[Jehova Nissi]Aceptemos al Señor en nuestro corazón.

Sin la fe un cristiano es como un cuerpo sin su columna vertebral. Nadie puede caminar si no tiene su columna, sino que parecerá como un montón de huesos cubiertos con carne, que no pueden sostenerse a sí mismos. Lo mismo pasa con la fe. Ella es la columna vertebral de nuestra alma. Sin Cristo permanecemos separados de la vida que fue clavada en la cruz para librarnos de la esclavitud del reino de las tinieblas.

Feliz el hombre a quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo. Feliz el hombre que no es mal intencionado y a quien el Señor no acusa de falta alguna (Salmo 32,1 – 2).

Jesús se ha maravillado con sus compatriotas a causa de su falta de fe: En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa (Marcos 6,4) ¿Por qué en su propia casa no puede obrar el bien? Por la falta de arrepentimiento y la dureza del corazón. Los nazarenos se sintieron ofendidos en su orgullo y se negaron a admitir que necesitaban la sanación que Cristo les ofrecía. Muchas veces somos nosotros los que no le dejamos hacer el bien en nuestras almas, el templo de Dios en nuestras vidas, porque se lo impedimos a causa de nuestra obsesión por las cosas del mundo; no quisiéramos que el Evangelio, con toda su novedad y compromiso, se metiera hasta la médula de nuestros huesos. Es mejor quedarse en la propia comodidad de la imagen de Dios, creada a nuestra medida y a nuestros gustos, que escuchar a algún conocido o a alguien de nuestra misma familia que nos hable acerca de lo que es el verdadero camino de fe.

Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía decaer. Pero te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste. Por eso en momentos de angustia los fieles te invocarán, y aunque las aguas caudalosas se desborden no llegarán hasta ellos (Salmo 32,3 – 6).

No es sencilla la vida del creyente. Aquel que quiera ser congruente con su fe estará expuesto a la crítica, a la burla y a la persecución. Somos tan de barro frágil que por desgracia muchos se rompen e incluso se desmoronan demasiado fácilmente. No es fácil caminar cargando, como propias, las miserias de los demás, no sólo para darles alivio, sino para que también se fortalezcan y puedan caminar hacia su perfección en Cristo. Armarse de paciencia es algo propio del Testigo del amor de Dios para los demás. Y esto porque muchas veces tiene uno que volver a empezar sin desesperarse. Pareciera que al tender la mano a los demás todos se nos pegaran como las moscas a la miel, pero cuando comenzamos a pedirles una renovación interior, una verdadera conversión, cuando nos ven como los más comprometidos vitalmente con nuestra fe, entonces comienzan a quererse escapar de sus verdaderos compromisos nacidos de la fe que dicen profesar. Y fácilmente se preguntarán: ¿De dónde sacó todo esto? ¿Acaso no le conocemosí Ojalá lo mismo dijeran cuando les llenamos el estómago o cubrimos su desnudez.  
 
Tú eres mi refugio: me proteges del peligro, me rodeas de gritos de liberación. El Señor dice: Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir (Salmo 32, 7 – 8).
 
Jesús se alegra cuando reconocemos que Él es el Señor y que nosotros somos mortales pecadores. Él aceptó el castigo que merecíamos para poder tener parte en su propia vida y espera que cada uno de nosotros acepte esa vida de todo corazón. Por eso tenemos que actuar más como lo han hecho los mismos apóstoles, que aceptaron con fe lo que Dios les  pedía, sin pedir señales o milagros para quedar convencidos de que efectivamente Dios los llamaba a seguirlo. La fe no se alcanza en los libros o en el estudio, sino sólo en la oración, porque es un don de Dios y para obtenerlo hay que pedirlo con insistencia.
 
¡¡¡Espíritu Santo, enséñame a darme cuenta de lo mucho que necesito creer y esperar en el amor de Dios, y capacítame para aceptar sin reservas la vida plena que Jesús ganó para mí!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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