La Oveja Número 100 (La Perdida)

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La Oveja Número 100, La Oveja Perdida

La Oveja Número 100, La Oveja Perdida

Josafat tenía cien ovejas, y una se le perdió. Se quedó con noventa y nueve. ¿Qué más le daba una más o una menos? Pero a este joven pastor de Belén le importaban mucho todas sus ovejas, y esa, la número cien, no sería una excepción.

Le dijo a su padre que se iba. Se abrigó con su zamarra, empuñó el cayado y partió cruzando valles y montañas. Salió al caer la tarde. De un tronco que ardía en la fogata hizo una tea y, al amparo de aquella titilante luz, cruzó la puerta de la cabaña. Los demás pastores dormían. Solo dos estaban despiertos: un muchacho que hacía la guardia y el padre de Josafat.

  • Hijo, ¿te vas ahora? Mira que ya anochece.

Josafat apenas le escuchó.

Al poco rato, sobre el encino, surgió una luz. Los pastores se despertaron debido a su intenso resplandor. Todos vieron al ángel y escucharon con asombro su mensaje:

  • Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador. Id a verle. Esto os servirá de señal: lo encontraréis en una cueva como la vuestra, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Pero Josafat estaba ocupado en la búsqueda de su ovejilla. Pensó que quizás su padre tendría razón, que tal vez sería demasiado aventurado buscar la oveja a esas horas. Después del bosque de encinos, pasó por un breñal y se clavó algunas espinas, luego cruzó un riachuelo. No se oía ningún balido, y lo que veía con aquella débil antorcha solo eran sombras confusas.

Llevaba ya varias horas luchando contra el frío de la noche. Cansado de una búsqueda infructuosa, se sentó sobre una piedra en el descampado y comenzó a orar:

Oh, Dios, ¿qué es una oveja? ¿Valdrá la pena seguir buscándola? No sé por qué, pero pienso que todo esto… ¿Y si a ti se te perdiera un alma? ¿No la buscarías día y noche hasta encontrarla? ¿No la desatarías de la maleza, no la cargarías en hombros? ¿No la llevarías al aprisco y la cuidarías? Dime, Señor, si se te perdiera un alma…

Y cuando miraba el cielo de aquella noche estrellada, vio un resplandor en lo alto que palpitaba. Como si alguien le empujara, se levantó y siguió la extraña luz.

Los pastores y gañanes habían improvisado regalos: unos llevaban queso fresco, otros leche y cuajada, otros un corderillo.

Si Josafat hubiera recibido el anuncio -pensaba su padre-, le llevaría la mejor oveja del rebaño. Y suspirando, cruzó la valla y se alejó del redil.

Del hueco de una colina salía un resplandor dorado. Encima, la estrella revoloteaba nerviosa, como una mariposa de plata. Josafat, para ver más de cerca aquella luz o para calentarse con la lumbre que allí había, se adentró en la gruta. Lo que vio fue maravilloso: un hombre robusto y joven, una hermosa doncella y, sobre una cuna improvisada, un niño. ¡Y qué niño! Tenía en la cara el resplandor de la estrella y el color del fuego. Alrededor, sus compañeros ofrecían a la Señora sus regalos para el Niño. Y junto a la cuna, ¡oh sorpresa!, calentando la piel del recién nacido, estaba su ovejilla traviesa, durmiendo tranquila, como ajena a todo aquello.

Josafat sintió brotar un enfado, quiso despertar a la oveja, pero los ojos de la doncella le detuvieron. Y muy dentro de su alma, oyó una voz que le decía:

No la riñas, ¿no ves que mi hijo la ha encontrado? Ha venido para buscar a las perdidas.

1 COMENTARIO

  1. Amigo mìo, te deseo la mayor felicidad posible en estos días y que el Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti! Un abrazo fraternal.
    Daniel de Tierra de la gracia.

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