[Cristianos] Soledad Acompañada

Soledad Acompañada

por Marilú de Segura

Soledad es una palabra que resuena profundamente y nos produce un vuelco en el corazón. Asociamos sus letras con tristeza, abandono y nostalgia de aquello que pudo haber sido y no fue. Sin embargo, aunque la soledad tiene muy mala fama, creo que puede entenderse también como una oportunidad de crecimiento y madurez personal. Hay un aspecto que hemos tratado muy poco: lo que podemos llamar «soledad con Dios».

Aceptémoslo. Soledad es una palabra que resuena profundamente y nos produce un vuelco en el corazón. Asociamos sus letras con tristeza, abandono y nostalgia de aquello que pudo haber sido y no fue.

Leonardo Favio, inolvidable cantautor argentino ?al menos para los de mi generación? dice en una de sus más famosas canciones: «?para saber cómo es la soledad, tendrás que ver que ya a tu lado no está, que nunca más con él podrás charlar sobre lo que es el bien, sobre lo que es el malÉla soledad es un amigo que no está, es su palabra que no ha de llegar igual?» describiendo así sentimientos que nos son muy familiares, momentos en los cuales hemos lamentado una despedida o enterrado un sueño. Las pérdidas nos dejan hondos vacíos, lágrimas y despojo. ¡Cómo no recordar a aquellos que van pasando por nuestra vida y nos dejan huellas de amor o heridas!

Sin embargo, aunque la soledad tiene muy mala fama, creo que puede entenderse también como una oportunidad de crecimiento y madurez personal. Hay un aspecto que hemos tratado muy poco: lo que podemos llamar «soledad con Dios». Nuestra vida espiritual ?como toda nuestra vida?suele estar llena de bullicio y agitación, no acostumbramos a escucharnos a nosotras mismas, no pasamos mucho tiempo en silencio meditando acerca de lo que Dios desea para nosotras, o en lo que su Palabra significa en momentos cruciales. La cultura actual no aprecia el valor de estar en soledad ni los beneficios de apartarnos para estar a solas con Dios.

Con todo, nuestro mejor ejemplo es el Señor Jesús. Aunque él mismo era el Hijo de Dios, colmado de su gloria y poder, solía apartarse a lugares solitarios para orar y meditar. Acostumbraba consultar al Padre sobre sus pasos y decisiones. Necesitaba «sintonizarse» con la perfecta voluntad de aquel que lo había enviado.

Pasar tiempo a solas con el Padre nos ayuda a centrarnos en un Dios que nos ama con amor incondicional. Acallar las voces que nos circundan permite que nos enfoquemos solamente en su voz amorosa. Estar todo el tiempo distraídas por actividades y conversaciones áreales o virtualesí produce una alienación cada vez más profunda de nuestro propio ser interior; no existe meditación, evaluación personal ni reflexión sobre lo que hacemos o decimos. El ritmo cada vez más vertiginoso de la vida moderna nos crea el ambiente perfecto para «no pensar», alejándonos de quienes somos en realidad, de aquello que deseamos, y empujándonos a una vida de repetición que dificulta la lectura de la buena voluntad del Señor.

Así, una mirada honesta al interior nos revela las faltas que debemos corregir. Sin una autoevaluación de la mano del Espíritu no hay posibilidad de arrepentimiento. Es en el análisis sincero de nuestras acciones ?u omisionesí donde encontramos los puntos débiles de nuestra obediencia a la palabra de Dios y sus dichos. Todas tenemos áreas con las que luchamos permanentemente; sectores que exigen que estemos vigilantes de nuestras actitudes.

Por ello, el encuentro con el Señor nos fortalece para la prueba y nos llena de su poder. Hemos experimentado que vivir como el Señor nos demanda no es una tarea fácil. Diariamente nos enfrentamos con dificultades y la confrontación de nuestros principios y valores. El mundo que nos rodea exige respuestas rápidas y nos presiona hacia el comportamiento «estándar», esperando que reaccionemos como la mayoría. Entonces, actuar en forma diferente implica siempre un mayor esfuerzo y exposición a la crítica. Considerando lo anterior, la cercanía con nuestro Dios facilita el discernimiento de lo mejor en cada caso particular, nos fortalece internamente y es la fuente del poder que nos sostiene, animándonos a continuar. Cada vez que estamos concentradas en el Señor estamos mejor preparadas para enfrentar las grandes y pequeñas tormentas de cada día.

Es así que el contacto con el Señor de la Obra nos guía en aquello que nos ha encomendado. Dios nos ha llamado a cada una a una tarea ?o muchasí dentro de su Reino. Sin embargo, corremos el riesgo de decidir según nuestras propias ideas y fuerzas el camino de servicio que seguiremos. Cuando desarrollamos la habilidad de escuchar la voz de Dios en nuestro tiempo diario de meditación, entonces es más fácil reconocer sus instrucciones. No se trata de hacer cosas «para» Dios sino de llevar a cabo las cosas que vienen «de» Dios, de sus manos sabias. Es necesario que hagamos lo que nos pide y no aquello que nos parece «adecuado» en determinada circunstancia.

Aquietar nuestro ser nos ofrece, además, otra posibilidad: escuchar lo que el Señor nos dice a través de los que nos rodean. Aquellos que nos aman pueden tener información o recomendaciones de las que carecemos. Guardar silencio y escucharles puede ser una rica fuente de renovación.

En definitiva, la soledad en presencia de Dios puede ser una condición reconfortante que nos provee paz y claridad de propósito. La desorientación que muchas veces sentimos puede reducirse a través de la consulta sincera y humilde en la comunión con nuestro Padre Celestial. De este modo, gocemos de una soledad acompañada.

Tomado de Apuntes Mujer Líder, volumen III, número 4. Todos los derechos reservados.

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