Confiar en el Señor

Confiar en el Señor

Confía en el Señor y haz lo bueno, vive en la tierra y mantente fiel. Ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus deseos más profundos. Pon tu vida en las manos del Señor; confía en él, y él vendrá en tu ayuda. Hará brillar tu rectitud y tu justicia como brilla el sol de mediodía (Salmo 37,3 – 6).

La venida a Jerusalén de la reina de un país lejano (1 Reyes 10,1 – 13) es un pomposo ejemplo que demuestra hasta qué punto los favores que concedía el Dios de Israel a Salomón daban a conocer más allá de las fronteras del país el amor del Señor por su pueblo. La sabiduría y la justicia del rey son los dones que hacen felices a quienes le rodean, y son también los que inspiran a la reina extranjera sus palabras de alabanza al Dios de Israel. Jesús recordará a la gente de su tiempo que mientras la reina del sur vino del extremo de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, ellos no hacían caso de unos favores divinos incomparablemente mayores que los que Dios había concedido al pueblo en el primer sucesor de David (Mateo 12,42). Es una llamada también para nosotros: acostumbrados a lo que siempre hemos visto, y no reconocemos los dones de bondad que Dios concede dentro del pueblo que nos rodea, ni sabemos dar por ello gloria a Dios como lo hiciera aquella reina extranjera.

Aléjate de la maldad y haz lo bueno, y tendrás siempre un lugar donde vivir. Pues el Señor ama la justicia y no abandona a quienes le son fieles. Los hombres buenos heredarán la tierra y vivirán en ella para siempre. El hombre bueno habla con sabiduría; el hombre bueno habla con justicia. Lleva en el corazón la enseñanza de su Dios; jamás resbalarán sus pies (Salmo 37,27 – 31).

En su caminar Jesús se encontraba con hombres y mujeres que les tocaba vivir en medios donde la perversión, la avaricia y otros pecados los rodeaban, pero como su conciencia no estaba impura, Jesús pudo construir con ellos espacios nuevos. Al tocar con sus palabras los corazones de estas personas hallaba respuesta, porque tenían en su interior los valores del Reino, soñaban con ellos. A pesar del camino que les tocó vivir su corazón permanecía sano. Quiere que les quede clara la idea de que la fuente principal del Reino es el interior del ser humano (Marcos 7,15), su corazón, su conciencia, su voluntad, la adhesión profunda a su proyecto, lo que hoy llamaríamos nuestra opción fundamental. Nada externo a ésta puede pervertir al ser humano. Si está sano en su juicio, si sus valores son los del Reino de Dios, verá el mundo desde esa perspectiva y así actuará. Tal vez flaquee, se sienta cansado, temeroso, pero su corazón no le permitirá actuar contra sus principios. Estando puro el
interior la impureza exterior no tendrá cabida.

Fíjate en el hombre honrado y sin tacha: el futuro de ese hombre es la paz. La ayuda a los hombres buenos viene del Señor, que es su refugio en tiempos difíciles. El Señor los ayuda a escapar. Los hace escapar de los malvados, y los salva, porque en él buscaron protección (Salmo 37,37 – 40).

Las cosas no son puras o impuras, sagradas o profanas, en sí mismas sino a través del corazón del hombre, a cuya libertad queda el mal o buen uso de ellas en referencia a Dios. Lo que contamina al hombre no son las cosas externas sino la actitud con las que se aceptan en el interior; Jesús sabía que no estaban obrando con rectitud. Son claras sus palabras y a pesar de ello sus discípulos no le entendían. Les faltaba fe e inteligencia para comprenderle.

Los fariseos se escandalizaban por las palabras de Cristo al dar prioridad al corazón sobre las apariencias. El defecto de los fariseos, personas piadosas y conocedoras de la ley, puede ser precisamente el defecto de las personas piadosas deseosas de perfección, que a veces por escrúpulos y otras por su tendencia a refugiarse en lo concreto pierden de vista la importancia de las actitudes interiores, que son las que dan sentido a los actos exteriores. Y puede ser nuestro defecto. Dar más importancia a una norma pensada por los hombres que a la caridad o a la misericordia, más a la ley que a la persona.

Esta tensión estaba muy viva cuando Marcos escribía su evangelio. En la comunidad apostólica se discutía fuertemente sobre la apertura de la Iglesia a los paganos y la conveniencia o no de que todos tuvieran que cumplir los más mínimos preceptos de la ley de Moisés: las posturas de Pablo y Santiago, el concilio de Jerusalén, así como la visión del lienzo con animales puros e impuros y la invitación a Pedro para que comiera de ellos, anotando que lo que Dios ha purificado no lo debemos llamar profano (Hechos 10,9 – 15).

A nosotros también se nos presentan a diario muchas de realidades en la vida que tal vez no las juzgamos debidamente sino más bien las criticamos pasional e injustamente. ¿No será que nos falta ver los sucesos menos agradables con un poco más de comprensión y caridad? Nosotros somos los que le damos un colorido a la vida más o menos combinado o por el contrario se lo damos con colores opacos. De la misma forma, al ver lo que pasa a nuestro alrededor hemos de aprender a juzgar con los mismos ojos con los que Cristo juzgaría, pensar de los demás como Cristo pensaría, perdonar como Él perdonó a los que le crucificaron y sobre todo amar como Cristo nos ama a cada uno de nosotros.

Esto significa ser verdadero cristiano: Seguir las huellas de nuestro maestro, aunque el camino esté lleno de abrojos y espinas. A pesar de los sufrimientos caminemos alegres y seguros porque ese es el camino de nuestro maestro.

¡¡¡Jesús, rey y Salvador nuestro, ayúdame a leer asiduamente la Sagrada Escritura para encontrar allí tu sabiduría y tu prudencia, y concédeme discernimiento para no caer en la astucia de los hombres ni buscar la enseñanza engañosa del mundo!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

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