El Hermano Pablo – «LA OCASIÓN HACE AL LADRÓN»

«LA OCASIÓN HACE AL LADRÓN»
por el Hermano Pablo


El hombre estaba acostado e inerte. Primero tocaba quitarle la ropa. Luego había que hacerle una incisión en el abdomen, extraerle los órganos mayores, abrirle el tórax, y examinar el corazón, los pulmones y el esófago.

El procedimiento era una autopsia que se hacía a un hombre muerto por asfixia. Pero esta vez el cirujano Timothy Hosmer, de San Antonio, Texas, le abrió algo más a su paciente. Le abrió, también, los bolsillos, y encontró allí 53 dólares. En su estupidez, se apropió del dinero, y por ese acto perdió su empleo como médico forense.

Cincuenta y tres dólares no valían un trabajo bueno, prestigioso y bien remunerado. El médico debió haberle entregado ese dinero a las autoridades para que éstas a su vez se lo entregaran a los familiares del difunto. Ese era el procedimiento normal. Pero bien dice el refrán: «La ocasión hace al ladrón.» Sin duda alguna, cuando comenzó la autopsia, no tenía ningún interés en semejante dinero. Pero cuando vio los billetes, y se creyó solo, le resultó fácil quedarse con ellos.

¡Cuántas veces se hace realidad ese sarcástico refrán: «La ocasión hace al ladrón»! ¡Cuántas adolescentes inexpertas se dejan tentar por una ocasión propicia, y cometen el mal, quedando engañadas! ¡Cuántas veces un esposo, honesto y bueno, se deja tentar por otra de esas ocasiones, y comete adulterio! ¡Cuánto cajero, en el manejo del dinero, se deja tentar también por una ocasión que cree favorable, y comete el delito que lo lleva a la cárcel!

Más vale que tengamos cuidado con las ocasiones propicias. Hay muchos que, normalmente, jamás cometerían un delito, pero que caen en él por querer aprovechar la ocasión.

El que tiene una firme conciencia cristiana y una clara noción del bien y del mal no aprovecha deshonestamente las ocasiones propicias. Más bien, lleva continuamente una vida limpia. Sentir que hay que aprovechar alguna oportunidad sólo porque se tiene enfrente, aun cuando se sabe que sería violar algún valor moral, es la máxima representación de debilidad y pusilanimidad de carácter.

Todo el que profesa ser seguidor de Cristo, por su propio bien y por el ejemplo que Dios espera de él, debe llevar una vida realmente cristiana. El que es de veras creyente en Cristo nunca permitirá deshonestidad de ninguna clase. El desliz más insignificante sería para él un pecado contra Dios.

Nada produce más paz que una vida limpia, y Cristo quiere darnos una vida así. Entreguémosle nuestro corazón. Sólo Él puede darnos la paz que tanto necesitamos.

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