[CE-Peru] Jesucristo y el Homo Economicus

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Es conocida la posición crítica del cristianismo original con respecto a la riqueza y al comportamiento egoísta del Homo Economicus.

En el Nuevo Testamento encontramos a Jesucristo denunciando a la minoría que vivía con lujos desmedidos y acumu­lando riquez­as en forma insa­ciable, sin consideración por la condición de los demás miembros de la comunidad. Al respecto, el Evangelio según San Mateo relata que Jesús recomendó a sus seguidores “no hacerse tesoros en la tierra, donde la polil­la y el orín corrompen y donde ladrones minan y hur­tan; sino tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrom­pen y donde ladro­nes no minan ni hur­tan. Porque donde esté vues­tro tesoro, allí estará también vues­tro cora­zón." (Mateo 6, 19-21)

Drástico en sus apreciaciones –sin temor a quemarse diríamos en el Perú– Jesucristo recordó a los primeros cristianos que “nadie puede servir a dos seño­res; por­que o abor­recerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al o­tro. No podéis servir a Dios y a las riquezas." (Mateo 6, 24).

En posición que hoy sería calificada de extremista, Jesucristo aconse­jó a los que deseaban alcanzar la per­fección vender cuanto tenían y entregarlo a los pobres para ganarse un lugar en el cielo. Así se expresó Cristo en el episodio regis­trado en el Evangelio según San Mar­cos, cuando ante la pregunta del joven rico acerca de qué debería hacer para heredar la vida eterna, respondió: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo…"

El Evangelista relata que el joven rico partió entristecido “porque tenía muchas posesiones”. Fue en ese momento que Jesús se dirigió a sus discípulos y dijo: “Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que tienen riquez­as! … ¡Cuán difícil les es en­trar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas! … Más fácil es pasar un came­llo por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." (Mar­cos 10, 17-31).

Pensando en el comportamiento egoísta y maximizador de los ricos y en el uso y abuso de sus propiedades, Jesucristo les advirtió que la ira de Dios los con­denaría a sufrir castigo. Al respecto recor­dó la respuesta de Abraham al rico atormen­tado en el infierno: "Hijo, acuérdate que reci­biste tus bienes en tu vida, y Lá­zaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atorm­en­tado." (Lucas 16, 25). Inclusive llegó a exclamar: "¡Ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro con­suelo." (Lucas 6, 24).

Con Santiago y su Epístola Universal la crítica del cristianismo primigenio a la riqueza llegó a su máxima expresión: "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas están co­mi­das de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos y su moho testificará contra vosotros y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Ha­béis acu­mulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obre­ros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros. Y los clamores de los que habían segado han entra­do en los oídos del Señor de los ejércitos." (Santiago 5, 1-4).

La actitud crítica del cristianismo original ante la riqueza fue explicada en los siguientes términos por el Apóstol San Pablo en la Primera Epístola a Timoteo (6, 7-10): “Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y da­ñosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; por­que raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algu­nos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores… Nada hemos traí­do a este mundo y sin duda nada po­dremos sacar…"

 

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