Un Mensaje a la Conciencia – 7 nov 2006

Un Mensaje a la Conciencia

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7 nov 06

FOTOGRAFÍAS DE LA MUERTE
por el Hermano Pablo

Lee Dong Shik, fotógrafo de Seúl, Corea, apuntó su cámara y disparó. Satisfecho con la toma, tomó una foto desde otro ángulo. Satisfecho nuevamente con la toma, se subió al tronco de un árbol para tomar una foto desde arriba.

Así, por varios minutos, fue tomando fotografía tras fotografía. Desde arriba, desde abajo, con filtro, sin filtro, con velocidad de 125, de 500 y de 60, con flash y sin flash. Casi acabado el rollo, se dio finalmente por muy satisfecho. Le parecieron las mejores fotografías de su vida.

Sin embargo, Lee Dong Shik había estado fotografiando a su propia novia mientras se retorcía en las agonías de la muerte a causa del veneno que él mismo le había dado.

El juez que intervino en el caso, y que condenó a muerte a Lee, dijo lacónicamente: «No hay razón alguna que pueda justificar este hecho.»

«No hay razón alguna», concluyó el juez. Ninguna razón para que un hombre envenene a su novia sólo para fotografiar los momentos de su muerte. Ninguna razón: ni artística, ni comercial, ni filosófica ni psicológica. Ninguna razón, en absoluto, desde cualquier ángulo que se contemple, para justificar este acto digno de Nerón, que incendió Roma sólo para tocar la lira mientras contemplaba las llamas.

Tampoco hay ninguna razón, de valor absoluto, que justifique los demás hechos malos de los hombres. No hay razón que justifique el adulterio. Ni hay razón que justifique la mentira, la estafa, la avaricia, la maledicencia, el odio o la venganza.

No hay ninguna razón que justifique ningún pecado, precisamente porque el pecado es lo más irracional que existe. Dios no ha justificado nunca, por ninguna razón, ningún pecado. Y no lo hará jamás, porque el día que lo hiciera dejaría de ser Dios.

No obstante, si bien no puede, por ninguna razón, justificar el pecado, Dios sí puede, por su soberana voluntad y gracia, justificar al pecador. Así lo enseña el apóstol Pablo con claridad meridiana cuando cita el Salmo 32: «¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Romanos 4:7-8).

Dios no justifica el pecado, pero sí justifica al pecador, porque Cristo ya pagó con su sangre la culpa de toda la humanidad perdida.

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