[CE-Peru] Reconozcamos nuestra enfermedad

¡Aleluya! ¡Qué bueno es cantar himnos a nuestro Dios! ¡A él se le deben dulces alabanzas! (Salmo 147,1)
 
Es admirable la cantidad de tiempo que según los evangelios dedicaba Cristo a los  enfermos, a ayudar a las personas a las que veía sufrir, a dialogar con los que andaban  buscando sentido a la vida. Perdonaba pecados y curaba cuerpos paralíticos o leprosos. No  pasaba nunca junto a uno que sufría sin dedicarle su tiempo, su interés y su fuerza  salvadora, a veces milagrosa. Así se manifestó su poder mesiánico, un poder liberador  integral. En una ocasión, mientras comía a la mesa de Mateo, junto con un grupo de publicanos y pecadores, Jesús dijo que no eran los sanos quienes tenían necesidad de médico, sino los enfermos; y que Él no había venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
 
Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas (Salmo 147,3).

Pero lo curioso es que nosotros no queremos ser considerados como tales, ni como los primeros ni como los segundos; ¿nos damos cuenta de que la primera condición para acercarnos a Jesús es precisamente, aceptar nuestras enfermedades y dolencias, sean éstas físicas o espiritualesí Todos nos hemos encontrado en más de una ocasión con alguna persona enferma que no acepta su enfermedad o su condición de enfermo; pareciese que éstos son los casos más difíciles, precisamente porque no se quieren tratar ni dejan que los demás se preocupen por ellos. Se consideran sanos y dicen que no necesitan de nada. Y sin embargo el primer requisito para que alguien se cure es que reconozca su enfermedad y que desee curarse. Existe muchos tipos de enfermedades; las físicas no son precisamente las más graves. Mucho peores son las enfermedades emocionales, morales y espirituales; lo más grave del problema es que nos resulta más difícil aceptar estas segundas.

Grande es nuestro Dios, y grande su poder; su inteligencia es infinita (Salmo 147,5).
 
Cristo nos es presentado por Marcos como el médico que sana las dolencias de todo tipo del género humano (Marcos 1,34). Es por tanto la respuesta de Dios al mal que padece la humanidad. ¡Qué maravilla! ¡Qué alegría saber que Cristo puede curar todo tipo de enfermedades y expulsar a toda clase de demonios juntos! Cura a la suegra de Pedro, libera a muchos enfermos de diversos males. Enfermedades del cuerpo y del alma, como las que tenemos nosotros también en  nuestra generación.Pero, ¿de qué nos sirve saber eso si nosotros no queremos considerarnos enfermos o poseídosíTeniendo la salvación tan a la mano, no nos curamos de nuestras miserias por falta de humildad. Y la verdad es que aceptarse enfermo, sobre todo del alma, requiere una gran dosis de humildad y de aceptación personal, porque exige reconocer la propia debilidad, flaqueza y su necesidad de los demás; la primera condición para mejorar es reconocer que estamos enfermos.
 
El Señor levanta a los humildes, pero humilla por completo a los malvados. Canten al Señor con gratitud; canten himnos a nuestro Dios, al son del arpa (Salmo 147,6 – 7).
 
¿Cuáles son nuestras enfermedades personalesí Si son físicas, Jesús tiene el poder de curarlas definitivamente, porque Él es el Señor de la vida; si son espirituales, Él es el Hijo de Dios y es capaz de expulsar cualquier tipo de demonios del alma; si son emocionales, Él ya ha vencido con su cruz todo dolor y sufrimiento humano y se ha convertido en la fuente de nuestra verdadera paz. Si nuestra enfermedad se llama depresión, Él es el remedio seguro de nuestras tristezas y abatimientos, porque en Getsemaní ya pagó el precio de todas nuestras angustias. Si tenemos un demonio llamado orgullo, aprendamos de Él que es manso y humilde de corazón; si tenemos una duda de muerte, Él ya venció todas nuestras tinieblas con su luz y su gloriosa resurrección. En una palabra, ¡Él es infinitamente poderoso, es el Dios omnipotente, y es capaz de remediar todas nuestras miserias! Lo único que hace falta es que reconozcamos nuestra enfermedad y nos acerquemos a Él con humildad y confianza. Jesús desea guiar nuestras vidas por medio de su Espíritu, y nos mueve a amar al Padre y servir a su pueblo con humildad y compasión una vez recibido su poder sanador (Marcos 1,30).  
 
¡¡¡Espíritu Santo, fortaléceme con tu presencia interior para actuar, como Jesús, con autoridad y compasión, y para identificarme con mis hermanos para servirlos más bondadosamente (1 Corintios 9,22 – 23)!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica

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