye un repaso de la historia judía desde la conquista de Jerusalén por Antíoco Epífanes (siglo II a. de C.) hasta la revuelta del año 67 d.de C. A continuación narra la guerra que culminó en el año 73]. Tan solo treinta y tres años después de que Jesús la pronunció, comenzó a cumplirse la profecía acerca de Jerusalén y su templo. Las facciones radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano. En el año 66 E.C., los informes a este respecto llevaron a la movilización y envío de legiones romanas acaudilladas por Cestio Galo, gobernador de Siria. Tenían la misión de sofocar la rebelión y castigar a los culpables. Tras hacer estragos en los arrabales de Jerusalén, los soldados de Cestio acamparon en torno a la ciudad amurallada. Para protegerse del enemigo, emplearon el método del testudo o tortuga: unieron los escudos formando algo parecido al caparazón de una tortuga. Josefo atestigua su eficacia: «Se deslizaban las flechas sin dañar, y […] los soldados pudieron, sin riesgo, minar la muralla y prepararse para pegar fuego a la puerta del Templo». «Cestio -prosigue Josefo- retiró repentinamente sus tropas […] y sin razones valederas abandonó la ciudad.» Aunque seguramente Josefo no pretendía glorificar al Hijo de Dios, hizo relación del mismo suceso que los cristianos de Jerusalén habían estado esperando: el cumplimiento de la profecía de Jesucristo. Años antes, el Hijo de Dios había dado esta advertencia:
Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella; porque estos son días para hacer justicia, para que se cumplan todas las cosas que están escritas». (Lucas 21:20-22.)

En conformidad con las instrucciones de Jesús, sus fieles seguidores se apresuraron a huir de la ciudad, permanecieron lejos de allí y se libraron del terrible sufrimiento que le sobrevino. Cuando los ejércitos romanos regresaron en el año 70 E.C., Josefo escribió un relato detallado y realista de las consecuencias. El general Tito, el hijo mayor de Vespasiano, marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso templo. En la ciudad luchaban varias facciones por el poder. Recurrían a medidas drásticas que resultaban en baños de sangre. «En vista de los males internos, [algunos] deseaban la entrada de los romanos», con idea de que la guerra «los libraría de tantas calamidades domésticas», explicó Josefo. Llamó a los insurgentes «ladrones» que destruían las propiedades de los opulentos y asesinaban a las personalidades sospechosas de colaborar con los romanos. La vida degeneró a un grado increíble durante la guerra civil, llegándose a dejar insepultos a los difuntos. «Los sediciosos luchaban sobre montones de cadáveres, y los muertos que pisoteaban avivaban su furor.» Saqueaban y asesinaban para obtener comida y riquezas. Los lamentos de los afligidos eran incesantes. Tito exhortó a los judíos a rendir la ciudad a fin de salvar la vida. «Además encargó a Josefo que les hablara en su lengua materna, pensando que los judíos atenderían mejor a un hombre de su misma nación.» Estos, empero, reprocharon a Josefo su actitud. A continuación, Tito cercó la ciudad con estacas puntiagudas. (Lucas 19:43.) Eliminada la posibilidad de escapar o desplazarse, el hambre «devoraba familias y hogares». La lucha continua siguió engrosando el recuento de víctimas. Sin saber que cumplía la profecía bíblica, Tito tomó Jerusalén. Más tarde, al contemplar las sólidas murallas y las torres fortificadas, exclamó: «Dios ha sido el que expulsó a los judíos de estas defensas». Perecieron más de un millón de judíos. (Lucas 21:5, 6, 23, 24.) (Galland 2003)

Flavio Josefo:

En el año 67 d.J.C., el emperador Nerón envió al general Tito Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar una rebelión de la población judaica, que ya hacía años que duraba. Vespasiano venció a los judíos en Galilea y, en la conquista de la ciudad de Jotapata hizo prisionero a un joven muy inteligente llamado José ben Matías, un sabio en escrituras de la escuela patriótico-ortodoxa de los fariseos, que era considerado como caudillo y jefe espiritual de los rebeldes de Galilea. Este José ben Matías no fue crucificado ni obligado a salir a la arena, como solía hacerse con los que se rebelaban contra el poder romano; al contrario, aquel cabecilla supo ganarse el favor de Vespasiano y se convirtió en el acompañante inseparable del general en todas sus campañas victoriosas por Palestina. Según la tradición, eso fue debido a que José ben Matías profetizó a Vespasiano -algo orgulloso a pesar de su probidad y fidelidad- que pronto sería emperador de Roma. No se necesitaban especiales dotes de profeta para hacer semejante vaticinio, porque quien conociera las circunstancias del momento, podía muy bien calcular que, a la caída de Nerón , subiría al trono el hombre que tuviera las legiones más fuertes, y quien poseía las legiones más fuertes era Vespasiano. Cuando al cabo de dos años, Vespasiano entró en Roma como emperador, llevó consigo a José ben Matías, le concedió la ciudadanía romana y lo nombró historiador oficial del imperio. A partir de aquel momento, el antiguo fariseo vivió en la capital del mundo y, entre otras cosas, escribió una historia del pueblo judío, de la cual algunos pasajes se incorporaron al libro bíblico de los Macabeos. Ahora se llamaba Flavio Josefo y su libro, escrito con la intención de dar a conocer al mundo grecorromano la historia de su pueblo hasta entonces casi ignorada, es considerado hasta hoy, al lado del Antiguo Testamento, una de las fuentes esenciales para la época primitiva de Palestina, de aquel país pequeño, pero aún así sumamente importante, situado en la encrucijada de las grandes culturas. (Herbert Wendt. Empezó en Babel)
Pedid por la paz de Jerusalén;
sean prosperados los que te aman.
 (Salmos 122:6).
Luego todo Israel será salvo, como está escrito:
Vendrá de Sion el Libertador,
que apartará de Jacob la impiedad…
(Romanos 11:26).
Muchos estudiosos de la Biblia sostiene que Jerusalén es el reloj del mundo, en torno a ella gira los acontecimientos mundiales. Lo cierto es que hay una promesa para todos aquellos que oran por la paz de Jerusalén (Salmos 122:6), has pedido alguna vez por esta ciudad, Dios dice que es prosperado todo aquel que ora pidiendo la paz de este país, si Dios pone en tu corazón orar por este país hazlo, de segura la presencia de Dios en ese instante será fuerte en ti.
Dios los bendiga abundantemente y sea prosperado
toda obra de tus manos:
Norma Solis Zavala
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