Reflexiones Cristianas – El Cambio Sublime


EL CAMBIO SUBLIME…

Era una escena muy extraña, tan extraordinaria que ni mis experiencias, ni mi sentido de orientación, ni mis habilidades me permitían comprenderla. Un día viernes antes del amanecer, vi a un hombre joven y fornido que caminaba por entre los callejones de la ciudad. Tiraba de una vieja carreta llena de ropas nuevas y brillantes y con una cristalina voz de tenor gritaba: -"¡Trapos, trapos, trapos nuevos por trapos viejos denme sus trapos usados, trapos…!"- pero que interesante pensé, pues el hombre medía más de 1.80 de estatura, sus brazos como ramas de árboles eran fuertes y musculosos y sus ojos brillaban con inteligencia. ¿Acaso no podía encontrar otro trabajo que recoger trapos en los barrios pobres de la ciudad?. El ropavejero vio a una mujer sollozando, sus codos y sus rodillas los tenía doblados por la tristeza, sus hombros se estremecían y su corazón estaba destrozado por el dolor. El hombre detuvo su carreta, calladamente camino hasta donde estaba la mujer y le dijo con ternura: "Deme su pañuelo usado y yo le daré otro"-. Le quitó la manchada prenda y colocó en su mano un pañuelo tan blanco que parecía que brillaba. La mujer estaba tan sorprendida que parpadeo varías veces al recibirlo. El ropavejero hizo entonces algo muy extraño. Puso el pañuelo húmedo sobre su rostro y comenzó a llorar desconsoladamente, pero la mujer quedo radiante de felicidad. -¡Esto es sorprendente!-
me dije, y seguí aquel hombre como un niño atraído por un misterio. –"¡Trapos, trapos nuevos por trapos viejos!"… Poco después encontró a una niña de ojos tristes, cuya cabeza estaba cubierta con vendas, un hilo de sangre corría por una de sus mejillas y manchaba su vendaje. El hombre la miró con compasión y sacó un hermoso gorro de su carreta. –"Dame tu trapo"- le dijo, la niña observó que el hombre intercambiaba el vendaje, a ella le puso el gorro nuevo y él colocó en su cabeza el vendaje manchado. –Yo estaba atónito con las vendas, se había ido también la herida, pero la sangre corría ahora copiosamente por las mejillas de él. -"¡Trapos, trapos denme trapos viejos!"- clamaba el hombre que ahora lloraba y la sangre manchaba su rostro. Era mediodía, entonces el ropavejero se dirigió a un hombre recostado en un poste de teléfono. –"¿No vas a trabajar?"- Le preguntó amablemente. "¿No tienes empleo?." -"¿Eres tonto?"- le respondió el otro con un tono de burla. Se apartó del poste y se vio que la manga derecha de su chaqueta colgaba flácida y vacía. No tenía brazo. –"Dame tu chaqueta"- le dijo el ropavejero –"…y yo te daré la mía"-. ¡Cuanta autoridad había en su voz! El manco se quitó su chaqueta y el ropavejero se despojó de la suya, temblé mucho con lo que vi. El brazo derecho del ropavejero se había quedado en su chaqueta, y cuando el manco se la puso apareció con dos fuertes brazos, pero su benefactor ahora tenía solo uno. –"Ve a trabajar"- le dijo. Tuve que apresurar mis pasos para no perderlo de vista. Le dejó ropas nuevas a un anciano abandonado, tomó el manto de este y se dirigió hacía las afueras de la ciudad. Gemía y sangraba, mientras tiraba con una mano de su carreta. De repente…se cayó, pero se levantó y siguió su camino sin descanso hasta llegar a su destino. Ahora convertido en un pequeño anciano se acercó a un basurero. –Quise ayudarle pero permanecía escondido – Subió a un montículo y con suma dificultad preparó un pequeño espacio en aquella colina, colocó el pañuelo y la chaqueta como almohada, se acostó …y murió. ¡Cuánto lloré al verlo morir!, Sollocé como quien no tiene esperanza, porque había llegado amar aquel hombre. Finalmente el sueño me venció. Después me di cuenta que había dormido desde la noche del viernes hasta el amanecer del domingo. Entonces me despertó una luz poderosa, abrí los ojos, miré y vi algo maravilloso. Allí estaba el ropavejero doblando su manto cuidadosamente, tenía una cicatriz en su frente, pero estaba vivo. No mostraba señales de dar, ni de tristeza y todos los trapos sucios que había recogido relucían de limpios. Bajé el rostro y temblando por todo lo que había visto me acerqué a aquel hombre. Le dije mi nombre con vergüenza, porque me sentía miserable a su lado. Entonces me quité todas mis ropas en ese mismo lugar y con toda el alma le dije: -"vísteme a mí también"-. Así lo hizo me puso ropas nuevas y ahora soy feliz a su lado.

"BENDITO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR JESUCRISTO"

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