Nadie pueda dar lo que no tiene
Una mujer llevó a su niño de nueve años a que un sabio, -reconocido por su sensatez y sus conocimientos sobre el psiquismo humano-, le ayudara a poner límites a su hijo: el chico tenía excesiva afición a los dulces, y los comía a toda hora, aún a escondidas de sus padres. ¿Cómo hacer para que cesara ese hábito nocivo, que acabaría con su dentadura y su salud?
El sabio miró a la mujer, miró al niño, y simplemente dijo: «Tráigamelo cuando comience el invierno». Cuatro lunas tenían que pasar hasta entonces. ¿Cuál sería el misterio?
Llegado el tiempo convenido, la mujer volvió a ver al sabio, con el niño a cuestas. El sabio se reclinó en su asiento como para estar a la altura del niño, lo miró tierna y firmemente a los ojos, y le dijo: «Al cabo de cuatro lunas tienes que haber dejado de comer tantos dulces.» El niño recibió con mucho respeto las palabras del sabio: habían penetrado en lo más hondo de su conciencia; seguramente desde allí esas palabras germinarían produciendo el fruto deseado.
«¿¡Pero para decirle sólo esto nos hizo esperar cuatro lunasí!», se quejó la mujer, algo contrariada, con tono decepcionado.
«Claro, -dijo el sabio-; es que hasta hace una luna YO comía dulces en exceso.»
¿Somos capaces de dejar de comer dulces antes de recomendar a otros que lo hagan? Y quienes trabajamos acompañando procesos de Crecimiento y Transformación, ¿estamos comprometidos a trabajar sobre lo que más nos cuesta?…
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