Los Cristianos – Sencilles e inocencia

Sencillez e inocencia

En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18:2?3).

Como resultado de una vana discusión entre los discípulos, acerca de quién era el más grande, Jesús decidió hablar sobre la grandeza desde la óptica del reino. Para facilitar la comprensión de los discípulos llamó a un niño, «lo puso en medio de ellos, y dijo: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (v. 2?3).

Una vez más podemos percibir la confusión que las palabras de Cristo pudieron haber producido en el grupo de los Doce. Señalar a un niño como el ejemplo de grandeza a que debían aspirar contradecía todo lo que habían visto y recibido de la cultura que los rodeaba. Bastaba con echarle una mirada a este pequeño para entender que no poseía ni una pizca de grandeza. Hasta su misma estatura se prestaba para que pasara desapercibido cuando caminaba por los lugares públicos de la ciudad. Cristo, no obstante, no hacia referencia al rol de este pequeño sino a la realidad espiritual que es parte de la niñez. Es allí que debemos dirigir la mirada si queremos lograr una comprensión de lo que el Señor intentaba señalar a sus discípulos.

Lo distintivo en los niños es que aún no han incorporado las complejas conjeturas ni las enredadas expresiones de astucia propias de los adultos. La perspectiva de ellos posee tal inocencia y libertad que provee la condición ideal para el desarrollo de la fe. Considere solamente algunas características en los niños que revelan la sencillez de su espíritu.

Lo primero que hacen los niños cuando despiertan en la mañana, por ejemplo, es comenzar a jugar. No se les observa preocupados o cansados porque no pudieron dormir durante la noche. Ni bien abren los ojos comienzan a disfrutar del día. Los niños tampoco se preocupan acerca de las necesidades cotidianas. No pasan horas pensando de dónde vendrá la comida para el almuerzo, o quién podrá prepararlo. Juegan tranquilos porque saben que hay otros que velan por su bienestar. En el momento que necesitan algo, se acercan a algún adulto para pedirlo. No andan con rodeos, ni con vueltas. Piden porque confían en que los grandes pueden suplir sus necesidades. Cuando se lastiman, inmediatamente procuran a su madre o padre para recibir de ellos el consuelo que necesitan. A veces, con un solo beso o una caricia, desaparecen las lágrimas y vuelve la alegría. Tampoco poseen capacidad para recordar los sucesos malos que han vivido. No guardan rencores ni buscan vengarse como lo hacen los adultos. Aun cuando sus padres los disciplinan, rápidamente recobran el buen ánimo y los deseos de jugar. Los niños también poseen una admirable imaginación. ¿Se encontró alguna vez con un niño cuestionador o dado a las dudasí Usted les habla de Papa Noel y ellos creen, a ciegas, en su existencia. Solamente ya grandes incorporan el escepticismo que tanto caracteriza a los adultos.

Para volver a ser como niños, Jesús habló de una conversión. ¿Qué implica esto para el adulto? ¿Cómo se cultiva una vida similar a la de los niñosí

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