[CE-Peru] Orar al Señor y amar al prójimo

Naciones y pueblos todos, alaben al Señor, pues su amor por nosotros es muy grande; la fidelidad del Señor es eterna. ¡Aleluya! [Salmo 117,1 – 2 ].

 

Antes de alguna acción importante los evangelios nos presentan a Jesús orando; en el momento en que nos enseñará a orar, Él está en oración [Lucas 11,1 – 4 ]. Entonces nos hará conocer algo muy importante: orar ante Dios como hijos, no sólo llamándolo Padre, sino teniéndolo por Padre en verdad.

En Cristo, que vuelve al Padre, el nombre divino es santificado por aquellos que han recibido el perdón de Dios y la comunicación de su Espíritu Santo. El Señor no sólo nos alimenta con el pan de cada día, sino que nos da el Pan de Vida. Él nos perdona nuestros pecados porque es misericordioso para con todos los suyos; así hemos de aprender a perdonar a nuestro prójimo quienes nos gloriamos de ser hijos de Dios. El Señor hará que su victoria sobre el pecado y la muerte sea nuestra victoria, especialmente en la batalla final, pues Él jamás nos abandonará, sino que nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.

 

No sólo podemos decirnos hijos de Dios y llamarlo Padre cuando le damos culto; es necesario que nos comportemos como hijos suyos en la vida diaria. Si nuestra oración no nos compromete en el trabajo por la paz, por la justicia, por una vida más fraterna, no sólo hemos de revisar la intención de nuestra oración, sino aquello que fundamenta nuestra fe en Dios. Los que hemos sido llamados para ser hijos de Dios estamos comprometidos a compartir lo nuestro con los que nada tienen; y no podemos vivir divididos como si el Dios en quien creemos fuera distinto al de los demás, o como si no fuera Padre de todos.

 

El Señor nos llama para que proclamemos su Evangelio como testigos que han experimentado el perdón en su vida, la misericordia, la vida y el amor de Dios. Nuestro testimonio, que nos convierte en luz de las naciones por nuestra unión a Cristo Jesús, no puede llevarnos a aceptar a algunos cuantos y a rechazar a otros [Gálatas 2,4 – 8 ]. La iglesia de Cristo se debe a la humanidad entera, sin importarle razas, condiciones sociales, religiosas o culturales, pues Cristo ha venido como Salvador del mundo entero. La misión de Cristo es la misma misión de su iglesia, y hemos de pedir al Señor que nos dé un corazón grande para amar, para amar sin fronteras, buscando siempre el bien y la salvación de todos.

Pongámonos siempre en camino para hacer presente a Cristo en todos los ambientes y estructuras de nuestro mundo, hasta que todo llegue a quedar consagrado a Él y a convertirse en una verdadera alabanza en honor de su Santo Nombre.

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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

 

Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente [Génesis 2,15 ]

Juan Alberto Llaguno Betancourt

Lima – Perú – SurAmérica


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