De mera semilla a árbol que da fruto

De mera semilla a árbol que da fruto Por Laura Bermúdez
«Pero otra parte cayó en buen terreno; así que brotó y produjo una cosecha del ciento por uno» (Lucas 8:8)

Aquellos que estamos en el servicio cristiano, muchas veces, nos preguntamos: ¿Por qué las vidas no cambian? Hay creyentes que arrancan bien, parecen haber entendido el evangelio, se los nota entusiasmados con todo lo que Dios tiene para sus vidas, pero luego de un tiempo comienzan a quedarse… se los ve menos, se alejan, y entran en una zona de penumbras.
En otros por más que oyen y parece que entienden, no se ven cambios. Al momento menos pensado descubrimos que no entendieron nada… hay que empezar de nuevo.
Otros no logran descansar en las bendiciones de Dios, no sueltan su vida, siguen bajo el absoluto control de todo. Andan en sus fuerzas, no conocen la gracia ni el favor de Dios.
También están los que reciben el mensaje y lo aceptan. Sus vidas, aunque con pequeños altibajos, parece un sendero siempre en ascenso hacia el logro de los propósitos de Dios. Crecen y dan fruto.
¿En qué radica la diferencia? ¿De qué depende?

Jesús, en una de sus parábolas, describe a cada uno de estos creyentes. Cuando explicó la parábola del sembrador dijo: «Cuando alguien oye la palabra acerca del reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que se sembró en su corazón…
El que recibió la semilla que cayó en terreno pedregoso es el que oye la palabra e inmediatamente la recibe con alegría; pero como no tiene raíz, dura poco tiempo. Cuando surgen problemas o persecución a causa de la palabra, en seguida se aparta de ella.
El que recibió la semilla que cayó entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas la ahogan, de modo que ésta no llega a dar fruto.
Pero el que recibió la semilla que cayó en buen terreno es el que oye la palabra y la entiende. Éste sí produce una cosecha al treinta, al sesenta y hasta al ciento por uno» (Mateo 13:19-23).

Encontramos aquí que el efecto de la semilla depende del estado del suelo, no del sembrador ni de la semilla misma. En Palestina cuando la semilla era sembrada a mano, era echada indiscriminadamente en todas direcciónes. Por ese motivo algunas caían en terreno no propicio. Jesús explicó que la semilla representa el corazón del que oye. Todos pueden oír pero no en todos la semilla encuentra el terreno adecuado para crecer.
Entendamos, entonces que no todos los corazones están preparados para recibir la palabra del reino. Primero deben ser arados por medio de la oración, la obra del Espíritu Santo y también las diversas circunstancias de la vida.
Que nos escuchen con atención, no significa que entiendan la Palabra. A veces pueden repetir lo que les dijimos, hasta ponerlo por escrito en un examen… pero no lo entendieron, solo afectó su mente, es un nuevo conocimiento que llega a sus vidas, pero no es sembrado en el corazón.

Como siervos y siervas de Dios debemos velar por las vidas que reciben la Palabra. El enemigo está presto a robarles lo que recibieron. La obra de Dios en los corazones sigue siendo un gran misterio, no es cuestión del énfasis, o de la persuasión que podamos ejercer para que reciban el mensaje. Dios es el que hace que la semilla dé fruto. Pero los corazones deben estar dispuestos.
La misma parábola en el libro de Lucas añade una condición para que la semilla dé fruto: la perseverancia. «Pero la parte que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno, y la retienen; y como perseveran, producen una buena cosecha» (Lucas 8:15).

Así como las leyes de la naturaleza tienen sus condiciones, lo mismo sucede con la semilla del evangelio en los corazones.
Se necesita una buena tierra, preparada por medio del Espíritu Santo y la oración. Una vez que la semilla se escondió en la tierra, se necesitan de las condiciones climáticas y también del agua. La naciente plantita debe aprender a vivir en un mundo que muchas veces es hostil, surgen las tormentas de la persecución y de la adversidad. Aquí también la oración y la gracia del Espíritu son primordiales, como la comunión del cuerpo, y el estudio de la Palabra…
No existe una vida de fe fuerte y estable sin alguna de estas condiciones.

Por último, viene el tiempo de la perseverancia, de la espera. Nada surge de un día para el otro. Es un proceso, lleva su tiempo lograr un creyente maduro que se multiplique y dé frutos.
Hay plantitas que crecen pronto, como la calabacera de Jonás, pero así también fue su duración: solo 24 horas.
Otras necesitan más tiempo, como el roble. Lentamente, con perseverancia. No sirven las fórmulas rápidas. Así como lleva muchos años el crecimiento de un árbol tan fuerte, lleva tiempo y paciencia la formación de un carácter estable y una vida fructífera.

Hellen Keller, quien fue ciega, sorda y muda de nacimiento escribió: «Voltea hacia las ramas del roble que florece y comprende que creció grande y fuerte porque creció despacio y bien. Ten calma, desacelera el paso y echa tus raíces en la buena tierra de lo que realmente vale, para así crecer hacia las estrellas».

Bendiciones. Hasta la próxima.




Carlos Vargas

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