El embajador del amor

    por Terri Pearsons

    Dios es amor. Seguramente usted ha sido capaz de recitar esa porción bíblica desde que salió de su primera clase de párvulos en la escuela dominical.

    Pero seamos sinceros, ¿de veras Dios es amor para usted?

    Lo cierto es que en ese sentido Él no está en los pensamientos de muchos. La mayoría de la gente piensa que Dios los persigue con un garrote, listo para pegarles en la cabeza cada vez que pecan.

    Ni siquiera tengo que preguntarles para saberlo. Tan solo tengo que observar su manera de tratar a los demás. Ellos también van por todos lados pegándole a todo el mundo con su propio garrote de críticas y juicios. Viven todo el tiempo lastimando a otros y siendo lastimados.

    Es doloroso vivir así. Yo misma lo intenté, y eso que ya era una hija de Dios nacida de nuevo. Sabía qué era la fe y vivía por la fe, pero quiero decirle que fue una labor ardua y produjo resultados muy precarios.

    Pero hace unos años, Dios empezó a revelarme algo que lo cambió todo. Es una revelación que se sigue dando hasta el día de hoy. Una revelación de su amor.

    El clamor de un hombre

    Esta es una revelación que la iglesia necesita hoy desesperadamente. Nosotros como cuerpo no le hemos expresado al mundo el amor de Dios. Les hemos dicho que Él es un ser moral, que tiene la razón, que es poderoso y cientos de cosas más. Pero hemos fallado en demostrarles eficazmente la verdad que puede cambiar sus vidas, que Él les ama.

    Al ver la vida de Jesús es evidente que el comunicó amor más que cualquier otra cosa. su misión en la tierra fue expresar, es decir, encarnar y personificar el amor de Dios.

    Él se fue al extremo para demostrarle hasta a los hombres más pecadores que Dios los amaba. Lucas 8 nos cuenta de una ocasión en que Jesús había predicado y ministrado todo el día y luego se subió a una barca y dijo: «Crucemos al otro lado del lago» (Lucas 8.22). No les dijo por qué quería ir allá, solo dijo nos vamos.

    No fue un trayecto fácil. Les salieron al encuentro vientos huracanados tan fuertes que los discípulos pensaron que iban a morir, hasta que Jesús reprendió a la tormenta y la detuvo.

    ¿Sabe con quién se encontraron al llegar al otro lado del lago? Con un hombre tan lleno de espíritus malignos que nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Vivía de desperdicios y de restos humanos en los sepulcros, y se golpeaba y cortaba el cuerpo. Era un hombre que quería ser libre pero no podía.

    Cuando aquel hombre vio a Jesús, corrió hacia Él, quizá con la intención de matarlo, pero al acercarse a Jesús quedó ante la presencia de Dios y aquellos poderes demoníacos tuvieron que postrarse.

    En ese mismo instante y lugar, Jesús liberó al endemoniado de los sepulcros. Expulsó a los demonios y le puso en libertad.

    Piense en los extremos a que fue Jesús para alcanzar a ese hombre. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué atravesó el lago si estaba tan cansado que se quedó dormido tan pronto zarparon? ¿Por qué estuvo dispuesto a pasar por la tormenta?

    Estoy convencida de que fue porque Dios oyó el clamor de un hombre angustiado y le dijo a Jesús: «Ve a ayudarlo. No me importa que viva en los sepulcros, no me importa cuán atado esté por la perversión, no me importa su aspecto, su olor ni su conducta. Yo lo amo, por eso quiero que vayas donde está y lo hagas libre».

    Ardiendo de amor

    Una y otra vez a lo largo de su ministerio, Jesús se fue al extremo para demostrarnos el amor de Dios. De hecho, fue hasta al infierno por nosotros, un lugar peor que cualquier sepulcro habitado por un endemoniado. Se enfrentó a la muerte y a la tumba. Jesús renunció a su unión con Dios para llevar el pecado que Adán introdujo al mundo.

    Amigo y amiga, ¡Dios le ama con un amor asombroso! Él no le hizo nacer de nuevo para que pudiera sacárselo de la conciencia. Eso puede sonar risible, pero si uno lo piensa bien, son muchas las personas que tienen esa mentalidad.

    La religión les ha enseñado que Dios nos salva solamente para que podamos alabarlo por siempre. Solamente para que podamos vivir para Él. En otras palabras, Dios nos salvó para satisfacer su propia necesidad egocéntrica de tener a alguien que le dijera cuán grande es Él todo el tiempo.

    ¡No! ¡Dios no es así!

    Efesios nos dice que Él nos redimió para restaurar nuestra comunión con Él, a fin de que en los siglos venideros Él pueda mostrarnos las maravillas de su amor y su gracia (véase Efesios 1.7-10).

    El corazón de Dios clama a quienes siguen en pecado, a todos los que han sido lastimados por él y viven en servidumbre al pecado. Él quiere traerlos a su presencia. Él quiere ser para ellos todo lo que Él es.

    Él sabe cuán maravillosas y grandiosas puede hacer nuestras vidas. A Él lo mueve una compasión infinita para estar con nosotros y bendecirnos. La Biblia dice que Dios es como un fuego de los lomos para arriba y otro fuego de los lomos para abajo. ¡Él está ardiendo en amor!

    Bote el garrote

    Debido a esa compasión ardiente, Colosenses 1:13 nos dice que «[El Padre] nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo».

    Medite en esto un momento. ¡Usted y yo somos ahora ciudadanos nativos del reino del amor! El amor debería fluir naturalmente de nosotros hacia los demás, así como fluyó de Dios hacia nosotros.

    El apóstol Pablo dijo que Dios ha reconciliado consigo al mundo entero y nos ha dado ese mensaje de reconciliación (véase 2 Corintios 5.18-21). Dios ha puesto en paz al mundo entero con Él, y como usted ha nacido de su naturaleza y de su amor, ese mismo deseo debería arder en su interior, para hacer lo mismo con quienes le rodean: Acercarles a usted y amarles.

    «¿Cómo así? ¡Yo no podría acercarme a esas personas! ¡Viven abiertamente en el pecado!»

    ¡Entonces ayúdelos a salvarse! No les pegue con su garrote de juicio ni trate de castigarlos por su pecado. Jesús ya recibió todo el castigo por ellos. Como dice 1 Juan 2:2: Jesús «es la propiciación [el sacrificio expiatorio] por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo».

    Cuando nos sintamos tentados a ser duros o a criticar, haríamos bien en recordarlo y pensar en el hecho de que Jesús derramó su sangre por esa persona, sin importar cuán feamente actúe o cuán descarriada esté. Luego deberíamos preguntarnos: «¿Así es como Jesús le hablaría a esta persona? ¿Es este el tono de voz que usaría?»

    Cuando Jesús se encontró con el endemoniado en los sepulcros, no lo criticó ni lo regañó. Más bien, lo amó. Entendió que el hombre estaba atado y dominado por demonios. Era una persona que necesitaba ayuda, no condenación.

    Tenga esto presente al tratar con alguien que usted crea que está en un error. Considere a la persona y la situación por la que esté pasando. Si no conoce su situación, haga una de dos cosas: Averígüelo o guarde silencio.

    No hiera sus sentimientos con la excusa de tener la razón. La presencia de Dios no le respaldará en ello. El amor se esfuerza al máximo en evitar que la gente sea lastimada. El amor no es quisquilloso ni tampoco hace daño.

    Un engaño común

    Cuando usted no actúa conforme al amor, se sale de la voluntad de Dios sin importar cuánto se justifique.

    Primera de Juan 2:9-10 lo dice así: «El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece [vive] en la luz, y en él no hay tropiezo».

    La mayoría de nosotros negaría que aborrezcamos a alguien porque «aborrecimiento» es una palabra muy fuerte. Pero la verdad es que si no mostramos el amor de Dios a la gente que nos rodea, les estamos odiando. No hay punto medio, únicamente diversos grados de intensidad.

    Por ende, cuando no actuamos en amor, estamos en tinieblas. Lo triste del asunto es que lo hacemos la mayor parte del tiempo sin siquiera saberlo. Como dice Proverbios 14:12: «Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte».

    Nadie se despierta pensando, «Bueno, creo que hoy voy a equivocarme». No, el error casi siempre se esconde bajo el disfraz de ayudarle a alguien. Por ejemplo, ¿alguna vez ha sentido obligación de corregir a alguien «con el fin de ayudarle»? De pronto piensa, Esto tal vez se vea un poco cruel, pero está bien porque a la larga les va a ir mejor.

    He visto a personas en el ministerio criticar, pisotear o lastimar a las personas con quienes trabajan a fin de alcanzar cierta meta ministerial. Nunca está bien tratar a la gente sin consideración, no importa cuán justa sea la causa. Aunque no podamos impedir que algunas personas se sientan ofendidas, nunca debería ocurrir como resultado de nuestra insensibilidad o pereza en lo que respecta al andar en amor.

    Si usted no se esfuerza en crecer y andar en amor con las personas que le rodean, está en tinieblas y está engañado. Sin amor, todo lo que usted haga se mantendrá alejado de la gloria de Dios. Y sin la gloria de Dios en lo que usted hace, ¿para qué tomarse la molestia de hacerlo?

    Elija su mundo

    Aparte de la influencia de Dios, ¡el mundo no tiene amor! Todo el «amor» que tiene para ofrecer está lleno de avaricia y posesivismo entrelazados con lujuria.

    Pero usted ya no es un ciudadano de las tinieblas. Ha dejado de ser un ciudadano de este mundo. Usted es un ciudadano del reino del Hijo del amor de Dios.

    Sí, usted sigue viviendo en este mundo que está bajo la influencia del maligno, quien sigue tocando a su puerta, ejerciendo presión sobre usted para que siga su patrón egoísta de existencia.

    La pregunta es, ¿a cuál mundo va a rendirse? ¿Será un embajador del amor o se adaptará al mundo plagado de odio que le rodea?

    Si opta por ser un embajador del amor, tendrá una influencia estupenda en el mundo que le rodea. ¿Qué clase de influencia? La misma que Jesús ejerció cuando vivió en nuestro planeta. Con cada acto de bondad, cada gesto de compasión, cada palabra de amor, usted traerá la presencia de Dios mismo a la escena.

    Usted puede comprometerse ahora mismo y decir: «A partir del día de hoy, tomo la firme decisión de andar en amor. No me pondré a mí mismo en primer lugar, pondré a los demás primero que yo. Dejaré de criticar y empezaré a alcanzar a los demás con compasión».

    Después avive el Espíritu Santo dentro de usted orando en el espíritu. Deje que Él le muestre cómo amar de verdad. Él es tan creativo que le dirá cómo amar a las personas que le presenten mayores dificultades.

    Él le dará el poder para ir y hacer algo agradable para ellos. ¿Sabe qué pasará cuando usted lo haga? Es probable que otra vez se porten mal con usted, pero el poder del amor le capacitará para elevarse por encima de ello y no le afectará.

    Lo que sí va a importar mucho es que habrá sucedido algo eterno. El amor y la presencia literales del Dios Todopoderoso habrán invadido esa situación, y ese amor puede hacer cosas que ninguna otra cosa puede hacer. El amor rompe cadenas, libera cautivos, sana heridas, une a las personas.

    El amor hace posible lo imposible, porque el amor nunca deja de ser.

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí