Articulos Cristianos – Jesus es el Cordero de Dios

Canten al  Señor una cancion nueva, pues ha hecho maravillas. Ha alcanzado la Victoria con su gran poder, con su santo brazo [Salmo 98,1]


 

Jesús es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Él ha venido como reconciliación nuestra, y cargó sobre sí los pecados del mundo; en Él encontramos el perdón de nuestros pecados, para ser santos como Dios es Santo [Juan 1,29 – 34] .


 

Pero el Hijo de Dios hecho hombre no ha venido a nosotros sólo para convertirse en nuestra reconciliación y en nuestra paz, sino para elevar a la dignidad de hijos de Dios a cuantos creamos en su Nombre y vivamos unidos a Él. Tener parte en su santidad significa entregarse completamente a Dios por amor y por fe, sin reservas. Sólo muriendo a nosotros mismos [es decir, haciendo la voluntad de Dios y no la nuestra] y permitiendo que su santidad llene nuestro corazón, podremos ser mejores reflejos de su santidad.

El Espíritu Santo da testimonio de que Jesús es Dios-con-nosotros, y de que Él tiene el poder de bautizarnos con el Espíritu Santo. Quienes seamos sumergidos en Él, al participar del mismo Espíritu de Dios, tanto somos sus hijos como estamos llamados a manifestar, con nuestras buenas obras nacidas de Dios, que somos de su linaje santo.

Por voluntad de Dios sobre nosotros ha bajado y se ha posado el Espíritu Santo. Desde ese momento debemos ser testigos, con nuestras obras, de que Dios está en nosotros y guía nuestros pasos por el camino del bien.

Quienes hemos sido bautizados y mediante la fe hemos unido nuestra vida a Jesucristo, tenemos como vocación dar a conocer la presencia salvadora del Señor a todos los pueblos. Entonces podremos colaborar, desde una vida renovada en Cristo, a que se enderece el camino del Señor que muchas veces hemos torcido a causa de nuestros egoísmos.

La obra de Jesús fue glorificar al Padre, y la cumplió sometiéndose completamente a la voluntad divina: "¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las cosas que les digo, no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que vive en mí, es el que hace sus propias obras" [Juan 14,10]. De la misma manera, la obra que nos toca realizar a nosotros es glorificar a Jesús, y por medio de Él, al Padre. Si dejamos que Dios nos llene de su gracia y nos entregamos del todo en sus manos, el Espíritu Santo vendrá a vivir en nosotros, y poco a poco seremos transfigurados y llenos de la santidad y la vida misma de Dios.

 

Canten himnos al Señor al son del arpa, al son de los instrumentos de cuerda. Canten con alegria ante el Señor, el Rey, al son de los instrumentos de viento [Salmo 98,5 – 6]

La iglesia, que vive en medio del mundo, debe ser un signo claro del amor de Dios para todos los pueblos; pero puesto que está compuesta por pecadores, debemos vivir en una continua conversión de tal forma que, siendo como el barro en manos del alfarero, Dios lleve a plenitud su obra salvadora en nosotros. Si en cambio llevamos una vida esclavizada al pecado, no podemos decir que somos de Cristo sino del anticristo, pues tal vez no nuestras palabras, sino nuestro antitestimonio de fe a causa de nuestras malas obras, en lugar de construir, estará destruyendo el Reino de Dios entre nosotros [1 Juan 1,22 -23]. Este entendimiento de la vida que nos ofrece el Señor expresa el profundo significado de sus palabras: "Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen" [Génesis 1,26]. Por lo tanto, nada puede perfeccionar al ser humano sino la propia imagen de Dios, según la cual fuimos creados, y sólo participando de su semejanza podremos sentirnos realizados.

 

"Señor, Tú me creaste a imagen y semejanza tuyas, pero he pecado, y sin tu gracia, no puedo reflejar esa imagen. Transformarme, Señor te lo ruego, para que yo pueda compartir tu vida eternamente."


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