Devocional – Del libro LA LLAMADA DE DIOS

Porque es muy cierto que solo el que busca la verdad, sin aditamentos ni falsas filosofías, es el que dando con el riquísimo filón del Evangelio, hace como aquel mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo cuanto tenía y la compró. (Mateo 13:45,46).

 Nosotros quisiéramos que cada uno de los creyentes se hiciera su propia y seria reflexión. Para este trabajo vamos a aportar algún versículo más. Leámoslo y meditémoslo junto con la «Oración del Señor Jesús», y veamos que ocurre en nuestro interior, si somos sinceros y amantes de la verdad de Dios.

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios quien nos reconcilió consigo mismo con Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles a los hombres en cuenta sus pecados y nos encargó a nosotros el ministerio de la reconciliación. (2ª Corintios 5)… y por todos murió , para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2ª Corintios 5:15).

He aquí claramente expresado el pensamiento de Dios para los que Él mismo ha recogido para sí, con un llamamiento pleno de ternura y de misericordia.

Pensemos en esto, y veamos si lo que estamos explicando, aun deficientemente, toma carta de naturaleza en el interior de cada uno y deja lo escrito por nosotros como lo que es; un pobre intento de explicar, tan torpemente como se quiera, lo que debería de ser en cada uno de nosotros la tarea diaria, la aspiración continua, y el pensamiento dominante en cualquier cosa que deliberemos o emprendamos. Somos exhortados a no recibir en vano la Gracia de Dios. (2 Corintios 6:1). Lo que el Señor tenga aparejado para nosotros, no tardará en llegar de una u otra forma.

Dios no está desprevenido, ni lo que sucede es algo que se le ha ido de las manos. Forma parte, de una u otra manera, de su plan global que se manifestará en el día oportuno. A nosotros (sus hijos) nos corresponde tomar nota, y no hacer nido en tantas circunstancias  que tan tenazmente nos rodean.

No tenemos por que apegarnos a las cosas, de tal manera que nos untemos de la brea pegajosa que atrae con su brillo fatal. No es merecedor de reprensión el amor a las dulces y bondadosas ordenanzas de Dios, y su leal cumplimiento por amor a Él.  ¿Por qué algunos de los que dicen ser de los cristianos, la critican tanto?

Esto es claro y es defendido, con toda razón y legitimidad, por todos los grandes hombres de Dios. ¿Cómo, pues, hay tanta discrepancia de unas formas de teología con las otras que defienden el mismo principio? Y mientras, los paganos viven sin recibir la alternativa del evangelio puro, estorbados por sus propias concupiscencias, y por el estado de la cristiandad. Es una terrible situación y responsabilidad.

Llegará la hora, conforme avance esta tendencia, en que se nos pueda decir como se le dijo al profeta: No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar (Jeremías 16:2), cuando la fatal hora de la destrucción llegó a pesar de los requerimientos amorosos del Señor y sus terribles amenazas. Ni unos ni otras fueron nunca escuchados y, consecuentemente, sobrevino la catástrofe de forma total e inevitable.

La calamidad se cierne sobre un mundo inestable en grado sumo, y los hombres se entregan a los enredos del hedonismo, el egoísmo, con tan suaves palabras y conceptos, que les hacen aparecer (según sus falaces criterios) más buenos y solidarios que los mismos cristianos. Todo en ellos es apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella. (2ª Timoteo: 5).

El Señor reina y prosigue su obra; su extraña y maravillosa  obra, y los suyos moramos tranquilos en el conocimiento de que está a nuestro lado en cualquier lugar, situación y momento. Dios reina y Cristo reina con Él y vive en nosotros por la fe: Yo soy; no temáis, dijo Jesús (Juan 6: 20) ¡Que se mueva el mar y la barca cuanto quieran! Nosotros estamos en seguridad, anclados en la Roca firme de Cristo. ¡Alabado sea por siempre!  

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