Libros Cristianos – Kenneth Hagin La Fe Lo que es – Capitulo 4

Capítulo 4 – La Esperanza Cambiada en Fe, trae Resultados

 

Mientras dirigía una campana en Pamona, California, en 1950, conocí a un hombre de 83 años de edad. Este se presentó con otros para recibir el Espíritu Santo. El me dijo que hacía 50 años que buscaba el Espíritu Santo: «Hermano Hagin, mi señora recibió el Espíritu Santo en el avivamiento aquí en Los Ángeles y unos decían que todos los que iban allá recibían el Espíritu Santo, pero yo fui a aquella campana por tres años, a tres cultos diarios. Yo acudí casi sin faltar y busqué el Espíritu Santo sin cansarme, pero no lo recibí».

La segunda vez que le impuse las manos, por revelación supe lo que le pasaba, pero también supe que no lo aceptaría en ese momento ni creería la verdad. El que usted sepa lo que sucede no siempre beneficia a la gente. Ellos tienen que saberlo.

De todos modos, el hombre continuó asistiendo de día y de noche mientras yo enseñaba sobre la fe. Por fin vio la luz. Es curioso que oyéndolo por una semana no lo comprendiera. Fue necesario que lo oyera repetidas veces. Por eso enseño varias veces ciertas verdades. Simplemente, la gente no entiende la primera vez. Por fin, después de estar en todos los cultos durante diez días me buscó y dijo: «Hermano Hagin, recién esta mañana he comprendido. Ahora veo por qué no he recibido; nunca he creído. He esperado, solamente, recibir el Espíritu Santo».

«Ya lo sabía, hermano», respondí. «Lo supe la segunda vez que le impuse las manos y oré; me fue revelado, pero también supe que yo no podía hacerle entender en ese momento. Pero sabía que si usted seguía viniendo, lo vería tarde o temprano».

«Usted tendrá que darme un poco más de tiempo».

«Muy bien, hermano, todo el tiempo que quiera».

«Ya ve que hace 50 años que sigo este camino y me va a ser un poco difícil ir en dirección contraria».

«Está bien que tome el tiempo que sea necesario, pero venga siempre a los cultos».

«¿Cómo no?  Estaremos día y noche».

Le dije que cuando cambiara su esperanza en fe, yo lo sabría, él lo sabría, y entonces recibiría.

Tres días después, en la noche del viernes, después del culto, él vino al pastor y a mí y dijo: «Hermanos, ¿será posible que impongan las manos sobre mí? He cambiado mi esperanza por fe. ¡Estoy listo! ¡Estoy listo!»

Le pregunté si pensaba recibir.

«Sí» dijo. «Pongan las manos sobre mí y recibiré ahora mismo». El pastor y yo pusimos las manos sobre él, y casi al momento sus manos estaban en alto, su boca abierta y hablaba en lenguas. Por 50 años estaba esperando recibir el Espíritu Santo. Ahora lo recibió.

Recuerdo un caso cuando viajaba solo. Estaba en cierto lugar en una campana y algunos síntomas alarmantes aparecieron en mi cuerpo. Los tuve por tres noches y me quitaban el sueño. El diablo me hablaba (Uno sabe cuando es el diablo el que habla o cuando es Dios el que habla. El diablo habla duda y falta de fe, mientras que Dios no habla en contra de Su Palabra). Aquél me dijo que yo no iba a ser sanado, no esta vez.

Cuando el diablo persistía, me puse a reírme de él. No estaba con ganas de reír, pero me obligué a hacerlo, y reí, sabiendo que el diablo no dejaría de preguntarme el por qué. Y al rato el diablo me hizo esa pregunta.

«Me río de ti», le dije.

«¿Te ríes de mí?»

«Sí, me río de ti».

«¿Por qué te ríes de mí?»

«Tú has dicho que yo no iba a recibir la sanidad, pero ¿por qué quiero recibirla, cuando Jesús ya me la ha conseguido? No pienso conseguir nunca la sanidad, señor diablo. En 1°Pedro 2:24 la Biblia dice: «Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos al pecado, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados».

Hace casi dos mil años desde que fui sanado por las heridas de Jesús, y eso me pertenece a mí. No estoy procurando tenerlo. Lo tengo». Los síntomas desaparecieron y hasta hoy no han vuelto. Vencí al diablo por medio de la sangre del Cordero y de la palabra de mi testimonio.

Quiero dar un paso más. Miremos Juan 20:24-29: «Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos, no seas incrédulo sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!  Jesús le dijo: Porque me has visto Tomás creíste, bienaventurados los que no vieron y creyeron».

Pasemos a Romanos 4:17-21: «Abraham, el cual es padre de todos nosotros … delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de mucha gente. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido». ¿Hay diferencia entre la fe de Abraham y la fe de Tomásí ¡Por cierto que sí! Tomás dijo: «No creeré si no veo la señal y la herida de su costado». Jesús le dijo: «Porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron». Sin embargo, aquí está Abraham, quien «llama las cosas que no son, como si fuesen».

¿Cuál es la fe de la Biblia? La de Abraham, por supuesto, porque nuestro texto dice: «Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». Abraham se halla mencionado en el capítulo 11 de Hebreos, siendo basada la fe de Abraham en estar «plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido». Creyó a Dios y en Su Promesa.

En otras palabras, aquí hay una pequeña fórmula de la fe que puede servirle. Primero, Abraham tenía la Palabra de Dios acerca de ello. Segundo, él creyó la Palabra de Dios. Tercero, no miró a las circunstancias que parecían contrarias. Cuarto, dio gloria a Dios. Siga usted estos cuatro pasos y sin falta llegará a Dios, porque son cuatro pasos seguros a la liberación, la sanidad, la petición o lo que busque.

Nótese la fe de Tomás. Su fe no se basaba en lo que dijo Dios. La fe de Tomás se basaba en sus cinco sentidos, porque dijo que no creería hasta ver. Tantos dicen que cuando lo vean, o cuando lo sientan, entonces sabrán lo que tienen. Pero eso no es la fe de la Biblia. Es la fe natural y humana y cualquier pecador tiene esa clase de fe.

Claro está que la fe verdadera se basa en la Palabra. Tal fe dice: «Si Dios dice que es verdad, lo es». ¡Creer a Dios es creer Su Palabra!»

A mí me gusta citar esto: «No puedo comprender a Dios a través de lo que siento. No puedo comprender al Señor Jesucristo a través de lo que siento. Puedo comprender a Dios Padre y a Jesucristo sólo por lo que la Palabra dice de ellos. El es todo lo que la Palabra dice que El es». Precisamente conocer a Dios el Padre por la Palabra, y precisamente conocer al Señor Jesucristo por la Palabra.

Hay muchos que tratan de conocer a Dios a través de lo que sienten. Cuando se sienten bien, creen que Dios les oyó; y si no se sienten bien, creen que no les oyó. Su fe se basa en lo que sienten, pero mi fe se basa en la Palabra de Dios. Si la Palabra de Dios dice que El me oye, entonces sé que me oye, porque El lo dijo, y Su Palabra no miente. Es decir, si mi fe fuera basada en lo que siento, entonces usaría una fe natural y humana, nada más. Procuraría ver resultados a través de una fe natural y humana, lo cual es imposible. Para ver algo de Dios, tengo que usar la fe de la Biblia, y si mi fe está basada en la Palabra de Dios, entonces creo la Palabra sin reparar en pruebas que satisfagan mis sentidos físicos.

Tantos son los que procuran conseguir la bendición de Abraham a través de la fe de Tomás y eso no funciona. Nosotros los creyentes tenemos la fe de Abraham porque Gálatas 3:29 dice: «Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa». Gálatas 3:7 dice: «Sabed, por tanto, que los que son de fe, estos son hijos de Abraham». Entonces tenemos la fe de Abraham. No estamos procurando tenerla, la tenemos.

Me acuerdo de que, en un lugar en donde tuve una campaña, había una predicadora que repetidas veces venía a la fila buscando sanidad y, nunca la recibió. El pastor me preguntó por qué. Dijo que la mujer era muy conocida, y que otros no buscaban la sanidad viendo que ella no la recibía. Pedí al Señor Su ayuda la próxima vez que la vi en fila. Cuando llegué a ella, oré, y cuando terminé, ella se palpó y dijo inmediatamente: «No, todavía no lo tengo. Ore de nuevo».

Oré entonces, y cuando terminé. Volvió a hacer lo mismo. Le dije: «Oraré una vez más por usted y entonces puede ir a sentarse».

El Señor me indicó cómo usarla como ejemplo para ayudar a la congregación. Cuando se dirigió al pasillo la llamé y ella volvió. Le dije: «Hermana, quiero hacerle una pregunta».

«Hágala», contestó ella.

«¿Cuándo va usted a comenzar a creer que está sanada?»

«Pues, cuando sea sanada».

«¿Por qué quería usted creerlo entoncesí Me parece a mí que entonces ya lo sabría».

«Diga eso otra vez», me dijo. Le hice esta declaración cuatro veces, y no la entendió. Pero gran parte de la congregación la entendió y muchos se añadieron a la fila y fueron sanados. Ella trataba de recibir aquella verdad con la mente, pero la mente no puede recibir las cosas del Espíritu. Si escucha a su espíritu, algo responde dentro de su ser porque su corazón lo comprende. Toda persona puede creer lo que siente, oye y ve, funcionando en lo físico mayormente. A veces hay que andar por vista, pero hablo de las cosas de la Biblia, de las cosas espirituales, donde no andamos por vista.

Si la ciencia médica sana, es por lo físico. La llamada «Ciencia Cristiana» sana por la mente. Pero si Dios sana, lo hace por el espíritu: la sanidad espiritual. La sanidad divina se recibe de Dios el Padre tal como se recibe el nuevo nacimiento, que es el renacimiento de nuestro espíritu. Al nacer de nuevo, no es el cuerpo el que vuelve a nacer. Tenemos el mismo cuerpo de siempre. Sabemos que la Biblia dice que si uno está en Cristo, nueva criatura es. No quiere decir que el cuerpo se renueva. No cambia lo físico, pero al ser salvo, el hombre interior, el hombre de dentro que nace de nuevo, se hace otro. El nacimiento de nuevo es el renacimiento del espíritu humano. Jesús dijo: «Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido de Espíritu, espíritu es». Al momento del nuevo nacimiento de uno, no se puede observar lo que le ha pasado adentro, pero pasado el tiempo, sale a luz.

Hemos sido engañados por algunos que han venido al altar. Oran, lloran, saltan, abrazan y parecen tan felices, y entonces no volvemos a verlos ni a oír de ellos. Nos parecía que algo había pasado. Fue algo causado por las emociones, no por el nuevo nacimiento. Otros no demuestran ninguna emoción, y no sabemos si les ha pasado algo o no. No se quedan en el altar mucho tiempo, pero muchos entre ellos llegan a ser creyentes sobresalientes. Muchas veces nuestra fe se basa en nuestros sentidos corporales. Creo en la emoción, pero la pongo en último término. La Palabra de Dios primero; la fe en la Palabra de Dios, segundo; y la emoción, por último. Muchos la ponen al revés y tienen primeramente la emoción, la fe en su emoción, segundo y la Palabra de Dios por último.

No se puede saber al momento lo que ha pasado dentro de una persona, porque es el renacimiento del espíritu humano; pero si anda en la luz que tiene, se verá en el exterior también.

Amigos, la esperanza espera, pero poco recibe. Es una lástima que tantos digan, cuando se trata de la oración: «Espero y oro, oro y espero». ¿Ha oído usted eso? ¿Dice usted eso? ¡Corríjase!  La próxima vez que lo diga, dése en la boca y diga: «Ya no; eso no es fe». Se oye esto: «Todo lo que nos queda es orar y esperar». Si eso es todo lo que hace, está vencido.

En cierta ocasión me hospedé en la casa del pastor donde tenía una campaña. Creo que ese pastor era el peor del mundo en decir: «Estoy esperando y orando». Lo repetía media docena de veces cada día. Me asombraba que se sentara en todos los cultos donde yo enseñaba la diferencia entre la esperanza y la fe, pero se le escurría como agua de la espalda del pato. Es por eso que yo sé que tengo que repetir tantas veces estas cosas pues no las entendían.

Un día a solas conmigo, me dijo: «Hermano Hagin, quiero que ore conmigo por algo, si me hace el favor».

«Bueno» le dije «¿qué esí»

«Pues, hay un negociante aquí que no pertenece a mi iglesia, que quiere darme el título de una cabaña cerca del lago, con unas hectáreas de terreno. El debe 900 dólares y me dijo que yo podía pagar algo mensualmente, o él lo podía pagar, y yo podría pagarle sin intereses. Pero su señora tenía inconvenientes y me ha pedido 30 días para resolverlos».

Dos veces yo le había dirigido una campaña y no le había penetrado. Cuando dijo: «Estoy esperando y orando», le hablé: «Hermano, si eso es todo lo que hace, está perdiendo el tiempo».

Por un momento no sabía que hacer. Abría y cerraba los ojos y yo temía que se desviara del camino. Entonces respondió: «Tiene usted razón. Sí, tiene razón. Iba a decir que perdía mi tiempo y el de Dios también, pero no pierdo el tiempo de Dios. El no me oyó, pierdo el mío no más».

Consiguió el terreno y la cabaña cuando dejó de esperar y comenzó a creer.

La fe es tan sencilla, sea en lo espiritual, en lo financiero o en lo material. La fe es del presente. AHORA ES LA FE. La fe dice: «Lo tengo ahora»

La esperanza dice: «Lo tendré algún día», pero eso no sirve. Deje de orar y esperar. Ponga guarda a sus labios. Desde ahora diga: «Estoy orando y creyendo», y si dice esto, ¡funcionará para usted!

 

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