Locos por Jesús. El corazón del conquistador

El corazón del conquistador

Capitán ruso
Hungría – 1950

El capitán del ejército ruso caminó con altivez por el pasillo de la iglesia y hasta el pastor.

– Deseo hablar con usted a solas. ¡Dígame algún lugar en el que podamos hablar en privado!

El oficial era muy joven y osado y parecía muy consciente de su función como conquistador.

Cuando el pastor lo guió a un pequeño salón de conferencias, el militar cerró con fuerza la puerta y le puso el seguro. Señaló con la cabeza hacia la cruz que colgaba la pared.

– Usted sabe que esa cosa es una falsedad Éle dijo al ministro?. Es solo una pieza de engaño que ustedes los ministros usan a din de embaucar a la gente pobre para que a los ricos les sea más fácil mantenerlos ignorantes. Vamos, estamos solos. ¡Admita que en realidad nunca ha creído que Jesús sea el Hijo de Dios!

– Caramba, mi pobre joven, por supuesto que lo creo. Es verdad ?dijo sonriendo el ministro.

– ¡No estoy dispuesto a que tenga que representar esos trucos conmigo! ?gritó el capitán?. Esto es serio. ¡No me haga reír!

Sacó su revólver y lo sostuvo cerca del cuerpo del ministro.

– Si no admite que es mentira, ¡dispararé!

– No puedo admitir eso porque no es verdad. Nuestro Señor es en realidad y verdad el Hijo de Dios ?dijo el ministro.

Por un doloroso instante sus músculos se tensaron mientras esperaba la bala. En su lugar, el capitán lanzó de repente su revólver al piso y abrazó al pastor. Las lágrimas corrían por los ojos del capitán.

– ¡Es verdad! ?gritó?. Es verdad. Yo lo creo también, pero no podía estar seguro que los hombres morirían por esta fe hasta encontrar a uno dispuesto a hacerlo. ¡Oh, gracias! Usted ha fortalecido mi fe. Ahora, yo también puedo morir por Cristo. Usted me lo ha demostrado.

Sufrir es parte de nuestro deber. Cristo, al sufrir por nosotros,nos dio un ejemplo. Imitémoslo. Él nunca pecó; jamás una mentira brotó de sus labios; jamás respondió a los que lo insultaban; en medio de sus padecimientos nunca amenazó con vengarse, sino que lo dejó todo en las manos del que juzga justamente: Dios.

Pedro

(1 Pedro 2:21-23, La Biblia al Dia)

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