Señor, Dirige Mi Vida

Señor, Dirige Mi Vida

Señor, muéstrame tus caminos; guíame por tus senderos; guíame, encamíname en tu verdad, pues tú eres mi Dios y Salvador. En ti confío a todas horas (Salmo 25,4 – 5).

La alegre noticia del Hijo de Dios que ha asumido nuestra naturaleza humana no se nos da con mesianismos triunfalistas y opresores, sino en la fragilidad de quien, hecho uno de nosotros, fue probado por el sufrimiento y la muerte. También Él fue tentado, no sólo al principio, sino a través de todo su ministerio. Al final pareciera haber sido derrotado, pero sin embargo se levanta victorioso como el más fuerte que vence a aquel que hasta entonces se había creído ser el fuerte.

Señor, acuérdate del amor y la ternura que siempre nos has manifestado, pero no te acuerdes de mis pecados ni del mal que hice en mi juventud. Señor, acuérdate de mí, por tu gran amor y bondad (Salmo 25,6 – 7).

El Señor convive con los animales y los ángeles le servían (Marcos 1,12 – 13). A nadie rechaza; Él ha venido a buscar a los hijos de Dios que el pecado había dispersado; así nos enseña que el camino de quienes creemos en Él no es el de los triunfalismos falsos, ni el casarse con los poderosos de este mundo, que siempre serán una tentación para la Iglesia. Aquel que se deja vencer por esa tentación queda amordazado y mudo. Para tener la libertad de hablar y dar testimonio de la Verdad, sólo hemos de estar en unión plena con el Señor y no tener miedo a ser perseguidos, ya que la muerte no tiene la última palabra; así nos lo enseñó el Señor al resucitar de entre los muertos y ser glorificado a la diestra del Padre Dios.

El Señor es bueno y justo; él corrige la conducta de los pecadores y guía por su camino a los humildes; los instruye en la justicia. Él siempre procede con amor y fidelidad con los que cumplen su alianza y sus mandamientos (Salmo 25,8 – 10).

Ese es el mismo término de la vida del creyente que camina entre luchas y dolores, dando testimonio auténtico del Señor ante quienes le rodean. Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está ya cerca (Marcos 1,15). Dios ha visitado a su pueblo, no se ha quedado en vana palabrería ni se ha convertido en un espejismo de promesas para el pueblo. La Escritura se ha cumplido hoy. Ante la oferta de amor salvador de parte de Dios, el Señor espera de parte nuestra una respuesta: conversión y fe. Hay que desandar los malos caminos; hay que retornar al Señor, rico en perdón y en misericordia; Él nos espera con los brazos abiertos y nos busca como el pastor busca a la oveja descarriada hasta encontrarla para cargarla, lleno de gozo, sobre sus hombros y llevarla de retorno al redil, a la comunión con las demás ovejas. Aquel que ha depositado su fe en Cristo encuentra en Él la seguridad de salvarse, y por medio del bautismo, que no quita la inmundicia corporal, adquiere el compromiso de vivir
con una conciencia recta ante Dios.

El Señor es amigo de quienes lo honran, y les da a conocer su alianza. Siempre dirijo mis ojos al Señor porque él me libra de todo peligro (Salmo 25,14 – 15)

Sabemos que tal vez no hemos sido tan congruentes con nuestra fe. Que sólo nos conformamos muchas veces con darle culto a Dios llamándole Señor, Señor, y pensando que ya hemos cumplido con nuestros compromisos de fe. Mientras nuestra vida siga por caminos torcidos, mientras sigamos destruyéndonos a nosotros mismos con maldades y vicios, mientras continuemos siendo portadores de signos de maldad y de muerte, no podremos decir que hemos vencido al mal, sino que el mal nos estará venciendo a nosotros. El estar con el Señor nos debe llevar a encontrarnos con Él para proclamarlo con la verdad en los labios, pero sobre todo con nuestras obras y con nuestra vida misma.

Mírame, Señor, y ten compasión de mí, porque estoy solo y afligido. Mi corazón se aflige más y más; líbrame de mis angustias. Mira mis tristezas y trabajos, y perdona mis pecados (Salmo 25,16 – 18).

Hay que reconocer que sólo Dios puede hacer su obra de salvación en nosotros y hacernos criaturas nuevas, capaces de construir un mundo que viva en el amor fraterno hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo además de la conversión hay que depositar totalmente nuestra fe en el Señor, sabiendo escucharlo y abandonarnos a Él para hacer en todo su voluntad. Sólo entonces podremos decir que en verdad Dios reina en nosotros y que su vida es nuestra, y se manifiesta a través de las obras que brotan de aquello que lo llena: Dios. Dios que es amor, bondad, misericordia y entrega. Y esto es lo que vivimos, una nueva y definitiva alianza en la que a través de la Pascua de Cristo, por medio de las aguas bautismales somos hechos hijos de Dios formando un sólo pueblo, conducidos por Cristo en el Arca de su Iglesia a la posesión de la Patria definitiva, de sólidos cimientos y que no se destruye porque es la Morada de Dios, que ha preparado para quienes confían en Él. Hemos de volver la mirada
hacia nuestro Salvador; sabemos que somos pecadores pues hasta el justo peca siete veces al día; sin embargo Dios nos llama a la conversión y a la unión con Él para evitar no ya una catástrofe venida de los cielos, sino una catástrofe originada por corazones incapaces de saber escuchar y ver más allá de sus narices.

¡¡¡Señor, ahora que entiendo la necesidad de nutrir todo aquello que comenzaste en mí por el bautismo, me uno a Ti para salir triunfante en la batalla espiritual que se libra a mi alrededor. Con tu ayuda, Señor, no tengo nada que temer!!!

Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí