Cuenta esta historia que un dia unhombre halló en el bosque un polluelo de águila, caído del nido. Lo llevó a su casa, y lo crió en el corral entre las guajolotes como si ese polluelo fuera una guajolote. Pasaron cinco años. Un día un naturalista llegó a la casa del hombre y visitó el corral. ¡Hombre! -le dijo al dueño- ¿Qué hace allí esa águila entre las guajolotesí -No es águila- respondió el hombre, ¡es guajolote! Es verdad que cuando la encontré era águila, pero la he criado entre las guajolotes y aunque sus alas miden ocho pies de punta a punta, jamás podrá volar. ¡Ya no es más que una guajolote!
-Pues no? replicó el naturalista, todavía tiene el corazón de águila, y yo la haré volar algún día. Convinieron entonces que en cierto momento, el naturalista haría la prueba. Tomando este al águila la sacó del corral, la llevó al aire libre y le dijo ¡Águila, no lo olvides! Eres un águila, no un guajolote. Perteneces al cielo, y no a la tierra. Dios té dió esas alas poderosas para volar. ¡Extiéndelas, y vuela! Pero el águila no hizo caso. Volvió corriendo al corral, a meterse entre los guajolotes. -Te dije que era guajolote..-comentó el dueño. ¡Pues, ya verás! ¡Ya verás que es águila! respondióel naturalista.
Día tras día, con paciencia e infinita paciencia, el naturalista repetía el experimento y la exhortación. Tímidamente al principio, y con más resolución después, el águila comenzó a extender y mover sus poderosas alas. Un día, al salir el sol, el águila miró de frente su deslumbradora luz. Se estremeció de patas a cabeza como si un choque eléctrico la sacudiera. Alzó la gallarda cabeza, brillaron sus penetrantes ojos, extendió sus alas magníficas, y al fin voló, arriba, más arriba, siempre arriba, hasta perderse en el esplendoroso cielo azul. Era, en efecto un águila.Concluye esta historia diciendo si el águila regresa al hogar del dueño luego de haber reconocido su verdadera identidad no lo haría como guajolote si no como un águila.
Nosotros los seres humanos somos como esta águila; nos criamos entre guajolotes, entre sapos, lagartijas, caracoles y demás sabandijas que se arrastran por el suelo. Dios nos ha dado estupendas alas para volar a las alturas, pero nosotros las mantenemos plegadas, y como guajolotes nos conformamos con comer granillos del suelo. Hasta que un día, la Luz deslumbradora de Cristo penetra en nuestra alma, y entonces sí extendemos las alas y nos elevamos por sobre tanta miseria y abandono. ¡Cristo es la Luz del mundo y el alma humana! Mírale a Él, Su Luz te embriagará y llenará tu ser interior, y cuando esa Luz te penetra, ya no hay dudas, ni temores porque Él nos hace nuevas criaturas (1 Corintios 5:14-17). Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, hechos para Su Gloria. ¡Atrévete a volar, en el Nombre de Jesús!
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