Devocionales Biblicos – CONVERSIÓN Y CAMINO.

CONVERSIÓN Y CAMINO

Los cristianos debemos hacer bueno para nosotros, el mandato de Dios a Jeremías. Si te convirtieres, yo te restauraré; y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. Y te pondré en este pueblo como muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti pero no te vencerán: porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice el Señor. (Jeremías 15)                

Lot era un buen hombre y justo según la Escritura, y hasta se abrumaba por  la nefanda conducta de los malvados: Porque este justo que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos. (2ª Pedro 2:7)

Vemos claramente el ejemplo de un justo, abrumado cada día a causa de estar rodeado y casi envuelto en la iniquidad, pero  no se marchaba de la corrompida ciudad. Sus hijas y sus yernos, su propiedad y todo otro tipo de consideraciones, le impedían apartarse de aquel laberinto de maldad en donde él mismo se había involucrado.

No es nueva esta confusión para el hombre. Es la imagen misma del creyente de hoy, que estando lleno de devotos pensamientos hacia Dios, no da el paso definitivo de separación de tales gentes y sus obras, y atrae neciamente sobre sí los juicios del Señor. Es tan necio estar lejos de Dios, como estar cerca y no hacer aprecio a los tesoros de piedad y dones espirituales, que Él libremente ansía otorgarnos.: No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos. (Mateo 7:21). 

A Lot le tuvo que sacar Dios apresuradamente de Sodoma, después de padecer afrenta y ser humillado por aquellos con los que cohabitaba, y con pérdida total de todo lo que había acumulado de riquezas y posesiones, de relaciones y amistades. Todo fue destruido por el fuego, y solo su parentesco  con Abraham y por ello, el favor de Dios, le valió a Lot para ser sacado de aquel horno ardiente, aunque apresuradamente y  en el último momento.

Quisiéramos que este ejemplo sencillo y ejemplarizante, convenza a cualquier cristiano atento y que busque la verdad, de que la separación es el método de Dios para todos nosotros los que creemos, y su objetivo es nuestra verdadera libertad y purificar para sí un pueblo celoso de buenas obras. (Tito, capítulo 2) 

Abraham permaneció en el monte con sus ganados sin querer disfrutar los placeres que existían en la ciudad, pero fue amigo de Dios y conservó vida, bienes y paz, al permanecer alejado de todo lo que para Lot era prosperidad, y una forma de vivir avanzada y refinada.

Abraham por esta fe y confianza consecuente en el oráculo de Dios, aunque era hombre falible y tuvo que padecer a causa de sus naturales debilidades (como también nosotros), se cuidó muy bien de no entregar a su hijo Isaac, heredero de la promesa de la bendición de Dios, a las mujeres cananeas.

Envió a Eliezer, su mayordomo, con camellos, criados, presentes y bajo juramento de buscar esposa para su hijo, entre las hijas de su propio pueblo. (Génesis 24: 8) Desligó a su criado de la obligación del juramento, si la doncella a la que iba a buscar para Isaac, no quería acompañarle a la vuelta, pero puso como condición última que de ninguna manera llevase a su hijo a su tierra de origen.

El heredero de sus bienes terrenos y la bendición divina, no podía salir de la tierra, y volver de nuevo al país de donde su padre fue sacado para no contaminarse. No se había de hacer un movimiento que comprometiera el cumplimiento de la promesa del Señor, de entregar aquella tierra a sus descendientes en la simiente de Isaac.

Abrahán muchos siglos antes, hizo válidas y efectivas las palabras de Dios tal como posteriormente dijo Jesús: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama. El que me ama mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. (Juan 14:21-23). Solo permanecer en su amor, y todo lo demás se nos dará por añadidura. Lo creeremos o no. Pero no se discute si se cree; y tampoco si no se cree.

Las promesas de Dios son tan inmensamente grandes, que nos cuesta un enorme esfuerzo mental y espiritual asimilarlas, precisamente por su riqueza inconmensurable. Parecen solo textos sublimes, y lo son, aunque lo principal es que son realidades profundas: Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni principados ni potestades ni lo presente ni lo porvenir… ni ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 8: 38 y ss.).

Ante este cúmulo de promesas y de vivencias diarias, los cristianos no tienen por valor alguno las vanidades de la vida, que solo son  llamadas del diablo a que empleemos los sentidos y pensamientos a su servicio, en contra del mandamiento de Dios y sus promesas eternas.

 

 







































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