Jesus, vencedor del mundo

Jesus, vencedor del mundo

Cuando Dios entra en acción, sus enemigos se dispersan; los que le odian huyen de su presencia; desaparecen como el humo en el aire, se derriten como la cera en el fuego; ante Dios están perdidos los malvados. Pero los buenos se alegran; ante Dios se llenan de gozo, ¡saltan de alegría! Canten ustedes a Dios, canten himnos a su nombre; alaben al que cabalga sobre las nubes. ¡Alégrense en el Señor! ¡Alégrense en su presencia! Dios, que habita en su santo templo, es padre de los huérfanos y defensor de las viudas; Dios da a los solitarios un hogar donde vivir, libera a los prisioneros y les da prosperidad; pero los rebeldes vivirán en tierra estéril [Salmo 68,1 – 6]

Pablo explicó a los discípulos de Éfeso la diferencia entre el bautismo de arrepentimiento que administraba Juan el Bautista y el bautismo en el Espíritu Santo que concede Jesús [Hechos 19,4]. Estos discípulos entendían la realidad del pecado y la necesidad del arrepentimiento, pero no conocían al Espíritu Santo ni su don de vida nueva; su concepto de devoción se limitaba a tratar de no ofender a Dios y arrepentirse cuando lo hacían, pero no sabían que el Evangelio también incluía el poder del Espíritu Santo para elevarlos a un nuevo plano de vida.

De modo similar, los cristianos de hoy también podemos reducir la vida nada más que a no meternos en dificultades, tratar de ser buenos y arrepentirnos cuando cometemos faltas. Pero Jesús ha dispuesto para nosotros una misión muy superior en este mundo, la de tratar de imitarlo donde sea que Dios nos haya puesto: en la familia, el trabajo, la escuela, la comunidad, la iglesia, el vecindario.

Para amar y servir cuando ello no nos resulta agradable ni provechoso se requiere la gracia del Espíritu Santo. El amor exige sabiduría, creatividad y tacto, cualidades que nunca sobran. El Espíritu Santo desea ampliar nuestra capacidad con sus dones de sabiduría, discernimiento y fe, para encontrar la mejor manera de ayudarnos unos a otros, y mediante el amor mutuo, a realizarnos como personas; solamente por el poder del Espíritu Santo puede el ser humano cumplir la misión que Dios le ha encomendado.

¿Consideramos que tenemos una misión que cumplir? ¿Estamos conscientes de que Jesús nos pide ayudar a construir su reino? ¡No permitamos que el maligno mantenga nuestra mente ocupada con faltas e imperfecciones, ni nos preocupemos tanto de hacerlo todo en forma perfecta! Si cada vez ponemos más en práctica los dones del Espíritu y procuramos brindar al mundo el amor y la presencia de Jesús, iremos descubriendo que nuestro espíritu su eleva más naturalmente hacia el trono de Dios.

¡¡¡Espíritu Santo, ven y lléname de tu presencia; ayúdame, Señor, a quitar de mí todo aquello que obstaculice tu acción en mi vida. Quiero recibir tu poder vivificante y utilizar los dones que me has dado!!!

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