Devocional – Un Cristiano Ofendido ?

¿Tanto nos duele la contradicción? ¿No aprendemos de Él?

¿CRISTIANO OFENDIDO?

El humilde no se ofende, pues se conoce a sí mismo. No sintiéndose nada, nada pues, puede ofenderle. Ni busca reconocimiento de los hombres, ni de ellos recibir honor y, por la misma razón, tampoco espera de ellos ofensa ni deshonor. Así decía Pablo: ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Diosí ¿O trato de agradar a los hombresí Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. (Gálatas 1:10

Muchos creen que ser humilde es rebajarse, bajar la cabeza, hablar bajito, y privarse de todo lo que sea alegría. Es exactamente la descripción que hacía del cristianismo y de los cristianos Friedrich Nietzsche, el estrambótico filósofo alemán.

El humilde sabe, mejor que nadie, gozar de los dones de Dios, tanto materiales como espirituales: porque conoce de dónde proceden y, al gozarlos, lo hace con gratitud al Dador, sabiendo ciertamente que todo don y sana alegría proceden de Dios, fuente de agua viva.

Y lo que ello implica, es que el humilde no tiene por qué hablar de forma afectada, sino que basta con que lo que diga carezca de altanería (con mansedumbre y respeto), sin necesidad de adoptar un antinatural tono acomplejado de voz cuando habla.

Disfrutará de la vida, tanto más, cuanto menos espere de ella, por cuanto lo que reciba lo percibirá como un maravilloso regalo. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosasí (Romanos 8:32)

Su alegría puede ser exultante, porque estará libre de la frustración que un arrogante arrastra tras de sí, al codiciar sin conseguir metódicamente aquello que no tiene. El humilde no baja la cabeza. Simplemente se muestra como es, natural, sin complejo de superioridad pero, igualmente, sin complejo de inferioridad.

Además, y al no verse forzado a fingir, despliega una personalidad que otros descubrirán en él, antes que en la forzada pantomima de un arrogante.

Porque la humildad no es gesticular, lo que aparentemente piensa Nietzsche cuya receta, dicho sea de paso, no pudo salvarle de las fobias y manías que hasta su muerte padeció. Ni está reñida con la firmeza y la seguridad en los comportamientos. Ni mucho menos está vedada por las Escrituras: Esto habla y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie. (Tito 2:15).

La humildad es de corazón, como enseñaba y practicaba Jesús, a quien no se puede acusar de falta de personalidad; ni siquiera los ateos, que tendrán que reconocer que su figura ha marcado inequívocamente, la veintena de siglos que han transcurrido desde su nacimiento.

Como decía a un ateo discrepante, un cristiano con humor: Mire usted, si no hubiese existido Jesús, habría que inventarlo Frase chusca, pero sin ser argumento, no lo es menos que los que esgrimen los otros.

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