"Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, haced lo todo para la gloria de Dios" (1 Corintios 10:31).
Una pequeña iglesia estaba haciendo planes para construir un templo bien mayor. Como homenaje al pastor que ejercía su ministerio allí hace muchos años, el comité de construcción dijo a él que su nombre sería colocado en la piedra fundamental.
El pastor agradeció mucho la consideración y recordó el versículo del apóstol Pablo a los Corintios:
"hagáis todo para la gloria de Dios." Pidió, entonces, que su nombre no apareciese en la nueva construcción. Hoy, quien visite aquella iglesia, en vez del nombre del pastor,
encuentra escrito: "Para la gloria de Dios."
¿Lo que hemos buscado cuando nos colocamos a la disposición de Cristo para trabajar en la edificación de Su reino?
Nuestro propósito es llevar a nuestros amigos la misma alegría que nos contagió cuando recibimos el Salvador en el corazón o ¿alojamos, al mismo tiempo, algún tipo de
reconocimiento? ¿Luchamos por cargos adentro de la iglesia o simplemente nos presentamos como soldados del Rey para servirlo en el lugar y de la forma qué Él quiera?
Cuando entendemos el significado de "hacer todo para la gloria de Dios," la alegría es muy mayor, las bendiciones son más constantes, no existe ni vanidad, ni
egoísmo, ni juicio. No buscamos ser mejores, pero apenas alabar y glorificar el nombre del Señor.
Cuando servimos a Dios delante de los reflectores para ser vistos y recompensados, mostramos que, en verdad, no experimentamos un encuentro real con Él. Queremos la gloria pero esta pertenece, exclusivamente, al Señor Jesús.
Cuando nuestras actitudes visan el engrandecimiento del nombre del Señor y no nuestro, somos más bendecidos y felices. Las conquistas son mayores porque nuestros pasos son dirigidos por Él. Nuestra vida brilla mucho más porque no refleja nuestras virtudes, pero la gloria bendita de nuestro Dios.
Deje la gloria de Dios brillar en usted y a través de usted.
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