Reflexiones Cristianas – La leyenda del pobre inocente.

Cuenta una antigua leyenda, que allá en la Edad Media un hombre llamado Genaro, bueno y trabajador, fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.  En realidad, el verdadero asesino era una persona muy influyente en el reino, así que el juez para encubrirlo, hábilmente buscó un "chivo expiatorio".  El pobre Genaro fue llevado a juicio con la intención premeditada de ahorcarlo.  Prácticamente no había una tan sola prueba que incriminara al acusado.  Pero era un secreto a voces que el juicio había sido hecho para su condena, y que prácticamente no tenía oportunidad de salir vivo de su infortunado e injusto destino.

El Juez era tenido por todos como un hombre de profunda religiosidad.  Así que tratando de salvar ese prestigio, y siendo que el pueblo entero estaba presente en el juicio, decidió hacer las cosas de tal manera que lucieran justas y transparentes.  "Quiero dejar que seas tú, Genaro, quien pruebe tu inocencia.  Dejaré tu suerte en las manos de Nuestro Señor.  Voy a escribir en un pedazo de papel la palabra INOCENTE, y en otra la palabra CULPABLE.  Diosguiará tu mano, y la primera que tú escojas será tu veredicto".  Diciendo esto, y sin que nadie más que Genaro lo notara, escribió rápidamente en los dos papeles la palabra CULPABLE.

El pobre acusado tragó saliva.  No había aparentemente escapatoria.  Pero rogó a Dios que lo guiara.  Así avanzó hasta la mesa del juez, en que se encontraban los dos papeles doblados, tomó rápidamente uno ¡y se lo tragó!  El juez sorprendido, exclamó; "¿Qué hiciste insensato?  ¿Y ahora?  ¿Cómo vamos a saber cuál es el veredicto?" Genaro sonrió, "Muy fácil, bastará mirar el papel que queda y sabremos cuál fue el que yo escogí primero".  Abrió entonces el otro papel, y después de mostrarlo a todos, lo entregó al juez.

Entre los gritos de euforia de todo el pueblo, Genaro fue puesto en libertad de inmediato.  Y mientras recibía los abrazos de parientes y amigos, pensaba sorprendido en ese raro impulso que lo indujo a tragarse el papel.  Levantó la mirada y agradeció a Dios por su oportuna guía. 


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