EL BORRACHO

EL BORRACHO

Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad construida
sobre un monte no
puede ocultarse, ni se enciende una lámpara y se la
pone bajo el celemín,
sin sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay
en la casa. Así ha de
lucir vuestra luz ante los hombres. (Mateo 5, 14-16)

Haciendo eses en medio de la calle
iba cantando a gritos con su voz de borracho
empedernido.
La gente se volvía, se detenía, se divertía.
Un agente llegó hasta él de puntillas, por la espalda.
Lo tomó brutalmente
por los hombros y lo llevó al calabozo.
El iba aún cantando.
La gente aún reía.

Yo no reí.
Pensaba, Señor, en esa esposa que inutilmente esperará
esta noche,
pensaba en todos los borrachos de la ciudad
los de las tabernas y los bares
los de los salones y los quioscos.
Yo pensaba en su vuelta a sus casas por las noches,
en los niños asustados
en la cartera vacía
en los golpes, en los gritos, en los llantos.
En los niños nacidos de abrazos entre eructos.

Ahora, Señor, Tú has extendido tu noche sobre esta
ciudad y, mientras se
urden y entrelazan estos dramas, los hombres que han
fabricado ese alcohol,
los que lo embotellaron, los que lo vendieron,
dormirán tan tranquilos.
Yo pienso en todos ellos y me dan pena, ellos han
fabricado y vendido la
miseria, ellos han fabricado y vendido el pecado.
Pienso también en tantos que trabajan para la
destrucción y no para
construir, para ensuciar y no para ennoblecer, para
embrutecer y no para
aclarar, para envilecer y no para engrandecer.
Pienso sobre todo, Señor, en la multitud de hombres
que trabaja para la
guerra,
en los que para alimentar a su familia deben trabajar
para destruir a otros,
en los que para vivir deben fabricar muerte.
Yo no te pido, Señor, que los saques de su horrible
tarea, lo que es
imposible.
Pero haz, Señor, que lo piensen un poco, que no
duerman tranquilos, que
luchen contra el desorden en el mundo, que sean un
fermento, que sean
redentores.
Oh, señor,
por todos los heridos del alma y del cuerpo, victimas
del trabajo de sus
hermanos, por todos los muertos cuyas muertes
fabricaron conscientemente
otros hombres, por este borracho, payaso grotesco en
medio de la calle, por
la humillación y las lágrimas de su esposa, por el
miedo y los gritos de sus
niños, por todo eso, señor, ten piedad de mí que
tantas veces me duermo, ten
piedad de los infelices que, a ciegas, son cómplices
de un mundo en el que
los hermanos se asesinan para ganarse el pan.
Amén.
(Michel Quoist)

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